"Líquenes sobre pizarra"
Inmediaciones del Puente de La Salud. Salamanca. 2015 Imagen y textos: Carlos Blanco
A pocos centenares de metros de donde yace la dorada piedra que embellece la Salamanca de todos lo hace, también, su pariente pobre, la pizarra.
Hasta llegar aquí, he tenido que dejar atrás la Peña Celestina, el Puente de la Universidad, Huerta Otea _con su Parque Botánico y su helipuerto_, una zona residencial de nuevas viviendas que se inicia desde donde estaba la Fuente de "La Cagalona", por debajo de la Escuela Universitaria de Formación del Profesorado "Luis Vives". Más adelante, algunos restos del Barrio de "El Castigo" y la aceña de Tejares donde, según el autor de la primera novela picaresca, se encontraba el molino en que nació el propio Lazarillo de Tormes.
Varios cormoranes se parapetan al acecho sobre las ramas de un viejo aliso, mientras una garza real vuela contracorriente para emboscarse. Tres ánades reales, incansables, se sumergen en el agua, tal vez a la captura de algún percasol, sarda, alburno?
Continúo mi paseo por el sendero trazado junto al río. En ambas orillas se alzan, entre zarzas, viejos y descuidados chopos. En el tronco de algunos de ellos llaman mi atención los orificios de varios nidos de pájaro carpintero. Me sorprendo ante el inesperado y rápido vuelo de un martín pescador al que sigo con mi vista hasta desaparecer entre el follaje de la otra orilla, ya en Tejares.
En el recuerdo de muchos aún pervive la imagen del desaparecido Puente de La Salud, con su vía férrea que unía las tierras del suroeste salmantino y de Portugal con la capital y el norte de la Península. Aquí emergen metamórficos pizarrales que se reflejan y refrescan en un Tormes que, silente, transcurre al encuentro con el Duero, ya en La Raya portuguesa, en Las Arribes.
Busco expansión en estos parajes tan cercanos a la capital y muy desconocidos para la mayoría de sus habitantes. Paso bajo la Autovía de Castilla con su incesante trasiego de vehículos. Me detengo y dirijo la mirada hacia los restos de los dos pilares del puente que, como dos titanes, se asientan aferrados al lecho del río y continúo el paseo por esta margen derecha.
En pocos metros el terreno se eleva. Ahora el río transcurre entre dos altas paredes pizarrosas. En la otra orilla, con mayor elevación, se aprecian los terrenos del antiguo polvorín militar.
El paisaje se abre como las alas del milano real que me sobrevuela. Tomo asiento sobre la hierba junto a una roca de pizarra. Me acerco mirándola con ojos que considero de buen observador y en ella descubro "pequeñas maravillas" que el paso del tiempo se ha encargado de dibujar con tizas de múltiples colores, en este caso doradas.
Ante mis ojos:
pizarra, liquen, vida.
Es el origen.
Aproximarse a ellos para descubrir sus detalles, permite descubrir un mundo impreso en la roca, semejante a la imagen de nuestro planeta desde el espacio, con sus continentes, penínsulas, mares, océanos, islas, golfos, cabos? Semejan, también, óleos sobre la paleta de un pintor, deseosos de ser atrapados por las vibrisas de sus pinceles y ser transformados en obra de arte sobre un lienzo. Pero, ¿qué mejor obra de arte que la que nos muestra la propia Naturaleza a cada paso?... Solo es cuestión de buscar y saber observar para poder admirarse con semejantes tesoros desbordantes de vida.
Acariciar las sinuosas formas de los líquenes, sobrios al tacto en época estival, aunque delicados y suaves cuando están "borrachos de agua" _al igual que los musgos_, hacen aflorar sensaciones inexplicables y difícilmente entendibles para quien no ha tenido jamás contacto con ellos. Se me antojan igual que las torrijas lo son al tacto y al gusto. Líquenes y musgos son auténticos sobrevivientes ante cualquier extremo climático. Pocos como ellos interpretan la melódica partitura de las sucesivas estaciones. Engalanan rocas y cortezas, amullican, saben abrazar, besar, dar cobijo y algo tan importante como saber esperar. No desesperan ante la falta de agua pero, cuando ella los impregna, se esponjan de tal manera que se puede ver cómo extienden sus brazos para recibirla.
Joyeros de postín, como el que fuera antiguo compañero de colegio y buen amigo, el recientemente malogrado Michel Cordón _descendiente de afamados joyeros_, seguro que, en más de una ocasión, harían acopio de estas "pepitas auríferas" de líquenes para elaborar sus filigranas charras y así engalanar trajes, tocados, cuellos y muñecas de nuestras mujeres serranas.
También traen a mi memoria prehistóricos dibujos realizados por los primeros asentamientos humanos que buscaron refugio en estos mismos parajes. Quizá sus simples pero exquisitas obras, estén talladas sobre estas mismas pizarras, debajo de estas mismas "esponjas" que _como siempre_, detienen mi paso y que ahora admiro.
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