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Cómo Lázaro su casa de nascimiento no encontró
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Tractado Tercero

Cómo Lázaro su casa de nascimiento no encontró

Actualizado 29/01/2017

Tercera entrega de la novela 'Viaje y resurrección de Lázaro de Tormes', del escritor y sacerdote dominico Quintín García

Por grandes avenidas y acueductos y puentes que la ciudad dividen hízome llegar el buen guía hasta la mi aldea de Tejares. Íbaseme el corazón queriéndose salir deste pecho rudo de bronce donde se guarda y no soltóseme dél, pienso, porque ya encogido sea como un higo paso por los muchos otoños que ha sofrido. Mas hete aquí que en llegando, lo primero fuera descubrir ya no sea aldea, sino ciudad, y que mi gala de ser aldeano que en mis letras todos han leído y festejado por el ancho mundo hase tornado en más fina procedencia como ocúrreles a cuantos hoy nascen y mueren, que hácenlo en el mismo cubil unos y otros y en ciudad, como me señalaran al pasar por hospitales y maternidades, pues que desiguales sean de por vida, y unos coman y otros no, es de ley natural, según los sabios, que hombres y mujeres así se igualen.

¡Oh desconsuelo primero con que fui recibido en mi propia casa! Y aún hubo más, y en mayor medida, pues mirando y remirando la ribera izquierda del río Tormes en busca del molino do mi padre trabajara y por esa razón allí mi madre me pariera, no encontréle y sólo campos de recreo, o huertas de berzas y lechugas, y una manada de viejos olmos pintados de fantasmas y chanzas, y más resecos que mi propia y liviana piel, allí vi, medio abandonados y desolados, que de un autor vizcaíno, díjome el guía, era obra, y grandes discusiones y enfrentamientos habíanse producido en la ciudad por ellos. Castigo del cielo fuera que no encontrara huellas do vivieran mis padres y do yo nasciera por no haberme acordado dellos en el final de mi vida cuando asentéme y sonrióme la fortuna. Por tal la recibo.

Consolóme el buen guía por mi desolación de no encontrar señas de mi identidad primera, como si hijo fuera de padres desconocidos, y díjome de buscar por calles y callejas del susodicho barrio de Tejares por si encontráramos inscripción o medalla que mi honra recogiera. Mas no hallámoslas sino después de muchas idas y venidas, y érase tan sólo una callecilla embarrada y chata, que del camino principal que a Portugal se dirige bájase humilde y en silencio hasta el río. Volvieron con dolor las toses repetidas a mi pecho de bronce y en negra pena hundíme por saber cuán desagradecidos los hombre sean y memoria pierdan de sus maestros y antepasados para no verse obligados a escuchallos, y seguir sus consejos, y cambiar sus conductas. Tan pobrecillo el guía viérame que invitóme, para pasar el mal trago con otros buenos, a probar callos y mollejas que en cierta cantina preparaban, según dijo, al estilo antiguo. Removiéronseme las telarañas todas de mi estómago al citar callos y mollejas, mas díjele que no, que otras hambres eran las que agora acongojaban mi espíritu. De nuevo el buen auriga consolóme con palabras y gestos y preocupaciones. Así que en pago de tan buen comportamiento, y que tretas conmigo no usara, despedíle de mí, que ya sus horas de trabajo eran pasadas, y pocas las que a mí restaban y mejor solo las viviera; y debíase volver con la su familia para acariciar mujer y conservalla (que muchas tentaciones sufren en ausencia de maridos) y a cuidar sus crías, que padre que poco para en casa, ni mujer guarda ni críos cría. Grande envidia tuviérale yo y grande pesar invadiérame de no haber tenido hijos, como él, que mi sangre continuaran y en la vejez cuidaran y mimaran y hasta en ocasiones como ésta en sus casas me acogiesen, que por no ser así, al descampado me hallare y sin cobijo en mi propio lugar de nascimiento.

Con la marcha del guía marchitóse también la luz, y en plenas obscuridades deambulé por plazas y parajes extraños hasta el final que creí de Tejares. Desalentado de no lograr cuanto mi corazón ansiara e imaginara, viéndome huérfano por segunda vez y pájaro sin nido, movido fui a desesperación, Dios me perdone, y deseaba allí mesmo terminar mi viaje y volverme al calor de la República o Limbo de Las Letras. Cuánta no fuera mi desdicha, que varado en la senda que a Portugal decía, a punto estuve de arrojarme contra un poste de gruesos hilos para acabar por derecho esta jornada de resurrección, pues si a hallar viniera aquello que las letras de mí dijeran, y en no hallándolo, y apenándose en demasía mi espíritu, mejor desapareciera, que no es justo volver a pasar cuanto pasara, pues bien se ve que esta vida sigue siendo valle de lágrimas. Y si aquello lo contara mi autor con tanto tino y galanura, ¿qué sentido tuviese lo intentara yo por mí para decir lo mesmo y con peor estilo y trazos aumentar desconsuelos en quien lo lea?

Entontado con estos negros pensamientos, y retemblando de toses, enredéme por otros descampados sin nombre que de la ciudad salía, y sus brillos y glorias abandonaba, y no me importó, pues malamente la ciudad conmigo se portara, ya que ni recuerdo apenas de mí en ella había. Tras la estela de unas luces mis pies dejé guiar a su voluntad hasta acabar buscando cobijo en Dios nuestro señor, que Padre es de cansados y desdichados. Introdújeme en una iglesia que las puertas tenía abiertas, a pesar de las altas horas, y en uno de los bancos sentéme, híceme la señal de la cruz que del ciego aprendí y no con clérigos, quéstos la hacían demasiado rápida para cuanto antes acabarla, y luego me dormí con sueño suelto abandonado a su Santa Misericordia.

