Segunda entrega de la novela del escritor Quintín García sobre el pícaro personaje
Una vez los pequeñuelos ausentáranse en busca dotras novedades, logré del mozo guía en tan bucólico paraje olvidárase un momento de su labor de ilustrarme con piedras e historias antiguas y nuevas de aquesta ciudad y hablárame con el relato real de su vida propia, cosa a la que yo he sido gustoso desque la mía en plazas y soportales fuera publicada. Así enteréme que, como yo, fuese infante de pueblo, de Pedrosillo el Ralo, de La Armuña, zona de tierras de labrantío. Y que allí pasar su niñez entre letras de escuela y ardorosos soles en la recolección de ricos garbanzos y lentejas, que ricas son en verdad cuando en el plato se hallan (tan sólo una vez probáralas, pues trújolas el moreno amante que a mi madre y a mí alimentaba por amores), pero del dolor de reñones han de ser sacadas para su arranque. Contóme ansí mesmo que aún mozuelo separarse hubo de sus padres e iniciar vida propia en la ciudad para que estudiara con un tío clérigo en el colegio de los Agustinos Recoletos. Aquí paró discurso y vergüenza paralizárale a seguir, e invitábame de nuevo a visitar por extenso la ciudad, ya que buen sol de mayo relucía las piedras y las mejillas calentaba. Insistirle hube de que relato de su vida continuara, que más delyte a mí me diera que piedras y fachadas. Y en cumplimiento de lo por mí pedido, tomara luego el hilo de su conversación.
Como mal le fuera en el colegio antedicho por cosas que el pudor obligábale a callar, decíame mientras sus ojos andábanse por el suelo, salióse dél y fuese a trabajar de mozo peón a la construcción de casas de mucho lujo en un lugar que le dicen Valdelagua, con cuadrilla del pueblo principal de Villoria que llaman Los Pindoques. Tocóle, a pesar de sus pocos años, trabajos de sol a sol con gran quebranto de su salud, y muchas hambres y penalidades de las que moría malamente, y muy poco pago dábanle, porque sólo aprendiz era, y las leyes así lo dictaban en beneficio del su patrón y dueño de Valdelagua, especulador famoso del arte nuevo de los negocios inmobiliarios, que a todos los de la cuadrilla contrataba. Mas alcanzábale el pago para algo comer en caliente y dormir en mísera pensión hasta el día y fecha que patrón a todos despidió, pues los jueces pararon las obras por malas mañas de regidores y constructores. Acabóse lo caliente y cayó en flaqueza tal que hubo de regresarse con sus padres que le remediaran. Mas ya garbanzos y lentejas para todos, padres y tres hermanos, no llegaran, y otras labores allí no hubiese sino estarse a la solana con los viejos del lugar, o en la cantina envenenándose de malos vinos, o hurtando.
Pasadas que fueron unas buenas fechas, el maestro de escuela que las letras enseñárale acertó a colocarle de mozo de carga en la parada que dicen de los ferrocarriles, y si antes habíale cogido lluvia, ahora tempestad, y de duros pedriscos. Acaeciéronle allí muchos sinsabores de los que por la priesa sólo he de relatar la pelea de honor que mantuvo con un su oficial y jefe, un tal Celedonio, que Dios haya confundido, natural de Alcalá de Henares, que hacía ostentación ante el mozo de que en su pueblo propio pusiérase la primera Universidad y sus gentes fueran las más sabias del Imperio. Herido en su orgullo el mi guía, y tantas veces oidor que fuera Salamanca la cuna de la Universidad, del saber, del arte y de los toros, discutióle y argumentóle por acá y por allá, mas sin éxito ninguno y con gran ruido de voces e insultos, hasta que llevadas por el fragor de la batalla las palabras, como suele acontecer, convirtiéronse en capones y puñadas entrambos. Al ruido de voces y rodillazos salieron dotras estancias compañeros del viperino oficial que al mozo frieron a palos, y la dirección castigóle sin pago y expulsóle por propasarse contra la auctoridad. Y de nada le valiera quél se defendiese en tribunales diciendo que cuanto había hecho, por honor y defensa desta ciudad fuera, y de su fama de culta, aunque él no llegara nunca a terminar el título de las primeras letras, por mucho que en Salamanca vivía y por delante de sus aulas pasara uno y mil días.
