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Lo universal y lo divino en Rubén Darío
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RECORDANDO A DARÍO

Lo universal y lo divino en Rubén Darío

Actualizado 19/01/2017

Hoy se celebra un aniversario más del notable autor nicaragüense, renovador de la poesía en lengua castellana

La celebración de los 100 años de la muerte del poeta de Metapa, Nicaragua (1867-1916) el pasado año, me ha permitido reencontrarme con él, con Rubén Darío, pues esos encuentros no tienen edad. Ya lo dijo Gonzalo Rojas que se había encontrado con él a los 16 años. Y que lo vio por dentro, tan dentro que lo continuó leyendo hasta los ochenta. Porque con los poetas grandes no se termina nunca. Es más, muchas páginas podrían escribirse sobre el aporte de este poeta a la literatura en lengua castellana, como dice Carmen Ruiz Barrionuevo en su libro "Rubén Darío" (Síntesis, 2002): "Rubén Darío es considerado hoy, sin duda, como el autor más decisivo e importante del movimiento modernista, que despliega su actividad en las últimas décadas del siglo XIX. Tan decisivo que dejó todo un legado para el después poético. Lo dijo el poeta cubano Gastón Baquero, quien desmenuzó en su momento la obra de Darío: "... Porque su gran voracidad de poesía le permitió ingurgitar impasiblemente lo puro y lo espúreo, la espuma y la broza, los que vinieron después de él hallaron menos cieno en torno, y divisaron mejor las más altas estrellas".

Muchos han intentado rebajar a Darío, pero su legado es imborrable, su nombre ya está escrito en las estrellas del más allá y del más acá, pues de su paso por el orbe se dio una renovación de la poética en lengua castellana, un boom de la poesía sin corsés, ni ataduras, y abriendo paso al ritmo y a la musicalidad. Sin temor a equivocarme entiendo que Darío tuvo un compromiso con la palabra, una responsabilidad de que no se le escapara para que no fuera esclavizada. Y pudiera unir palabra con palabra enlazándolas con la música sinuosa del libre albedrío pero sin pasarse. Para que pudiera contar la vida y al mismo tiempo transformarla. Porque al final la poesía es la patria donde el poeta puede recalar en todos los instantes de su existencia. Es el relámpago que le ilumina y le revela todos los misterios.

Darío nace de un rincón de la América hispana pero ya desde su infancia promete ser el adalid del castellano reluciente. Desde su Nicaragua entra ya en contacto con el legado heleno, romano, anglosajón... para universalizar nuestra lengua. El poeta no se queda en la infancia sino que va alimentándose para generar nuevas etapas. Para ello inicia un viaje que le permite transitar por América del Sur a través de Chile y Argentina, y es en este primero que le sale ese libro llamado Azul, que será el génesis de ese cambio a la modernidad en la poesía. Todo este bagaje le da esa universalidad que lo caracteriza a él y a su escritura. Lo dice Juan Valera en la Carta-prólogo que escribió para el libro Azul. "[...] Si el libro, impreso en Valparaíso este año de 1888, no estuviese en muy buen castellano, lo mismo podría ser de un autor francés, que de un italiano, que de un turco o de un griego. [...] Extraordinaria ha sido mi sorpresa cuando he sabido que usted, según me aseguran sujetos bien informados, no ha salido de Nicaragua sino para ir a Chile...".

Ya lo dice Rojas que él fue el fundador de Valparaíso y que allí dejó el mito. Y he aquí que se asemeja a la abulense Teresa, por ser un andariego fundante: de Chile pasa a Argentina donde importante es su labor como periodista, que le dará ese toque de buscador de lo nuevo, buscador de la verdad. Le llevará al porqué de todo. Y es el periodismo el que nos lo trae a España, como corresponsal del periódico argentino "La Nación".

La diplomacia también le abrirá las puertas del modernismo francés. Es así como la poesía acompañada de otras artes se fortalece para tener luz propia. Como diplomático va de España a Francia y de Francia a España. Va asimilando los aires modernistas. Y ese ritmo de allá para acá va haciendo elevarse a la poesía, pues todo crece con el ritmo, dijo un poeta.

En su peregrinaje poético Darío también tuvo su encontronazo con Lo fatal. Se nota en sus versos: "Mis ojos espanto han visto,/ tal ha sido mi triste suerte;/ cual la de mi Señor Jesucristo,/ mi alma está triste hasta la muerte./ Hombre malvado y hombre listo/ en mi enemigo se convierte,/ cual la de mi Señor Jesucristo,/ mi alma está triste hasta la muerte./ Desde que soy, desde que existo,/ mi pobre alma armonías vierte;/ cual la de mi Señor Jesucristo,/ mi alma está triste hasta la muerte". No obstante, tiene todavía donde parapetarse. Y he aquí el poema ¡Torres de Dios! ¡Poetas! (del libro Cantos de vida y esperanza), que une al poeta con Dios, que señala la naturaleza divina de la poesía, porque si no, ¿cómo podría ella ser instrumento, paracaídas al que se aferra, si no le sirviera para derramar su alma ante el único que le podría traer un atisbo de luz en los momentos tumultuosos de su existencia? Dudo que no haya, como se intenta convencer, un anclaje divino en estos versos, donde el poeta hace un llamamiento a lanzar salmos de alabanza al autor de todo lo creado.

No garantizo su adhesión total, pero avalo que orquesta toda una campaña para conseguirlo. Veámoslo: ¡Torres de Dios! ¡Poetas! /¡Pararrayos celestes, /que resistís las duras tempestades, /como crestas escuetas, /como picos agrestes, /rompeolas de las eternidades. //Torres, poned al pabellón sonrisa. / Poned, ante ese mal y ese recelo, /una soberbia insinuación de brisa / y una tranquilidad de mar y cielo?

