Nunca supuse que regresaría,
cinco años después
?en pleno invierno?
al Palacio de Verano.
El lago es ahora una masa de hielo
y el Cinturón de Jade (el bello puente
y el gran barco de mármol)
están amordazados por un frío polar.
(El mármol y el hielo contendiendo en lo blanco.)
Todavía es posible seguir aquí los ritos
de siempre: aspirar la armonía
de ser en lo interior
profundo
ascendiendo, ascendiendo,
al Pabellón de los Budas Fragantes.
Antes nos demoramos respirando
la soledad del frío
entre el gran lago helado y la montaña,
y vamos contemplando las pinturas
de la Galería Abierta («la más larga
de China y del mundo», se nos dice).
Pero, al final de ella, ¿qué alcanzamos?
El horizonte blanco de un vacío muy puro.
Antes de la ascensión
los símbolos nos llenan de energía:
el sendero, el lago, la pagoda,
las colinas lejanas, las rocas y los árboles,
el gran disco rojo del sol que no ha logrado
estremecer, fundir el hielo,
las historias pintadas en los techos
de batallas y amores:
la terrible, eterna
Dualidad.
El paso cruel del tiempo se ha llevado
los trazos delicados y los vivos colores,
tantas huellas dejadas por las almas
de músicos, pintores y poetas,
eremitas, santones y filósofos;
los que en este país han compensado
furor de ideologías y de ejércitos,
revoluciones de la destrucción.
(Incendiar, destruir
lo «antiguo», ha supuesto
destruir la raíz de la sabiduría
de un pueblo.
Hoy se imita lo destruido ayer,
se rescatan los sueños perseguidos.
¿Con qué fin?)
¡Perennidad del arte, que apacigua
y salva todavía a los seres humanos
de ser fieras!
II
¿Y cómo describiros esta iniciación
de ascender con fatiga a La Colina
de la Longevidad?
Brusca subida y quebrada ruta,
entre tejados, por escalinatas
y por jardines mínimos, secretos.
Ascender y dejar atrás el mundo
que cruje y que restalla con sus hielos,
abandonar heridas que aún sangran.
Y si, arrepentidos, volvemos la mirada
hacia atrás, cada arcada nos devuelve
a la infinitud del lago muerto,
a su abismal escalofrío gris.
Y cuando el pecho ya no puede respirar
por la dureza de tanta ascensión,
cuando de tanto aire ya nos falta hasta el aire,
en esta congelada angustia de la prueba,
aparecen las salas
de los dos Grandes Budas.
El Buda más hindú que nunca había visto
se llama Buda-Shiva.
Sus numerosos brazos
van sembrando en el aire y en mis ojos
lo Múltiple
desde esa Unidad que irradia el punto
que tiene entre sus cejas:
diamante secreto.
Más arriba aún, en la cima del monte,
hay otro Buda muy ennegrecido
por el humo de inciensos seculares,
y desgastado por tantas caricias
de manos y de ofrendas.
(Ahora está prohibido acariciar
los dos Budas, rozar su eternidad,
ofrendarles lo poco que tenemos,
lo poco que sabemos.
Delante de ellos no hay flores ni frutos.
Están como olvidados estos Budas
en el desván del cielo del invierno,
pero son todavía
un
fin
para el que llega y desea
ascender
.
Son todavía símbolos preciosos.
(Y para otros peligrosos símbolos.)
Después de casi un siglo
ellos resisten más que ese otro dios
llamado Ideología.
Un día volverá este lugar
a ser morada cierta
en donde el hombre y la Divinidad
rescaten la armonía,
se fundan un instante en el fiel de la muerte
y ambos sepan al fin que ya están
eternamente destinados
el Uno para el otro, el otro para el Uno.
El culto ahora no está permitido
mas sabemos lo que nos transmitió
el arquitecto que trazó la ruta
hacia arriba: señales, signos, símbolos
hacia la luz suprema de la cima,
de otra Cima.
21
Previamente, ayudó Naturaleza
creando el más hermoso mirador
y el lago más en paz:
unidad de agua y tierra.
Luego, el arquitecto, con un sentido sacro
?todo es sacro en el mundo para aquel
que lo mira con ojos de piedad?
moldeó esta Colina de la Longevidad,
la senda, el laberinto, los secretos
que la ascensión (la
prueba)
revelará por siempre a los despiertos.
De 'Canciones para una música silente'
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