El calendario marcaba el 9 de enero, y la oscuridad hacía horas que se había apoderado de Sanabria, en una noche fría y lluviosa en que los termómetros se acercaban a los -20ºC. Los vecinos de Ribadelago (o Riballagu, como gustaban de llamarlo ellos en el dialecto local del leonés), se habían ido a dormir, esperando que, entre sueño y sueño, comenzase un nuevo día.
La lluvia apenas estaba dando tregua a Sanabria en esos primeros días de 1959, y las lluvias copiosas se habían convertido ya en parte del paisaje. Desde las montañas, el río Tera bajaba caudaloso y rápido, llenando hasta los topes la presa de Vega de Tera, que había sido finalizada poco más de dos años antes y donde, un empleado, se afanaba esa noche en intentar abrir unas compuertas de funcionamiento deficiente.
En la construcción de esta presa, para abaratar costes, se habían empleado materiales mucho peores de los inicialmente presupuestados, y hasta corría el rumor por la zona de que, para hacer el relleno de la presa, se había echado incluso un burro muerto entre el hormigón. De algún lado tenían que salir las comisiones para el político de turno y para acrecentar las ganancias de los directivos de la eléctrica.
Mediada aquella noche, la situación se estaba convirtiendo en insostenible, y el río Tera, con la presa llena y en su afán por buscar una saluda más rápida hacia el Lago de Sanabria, empezó a rebasar el muro de la presa, hasta que, pasados 23 minutos de la medianoche, un sector de 140 metros del muro de la presa se vino abajo, desatándose una riada.
Mientras, en Ribadelago, las horas pasaban en la placidez de la noche, apenas jalonada por los ronquidos que algunos de sus vecinos proferían en pleno sueño. Nadie era capaz de imaginar que en cuestión de minutos todo iba a cambiar para siempre.
Desde las montañas, el río Tera, que bañaba la localidad, tras haber roto la deficiente presa de Vega, se había acrecentado con unas aguas que fueron suyas y se habían visto embalsadas. Un tsunami de 9 metros de altura llegó a Ribadelago y se llevó por delante buena parte de la localidad, de la que apenas se salvó la parte alta del pueblo.
El estruendo de aquella gran ola destrozando todo a su paso sacó bruscamente de su sueño a los ribalagueses, que en muchos casos despertaron viéndose insertos en una corriente de agua desbocada que les acabó por ahogar. Para otros, una vez que pasó todo, salir a la calle fue descorazonador. El paisaje había cambiado por completo, y donde antes había pueblo ahora apenas había escombros.
Entre todos aquellos vecinos que habían sobrevivido a la gran ola, las preguntas se agolpaban, preguntando con ansiedad si habían visto a ese familiar o amigo que vivía en la parte baja del pueblo. El pueblo se había vaciado en una noche, y de los más de quinientos habitantes que poseía la localidad, 144 habían perecido bajo las aguas. Familias enteras desaparecieron, y en otras a unos se los había llevado la corriente y a otros no, surgiendo así huérfanos y viudas.
La noche más larga de la historia de Ribadelago se vio relevada por un amanecer que vino cargado de tristeza y de confirmación de que todo aquello no había sido una simple pesadilla acaecida en un mal sueño. La llegada del ejército y la Guardia Civil por la mañana dio inicio a unas labores de rescate en las que apenas se pudieron recuperar 28 cuerpos de los 144 fallecidos, quedando el resto en el fondo del Lago de Sanabria, que reclamó para sí los restos de más de un centenar de sus paisanos sanabreses, para quienes consideró que no había sepultura más bella que la de un lago de origen glaciar envuelto entre montañas, negándose a que el ser humano los recuperase.
Con ellos, tres de cada cuatro cabezas de ganado de Ribadelago perecieron en la catástrofe, dejando a muchos vecinos sin apenas modo de vida. Para más inri, de las colectas realizadas para aliviar la situación de los vecinos, en torno al 80% de lo recolectado se quedó por el camino, y las indemnizaciones por las pérdidas humanas fueron bastante ridículas, no llegando a pagarse en algunos casos al haber fallecido todos los familiares.
Ni que decir tiene que nadie pisó la cárcel por esta catástrofe y, de hecho, el gobierno franquista concedió el indulto a los altos cargos de la empresa eléctrica a quienes se consideraba responsables (por haber abaratado costes intencionadamente hasta el extremo en la construcción) de una tragedia que se intentó silenciar oficialmente, y por la que tampoco hubo pena alguna para los responsables políticos que ejercieron la supervisión de la obra y dieron de paso todos los permisos (supóngase que con más de una comisión de por medio).
A su vez, las autoridades estatales, en vez de reconstruir Ribadelago, decidieron construir a un kilómetro un pueblo nuevo, al que bautizaron como Ribadelago de Franco, y que fue finalizado tres años después de la tragedia. Para ello, utilizaron el modelo de pueblo empleado en el Plan Badajoz, creando en una zona lluviosa y montañosa como Sanabria un pueblo blanco, al que para colmo situaron en una parte umbría y alejada de los pastizales y tierras de cultivo. Eso sí, la portada de la iglesia del pueblo viejo la trasladaron al nuevo.
Sin embargo, algunos vecinos de Ribadelago decidieron quedarse en su pueblo de siempre y, fruto de ello, hoy sigue existiendo la localidad. En ella, un monumento recuerda aquella catástrofe, habiéndose reconstruido parte del pueblo gracias a los esfuerzos de los propios vecinos, que han conseguido prolongar la vida de una localidad que, fundada en el reinado de Ordoño II de León por unos frailes que huían procedentes de Córdoba, cuenta con más de un milenio de historia.
Asimismo, aguas arriba, entre las bellas montañas sanabresas, aún pervive la presa de Vega de Tera, abandonada tras la tragedia, y de la que se mantiene en pie la parte del muro que no se derrumbó aquella fatídica noche del 9 de enero de 1959. En lo que quedó de ella, aún pueden observarse a la perfección las huellas de lo ocurrido entonces y el hueco que quedó en lo que durante dos años fue el muro de una presa.
Han pasado 58 años desde aquella catástrofe y, pese a ello, Ribadelago logró sobreponerse y seguir en pie, capeando actualmente el nuevo temporal de despoblación que sufre el medio rural zamorano. Y es que, aunque dicen que nada es eterno, por la capacidad de superación mostrada por sus vecinos Ribadelago merece sin duda serlo.
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