¿Acaso no demuestra que sabe que ese don salvífico proviene del Creador? ¿Que el arte es un don divino? De ahí que considere al poeta como una torre, una fortaleza conectada con Dios hacia arriba, pero que también tiene que enfrentarse con las tormentas que son consecuencia de su existencia terrenal. Y esta conexión le convierte en un pararrayos con poder celestial, en un escudo protector para resguardarse de los dardos de la imperfección humana.

Quizá le faltó un compañero en esa travesía de búsqueda de la Verdad que hace libre, y desataría las cadenas que lo aprisionaban a una vida llena de incertidumbres y de espejismos constantes que se desvanecían y lo llenaban de tribulaciones; por ello se alió con la perseverancia para resistir, se construyó una torre que le acercaba a lo numinoso, pues su poesía será ese canal comunicador con lo divino; y le dará el lugar que le corresponde como luz que ilumina el camino del hombre, le da las claves para descifrar el misterio y restaurar todo lo que le rodea. Afirmación que podemos corroborar en "Historia de mis libros": "Ciertamente, en mí existe, desde los comienzos de mi vida, la profunda preocupación del fin de la existencia, el terror a lo ignorado... En mi desolación me he lanzado a Dios como un refugio; me he asido de la plegaria como de un paracaídas. Me he llenado de congoja cuando he experimentado el fondo de mis creencias y no he encontrado suficientemente maciza y fundamentada mi fe, cuando el conflicto de las ideas me ha hecho vacilar y me he sentido sin un constante y seguro apoyo. Todas las filosofías me han parecido impotentes; y algunas, abominables y obra de locos y malhechores. (?) Y el mérito principal de mi obra, si alguno tiene, es el de una gran sinceridad, de haber puesto 'mi corazón al desnudo', el de haber abierto de par en par las puertas y ventanas de mi castillo interior para enseñar a mis hermanos el habitáculo de mis más caros ensueños".

Adentrándome más en su prosa y verso es que percibo con más claridad esa búsqueda de la verdad, esa que te enseña que "hay que ser justo y bueno". Su escritura nos confirma esa búsqueda incesante de ese Cristo que ama con desesperación, ansioso por dar con su "El dorado" de misericordia y amor. Y esta dinámica por seguir el modelo del de Nazaret se muestra en su relaciones, por ejemplo con Unamuno, quien escribió duras palabras sobre él. En cambio, la respuesta de Darío fue el de respaldar a Unamuno como poeta, cuando al publicarse el primer poemario de éste (Poesías, Madrid, 1907) envió un artículo al diario La Nación de Buenos Aires, titulado "Unamuno, poeta". Tal actuación no le trajo ventajas, más bien lo contrario. Cito un fragmento del artículo sobre la poética del vasco-salmantino: "[...] Tengo, gracias a Dios, una facultad que nunca he encontrado en tantos sagitarios que han tomado mi obra por blanco: es la de comprender todas las tendencias y gustar de todas las maneras... El canto quizá duro de Unamuno me place tras tanta meliflua lira que acabo de escuchar, que todavía no acabo de escuchar. Y ciertos versos que suenan como martillazos me hacen pensar en el buen obrero del pensamiento que, con la fragua encendida, el pecho desnudo y transparente el alma, lanza su himno, o su plegaria, al amanecer, a buscar a Dios en lo infinito".

A su muerte, un apenado Unamuno pudo resarcirse escribiendo un buen artículo donde entre otras cosas, dice lo siguiente: "... ¡No, no fui justo ni bueno con Rubén; no lo fui! No lo he sido acaso con otros. Y él, Rubén, era justo y era bueno. [...] Era justo, esto es, comprensivo y tolerante, porque era bueno. Aquel hombre, de cuyos vicios tanto se habló y tanto más se fantaseó, era bueno, fundamentalmente bueno, entrañadamente bueno. Y era humilde, cordialmente humilde. Con la grande humildad que, a las veces, se disfraza de so­berbia. Se conocía, y ante Dios ? ¡y hay que saber lo que era Dios para aquella suprema flor espiritual de la indianidad? hundía su corazón en el polvo de la tierra, en el polvo pisado por los pecadores. Se decía algunas veces pagano, pero yo os digo que no lo era. No descansó nunca aquel su pobre corazón sediento de amor. No de amar, sino de que se le amase. [...] Sí, buen Rubén, óptimo poeta y mejor hombre: este tu huraño y hermético amigo, que debe ser justo y debe ser bueno contigo y con los demás, te debía palabras no de benevolencia, de admiración y de fervorosa alabanza, por tus esfuerzos de cultura. Y si Dios me da salud, tiempo y ánimo, he de decir de tu obra lo que ?más vale no pensar en por qué? no dije cuando podías oírlo. ¿Las oirás ahora? Quisiera creer que sí. / Hay que ser justo y bueno, Rubén".

La respuesta de Darío al impase citado carece de revanchas, iras, deseos de 'ojo por ojo'. Más bien tiene la maestría de llegar a ser de esos pocos que logran vivir su existencia desde la poesía. De los que están por encima de cualquier frontera. Es así que con él la palabra se hizo elegante, pulidas las escorias. Logrando transmitir un amor alejado de la vulgaridad, del simplismo. Darío logra captar el sentir de su tiempo, se zambulle en la realidad circundante, siente la necesidad de crear porque intuye que ese deseo proviene de uno mayor, el Creador de todo, Dios; y de ahí surge el indagar sobre la existencia de él y de los otros, el compromiso social y político.

Y la palabra seguía creciendo en forma de poema, tornándose en tabla de salvación.

Estas son apenas unas impresiones, no de una especialista en Rubén Darío, sino de una admiradora de sus versos.

Jacqueline Alencar

Portada: Miguel Elías

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