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Una quinta 2017 muy ruidosa
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LA TRADICIÓN DE LOS QUINTOS PERVIVE

Una quinta 2017 muy ruidosa

Actualizado 04/02/2017
Miguel Corral

VITIGUDINO | Unos sesenta jóvenes, entre quintos e invitados, celebraron su tradicional fiesta con la rotura de cántaras

Aunque la llamada a filas -a Dios gracias- haya pasado a la historia, los mozos y mozas de Vitigudino continúan celebrando ese momento como lo hicieran sus padres y abuelos en el primer fin de semana de febrero, aunque -eso sí? acorde más con lo que mandan los tiempos, dejando en el pretérito costumbres como la de introducir gatos, gallos o conejos en las cántaras, y evitar así herir la sensibilidad de cualquier amante de los animales, pero en especial la de los niños que por legión acuden a presenciar ese espectáculo de pólvora y agua coloreada, además de alguna que otra sorpresa.

El comienzo de esta celebración la iniciaban en la noche del viernes más de 60 mozos y mozas, entre ellos los quintos de esta hornada 2016, sus antecesores y los siguientes, en cualquier caso suficientes para romper el silencio de la madrugada con el estruendo de cohetes y petardos que acababan con la soledad del frío en las calles en una larga y ventosa noche de invierno.

Pero el acontecimiento más esperado por todos llegaba este sábado en la calle El Caño. Pasadas las cinco de la tarde, la rotura de pucheros atrajo a decena de personas entre niños, jóvenes y padres, que no querían perderse este tradicional acto en el que el contenido de las cántaras era sustituido por potingues de tan difícil descripción como el hedor que desprendía alguno de ellos.

Como en los últimos años, los Quintos acataron la normativa y no introdujeron animal ninguno en los pucheros, y a excepción de los burros empleados de corceles como si de una justa se tratara, el respeto prevaleció por encima de cualquier tradición.

Solo los petardos y los movimientos de palos y porras ?que perseguían sin acierto los pucheros? provocaban el desasosiego en las caballerías, sembrando la desconfianza de los mansos animales hasta el punto de negarse a pasar bajo el perol y originando la imagen cómica del maltrato de que eran objeto los jinetes por parte de los que zarandeaban de arriba abajo la inquieta cántara de barro, al menos hasta que era parada por el porro de alguno de los mozos.

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