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Poner(se) verde…
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Poner(se) verde…

Actualizado 14/01/2017
Rafael Muñoz

Poner(se) verde… | Imagen 1

No quiero tener la terrible limitación de quien vive sólo de lo que puede tener un sentido. Yo no: lo que quiero es una verdad inventada.

Clarice Lispector

No sabemos qué sorpresas nos deparará el pasado.

Pascal Quignard

Sigo creyendo que las buenas historias te golpean la pupila y el entendimiento, independientemente de la edad que tenga el lector. Cada uno encontrará en ellas lo que vaya buscando y puede que mucho más de lo que pretendía encontrar; es lo que tienen los mejores relatos: su generosidad.

Leo Lionni, el genial creador italiano, ya ha pasado por esta sección hablando de la apremiante necesidad de la creación artística en nuestro mundo, prestándonos a su ratón Frederick en el artículo 2x1: Para qué sirven los artistas y por qué la literatura infantil no sólo es cosa de niños.

Pero en esta mañana de sábado quiero hablarles otra vez de 3 ranas, habitantes de la isla Pedregosa. Una de ellas está poseída por el espíritu aventurero, abierta a todo lo que se le presenta frente a su mirada curiosa.

En su deambular cotidiano descubre un día una piedra diferente, extraordinaria, que lleva con diligencia hasta donde se encuentran sus hermanas.

Presa de una alegría desbordante, les muestra su descubrimiento: una piedra fantástica, de una redondez perfecta. Pero una de una de las hermanas le hace saber que se trata de un huevo de pollo y no de una piedra: −hay cosas que una simplemente sabe, afirma categórica.

Al poco, el cascarón se rompe, asomando una criatura larga y escamosa?, y la rana aventurera y el extraño pollo surgido del huevo se hacen amigos. Los cuatro pasan su tiempo chapoteando en la cercana charca, donde descubren encantadas que pollo se mueve con gran habilidad en el agua, hasta el punto de salvar a nuestra rana curiosa de perecer entre las aguas.

A partir de ese instante, su amistad se hace inquebrantable. Pasan los días juntas, yendo hasta lugares recónditos y desconocidos para nuestra querida rana. Y es en uno de ellos, donde un pájaro rojo y azul venido de muy lejos, regaña a pollo porque su madre lleva tiempo buscándole.

Deciden caminar sin descanso, durante días y días, en compañía del pájaro rojo y azul para encontrar a la madre del amigo pollo, hasta que una mañana se dan de bruces con una criatura enorme de porte extraordinario. Nuestro pollo, un poco amedrentado, pregunta dubitativo: −¿Mamá?? y el enorme animal responde: −ven aquí, mi dulce y pequeño caimán.

Después del feliz encuentro, la rana se despide de su amigo prometiendo volver. Al llegar a su casa, cuando sus hermanas inquietas le preguntan por lo ocurrido con el extraño polluelo, ella, sin poder parar de reír, les cuenta divertida que la mamá llamaba mi dulce y pequeño caimán a su querido amigo pollo. −¡Caimán! dice una de ellas, −¡qué cosa más tonta! Y las tres, de nuevo, vuelven a desternillarse.

No habría mucho más que añadir a esta historia, salvo pedirles que se hagan rápidamente con el libro para poder apreciar sus ilustraciones, cargadas de calidez junto a una elementalidad perfecta. Leer en voz alta, para uno mismo o para los otros, incluidos los mayores de la casa, un texto construido para acoger. Imbricado a fondo con las imágenes del relato, y traducido por una grande de las palabras, la poeta Verónica Uribe. Poner(se) verde… | Imagen 2

Decía que aparentemente no habría mucho más que contar, pero creo que sí tiene sentido pararse a pensar un momento en lo que nos acerca esta bella historia de encuentro y amistad entre? ¿diferentes? Hay algo en ella que podría pasar desapercibido porque llevamos mucho tiempo con la mirada sujeta y las palabras esclavizadas.

Vamos casi sin mirar, y quizá no apreciemos en toda su hondura el significado profundo de la relación entre estos animales humanizados, que juegan entre ellos sin ponerse ninguna distancia o traba, sean pollos, caimanes o ranas.

La radical genialidad de la historia se encuentra en la forma en que se nos cuenta: los lectores sabemos, gracias a la ilustración, que se trata de un pequeño caimán y no de un pollo, cuestión ésta que las ranas desconocen. La diferencia carece de importancia, es tan absurdo y risible que las ranas llamen al caimán pollo y no ocurra nada? Pero a nosotros, los lectores, ¿qué nos pasa?

Démosle una vuelta por si las moscas. Este embrollo ¿no les resulta un tanto familiar? ¿No es cierto que a veces utilizamos el término chino y no precisamente para referirnos a los ciudadanos de ese país? O, lo que sería más grave, ¿no se relaciona al Islam con el terrorismo con una imperdonable ligereza? Enfrentamos razas y creencias, olvidando que, de haber alguna, ¿no debería ser la humana?

Las ranas y el extraño pollo chapotean felices en la charca sin importarles su diferente tamaño y la textura de su piel, sólo saben que juegan y que el caimán nada muy bien, hasta el punto de haber salvado a una de las ranas de morir ahogada.

Ese verde brillante de las ranas, junto al más atemperado del pequeño caimán me ha llevado a recordar otra historia de Lionni, escritor tardío, ilustrador y diseñador gráfico; una de esas personas que percibes que durante toda su vida habitaron el fértil territorio de la infancia.

Se trata de Pequeño Azul y Pequeño Amarillo, esos dos amigos que se funden en un gran abrazo que los vuelve verdes, provocando que, en un principio, hasta sus padres, no puedan reconocerlos (¿será debido sólo a la diferencia de color?). ¿Tendrán ellos también que acercar y ceñir sus cuerpos, para poder reconocer a sus hijos y a sí mismos? Grandiosa metáfora la que se nos ofrece en esa fusión de intenso color verde, la cualidad más humana: la de ser en/con el otro.

Pequeño Azul fue a buscar a Pequeño Amarillo [?] Lo buscó por aquí, lo buscó por allá, lo buscó por todas partes. [?] ¡Allí estaba Pequeño Amarillo! Muy contentos se abrazaron. Se abrazaron tan fuerte? que se volvieron verdes.

Se podría pensar que este tipo de historias tienden a simplificar un problema complejo, pero ¿no cabría deducir lo contrario?, que de lo que se trata es de posibilitar otra mirada, otro acercamiento, no tan envilecido por un exceso de palabras huecas, cargadas de corrección política. Ponernos en otro lugar, mirar desde otro ángulo. Descubrir nuevas palabras, grandes historias de caimanes, pollos y ranas, que se funden en verdes abrazos.

Y todavía habrá quien diga que estas historias son solo cosas de niños. Aunque, bien pensado, quizá tengan razón.

NOTA Los álbumes citados, escritos e ilustrados por Leo Lionni, son Una piedra extraordinaria ( Ediciones Ekaré), y Pequeño azul y Pequeño amarillo (Editorial Kalandraka).

Poner(se) verde… | Imagen 3

Rafael Muñoz

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