En los países "desarrollados", donde el éxito económico ha permitido cubrir las necesidades básicas de las personas, la sociedad sufre patologías que pueden ser catalogadas de orden afectivo.
Dentro de esas sociedades, los más desfavorecidos no se sienten conformes ya que aspiran alcanzar el nivel de vida de las clases "privilegiadas".
Estos últimos, a su vez, suelen guiarse por el estilo de vida que promueven los modelos publicitarios, la televisión y la prensa. Miden su autorrealización por comparación a modelos casi imposibles de alcanzar (vida de las celebridades, películas) y de igual modo se sienten frustrados.
Según los expertos en epidemiología social, Richard Wilkinson y Kate Pickett: "Es una paradoja notable que en la cima de los logros materiales y tecnológicos, a muchos de nosotros nos devora la ansiedad, seamos tan proclives a la depresión, nos preocupe tanto como nos ven los demás. (...) Carecemos de la satisfacción emocional que todos necesitamos. Buscamos consuelo en la comida, en las compras compulsivas, en el gasto desmesurado, o caemos víctimas de los excesos.".
El consumo te consume y despersonaliza
Para mucha gente, el uso de esta palabra tiene necesariamente una carga política, ya que, casi siempre, el que utiliza las palabras consumismo y consumo excesivo lo hace para criticar lo que considera consumo innecesario en otras personas.
Una manera distinta de interpretar la palabra "consumismo" es considerarla como la organización de la economía de una sociedad que, aunque tal como está ahora, funciona a satisfacción tanto de consumidores como de productores, se puede decir que en su conjunto despilfarra ciertos recursos. Un ejemplo no trivial podría ser el uso de los envases y las bolsas de plástico, que contaminan los ríos y Océanos, ensucian las ciudades. El método moderno es más cómodo e higiénico para los consumidores pero se desperdicia una serie de recursos que antes se aprovechaban mejor.
Consumo y felicidad
El consumo es el culpable de muchos trastornos de personalidad y como consecuencias graves enfermedades; un acto que nace con la función de dar felicidad al ser humano, satisfacer nuestros deseos, se nos ha vuelto en contra, debemos rectificar con buen criterio sobre nuestros pasos.
Cuento
El traje nuevo del rey
Desearían vieran a través de los ojos de la hipocresía a donde puede conducirnos la alza alabanza, y como la voz inocente puede hacer que despertemos del letargo consumista, la sinrazón, la apariencia, el miedo y la falta de criterio propio en cualquier aspecto de nuestra vida.
Hace muchos años había un Rey tan aficionado a los trajes nuevos que gastaba todas sus rentas en vestir con la máxima elegancia. No se interesaba por sus soldados, ni le atraía el teatro, ni le gustaba pasear por el bosque, a menos que fuera para lucir sus trajes nuevos. Tenía un vestido distinto para cada hora del día, de él se decía siempre:
-El Rey no recibe, está muy ocupado en el ropero.
La gran ciudad en que reinaba era visitada a diario por numerosos turistas.
Un día se presentaron dos truhanes que se hacían pasar por tejedores, asegurando que sabían tejer las telas más maravillosas que pudiera imaginarse. No sólo los colores y los dibujos eran de una insólita belleza, sino que las prendas con ellas confeccionadas poseían la milagrosa virtud de convertirse en invisibles para todos aquellos que no fuesen merecedores de su cargo o que fueran irremediablemente estúpidos.
-¡Deben ser vestidos magníficos! -pensó el Rey-. Si los llevase, podría averiguar qué funcionarios del reino son indignos del cargo que desempeñan. Podría distinguir a los listos de los tontos ahorrando de ésta forma unas cuantas plazas de funcionarios a mis órdenes. Sí, debo encargar inmediatamente que me hagan un traje y si ahorro el dinero de los inútiles, podré seguir comprando otros ligeros y vistosos, tal como prometen estos nuevos tejedores.
Y entregó mucho dinero a los estafadores para que comenzasen su trabajo.
Instalaron dos telares y simularon que trabajaban en ellos; aunque estaba totalmente vacíos. Con toda urgencia, exigieron las sedas más finas y el hilo de oro de la mejor calidad. Guardaron en sus alforjas todo esto y hacían que trabajaban en los telares vacíos hasta muy entrada la noche.