No sé por cuántos tiempos allí estuviera descansando mis fatigas y toses en sagrado, cuando despertóme un hombre alto y fornido, como de cuarenta y siete años, lentes bien sujetas y rostro afable y bonancible que preguntóme qué se me ofreciera allí y cuáles eran mis necesidades. Contestéle mi desdicha de no encontrar la casa de mis padres ni la mía propia que fuera para nascer y que solo me hallaba y en grande tribulación y por ello a Dios Nuestro Señor había acudido. Díjome él ser su enviado, pues clérigo era y deán de aquella iglesia, Don Emiliano Tapia para más abundamiento, y que a su casa me invitaba para reconstituir con leche y amarguillos de las Dueñas mi maltrecha presencia y ánimo. Escarmentado por pasadas experiencias con hombres de clerecía preferí no decille yo mi nombre por no asustalle (pues clérigo letrado parescíame por la viveza de sus ojos aunque no llevase trazas de tal en sus vestimentas) y que de un fantasma o espíritu descaminado pensara que se trataba y tuviera tentación de ausentarme con hisopos y agua bendita, como a otros de su condición yo viera hacer, y dejéme invitar a su modesta casa. Allí compartimos desventuras por cuanto díjome que capellán era de una parroquia y barrio de gentes pobres, y aún gitanos, y que asolábales ahora una grave peste que a las familias todas traíalas a mal traer en gran quebranto, pues camellos (y tradúxome por comerciantes) deambulaban a sus anchas por el barrio con jorobas cargadas de drogas (y tradúxome por hierbas preparadas para enajenar a mozuelos de sus tareas y trabajos y colocarles en un alto cielo del que luego caíanse y quebránbase) con gran despreocupación de auctoridades que paresce estén esperando que unos buenos aires aparezcan un día y borren la peste por sí mesmos. Preguntéle yo cómo peste tan nociva habíase extendido tanto en tan humilde barrio en vez de los mozuelos andar preocupados de agenciarse amos de los que comer, aunque ruines fueran y tuviéranles que sisar como otros hicieron en los siglos. Contestóme que los ricos guárdanse los maravedís para sus contentos y parabienes y aún los bancos (que tradúxome por arcas o casa de préstamos de bienes ajenos, o guarida de usureros) sácanlo de aquí y a otros lugares váyanse los maravedís a se florecer y dar olor a otros. Y luego de todo, habíase producido un grande desempleo entre jóvenes y sus progenitores, y por ello sisar sisaban pero para endrogarse y buscar colocación en las nubes de donde caían como sapos de tormenta.

Habíame aficionado yo al sermón del clérigo como antes nunca fuera, pues víale sin avaricia y sin grande discurso de altas teologías y muy por la caridad cristiana preocupado de cómo liberar de pestes a sus fieles, y no como otros arciprestes y aún obispos que yo conosciera en vida y quizás haya, todo el día dándose golpes de pecho en las sacristías y con leyes canónicas entre los dientes para aplicar a los sus enemigos, o juntando maravedís en Gescartera o paraísos fiscales do cobijarlos de las miradas ajenas, o cobrándolos del Ayuntamiento amigo por aérea edificabilidad de las tumbas del cementerio. Así que pasóseme el disgusto que traía sin que apenas probara las mantecadas que sobre la mesa habíame puesto el susodicho para me remediar con un bocado. Y pues él abrióme su corazón, abríle el mío, y díjele el motivo de mi viaje y resurrección, y mi desazón por no encontrar mi lugar de nascimiento ni medalla que lo conmemorara en justicia, y aún confeséle mi nombre de pila, que ángel de Dios era aquel hombre y confesor de secretos. No dio en extrañarse y díjome que reconoscido me había la cara y las vestes de estameña por una estatua que en el Paseo del Rector Esperabé había, cabe el río Tormes, y que no llorara más pues que Salamanca memoria de mí tenía, y medalla y recuerdo en la tal estatua había fijado por los siglos. ¡Válgame Dios bendito!

La tal noticia liberóme de mis angustias y ganas me entraron muchas de conocella y verme, pues que a eso vine cuando los del Congreso de "Personajes salmantinos de la Literatura Universal" me invitaron al evocar mi nombre y libro. Ofrecióse el capellán en buena caridad a acompañarme y aún unos maravedís puso en mi mano por si necesidad hubiera y posada necesitara para pasar la noche que restaba. Con su carruaje, que no tanta comodidad tenía como el propio del Ayuntamiento, descendióme cabe la puente que presto reconoscí como de los romanos, que aunque piezas le han puesto que entonces le faltaran, su mesma fábrica tiene, y su galanura y esbelted, pues iluminábanle muchas teas encendidas que presas habían sido en vidrios. Despedíme del clérigo con grande acción de gracias y prometíle dél acordarme en el Limbo por si mis letras fueran leídas por sus mozuelos y curáranse de su peste en siguiendo mi ejemplo, que aunque pobre nunca desesperé y abríme camino entre hambres hasta llegar a buen puerto.

Quintín García

En la imagen, fotograma de la película 'El Lazarillo de Tormes', de 2012, 68m., Animación. Una película de Juanba Berasategui

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