Escarmentó el buen mozo y dende en adelante con zalamerías y halagos cuidó a cuantos oficiales tuvo en un mercado de nombre mayúsculo, Carrefour, de seguro extranjero, que de cuanto puede venderse mercadea, en tarea arrimador de carrucos; y en una casa de préstamos de dineros ajenos a cuyas auctoridades cuidó con esmero a pesar de ser por todos eslomado en sus trajines, vapuleado y sin beneficio propio. Pero plugo al cielo que tan sumiso comportamiento le llevara a buen puerto y con hábiles manejos que su azarosa vida habíale enseñado, alcanzó a entrar de conductor de carruajes en el Ayuntamiento, prenda bien segura, para orgullosos regidores y aún, a veces, para su Señoría el Alcalde, de quienes aprendiera sus presunciones y malas artes, o buenas, según el ojo y el bolso de quien las mire. Y ahora contento está de servir a los buenos, decíame y repetíame con ojos de pillería, con trabajo nada laborioso de porteador de personas afamadas, pues muchas son sus horas mano sobre mano esperando que sus dueños acaben inauguraciones o fiestas de las que hácense luego eco las gacetillas de la ciudad. Mas mucho ha de morderse la lengua para no echarse a perder, y aún atragantarse a veces de no decir ni pío de cuanto ve y oye, que en boca cerrada no entren moscas, sobre prebendas a constructores amigos de auctoridades, o de dulces propinas que cabe las mesas extravíanse, o cenas en el campo para trasegar votos y débiles voluntades políticas como hacen con el mosto los vinateros, quen llegando elecciones para auctoridad, todas hierven y ablándanse en demasía, y múdanse de color, porque igual sea el blanco quel negro si al final gris sale el resultado y los mesmos perros son con distintos collares. De maravedís no llora, si acordarse debe de otros tiempos y gentes que como él vivió siguen viviendo, pues de las arcas públicas bien se saca, y sea regular y asegurado el pago, y permítele llevar adelante a su camada y algún que otro capricho para la su esposa, que peligrosas son la mujeres si no son mimadas, por cuanto muchas sean las sacristías en esta ciudad de Salamanca, y muy traicioneras, como a mí ocurriérame allá en Toledo. Mas desto no le hablé por no le levantar negras imaginaciones.
Estábame contando estas cuitas de su intimidad cuando a repique tocaron las campanas y campaniles, y en busca de sus cánticos celestiales fijéme en las sombras doradas quel sol hacía ya en las torres de la catedral y otras iglesias que desde allí tantas se divisaban y por ellas supe la hora y cuán poco tiempo íbame restando para mis fines principales por lo que vine. Así que díjele a mi auriga y guía: jugosas son y muy provechosas sus desventuras, mozo, y dellas más aprendo en esta mi resurrección que no de las nonadas que a hombres de Letras antes escuché en el aula, y votos hago para que auctores hoy dellas aprendieran y también a vos escucharan para ilustrar sus fábulas con los comportamientos de bellacos y galloferos que hoy existieran, a lo que veo como entonces, o más si cupiera; mas démonos priesa, mozo, que las horas del día ya se avanzan e impórtame llegar con luz a ver la ribera del río donde me pariera mi madre en una aceña.
-¿Es que no quiere visitar más monumentos siendo como es usted una persona culta y miembro de Congresos? -díjome con reverencia.
Y añadió un punto extrañado y hasta confuso:
-Pues perdone, señor, sepa que otros que vienen a Simposios y Jornadas no hacen otra cosa que pasearse por palacios, plazas, restaurantes y catedrales. En fin, usted perdone... Le recuerdo que aún nos faltan por ver las mejores joyas de esta ciudad: su Plaza Mayor, la fachada de la Universidad, sus dos Catedrales, la Clerecía, convento e iglesia de San Esteban...
-Júrole, mi buen amigo, pues que en vida le veo semejante a mí, que de piedras bien puestas y vacías hartéme ya y bástame con esta ración; y de glorias artísticas siglos llevo alimentándome en mi Limbo donde muchas haya, y aún diríales que las glorias llenan los sentidos de vacíos espejismos y contentos pasajeros, mas no los estómagos y el corazón, y por cosas del corazón nunca cumplidas aceptara yo esta invitación para encontrar memoria de mi padre y madre según la carne y revivir los mis primeros años.
Fotografía: Jesús Salinas
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