-Me gustaría saber lo que han avanzado con las telas y como va ser mi bello traje-, pensaba el ególatra Rey, pero se encontraba un poco confuso en su interior al pensar que solo el que fuese tonto o indigno de su cargo podría ver lo que estaban tejiendo. No es que tuviera dudas sobre sí mismo; pero, por si acaso, prefería enviar primero a un ministro o funcionario, para ver cómo andaban las cosas. Todos los habitantes de la ciudad estaban informados de la particular virtud de aquella tela, y todos estaban deseosos de ver lo tonto o inútil que era su vecino.
-Enviaré a mi viejo ministro a que visite a los tejedores -pensó el Emperador-. Es un hombre honrado y el más indicado para ver si el trabajo progresa, pues tiene buen juicio, y no hay quien desempeñe el cargo como él.
El viejo y digno ministro se presentó en la sala ocupada por los dos pícaros, los cuales seguían trabajando en los telares vacíos.
-¡Dios me guarde! -pensó el viejo ministro, abriendo unos ojos como platos-. ¡Pero si no veo nada!. Pero tuvo buen cuidado en no decirlo.
Los dos estafadores le pidieron que se acercase y le preguntaron si no encontraba preciosos el color y el dibujo. Al decirlo, le señalaban el telar vacío, y el pobre ministro seguía con los ojos desencajados, sin ver nada - puesto que nada había-.
«¡Dios mio! -pensó-. ¿Seré tonto acaso? Jamás lo hubiera creído, y nadie tiene que saberlo. ¿Es posible que sea inútil para el cargo? No debo decir a nadie que no he visto la tela».
-¿Qué? ¿No decís nada del tejido? -preguntó uno de los pillos con voz aplomada y fuerte.
-¡Oh, precioso, maravilloso! -respondió el viejo ministro mirando a través de los lentes-. ¡Qué dibujos y qué colores! Desde luego, diré al Rey que me ha gustado extraordinariamente.
-Cuánto nos complace -dijeron los tejedores, dándole los nombres de los colores y describiéndole el raro dibujo. El viejo ministro tuvo buen cuidado de quedarse las explicaciones en la memoria para poder repetirlas al Rey.
Los estafadores volvieron a pedir más dinero, más seda y más oro, ya que lo necesitaban para seguir tejiendo. Lo almacenaron todo en sus alforjas, pues ni una hebra se empleó en el telar, y ellos continuaron, como antes, trabajando en el telar vacío.
Poco después el Rey envió a otro funcionario de su confianza a inspeccionar el estado del tejido y a qué le informasen el tiempo que tardarían en terminar tan magnífica obra de arte. Al segundo en cumplir el encargo, le ocurrió lo que al primero; miró y remiró, pero como en el telar no había nada, nada pudo ver.
-Precioso tejido, ¿verdad? -preguntaron los dos tramposos, señalando y explicando el precioso dibujo que no existía.
-Yo no soy tonto -pensó el funcionario-, luego, ¿será que desean librarse de mi? ¡Qué cosa más extraña! es preciso que nadie se dé cuenta-.
Así es que elogió la tela que no veía, y les expresó su satisfacción por aquellos hermosos colores y aquel precioso dibujo.
-¡Es digno de admiración! -informó al Rey- ,al ser preguntado.
Todos hablaban en la ciudad de la espléndida tela, tanto que, el mismo Rey quiso verla antes de terminar su esplendido traje.
Seguido de una multitud de personajes distinguidos, entre los cuales figuraban los dos viejos y buenos funcionarios que habían ido antes, se encaminó a la sala donde se encontraban los pícaros, los cuales continuaban tejiendo afanosamente, aunque sin hebra de hilo.
-¿Verdad que es admirable? -preguntaron los dos honrados funcionarios-. Fíjese Vuestra Majestad en estos colores y estos dibujos -, y señalaban el telar vacío
-¿Qué es esto? -pensó el Rey-. ¡Yo no veo nada! ¡Esto es terrible! ¿Seré tonto? ¿O es que no merezco ser el rey de éste pueblo? ¡Resultaría espantoso que fuese así!.
-¡Oh, es bellísimo! -dijo en voz alta-. Tienen ustedes mi real aprobación-. Y fingiendo un gesto de agrado miraba el telar vacío, sin decir ni una palabra -de que no veía nada-.
Todo el séquito miraba y remiraba, pero ninguno veía absolutamente nada; no obstante, exclamaban, como su Rey:
-¡Oh, es bellísimo!-, y le aconsejaron que ese traje con esa tela nueva y maravillosa, estuviera listo para poder lucirlo en el desfile que iba celebrarse próximamente.
-¡Es precioso, elegantísimo, estupendo! - corría de boca en boca, y todos estaban entusiasmados.
El Rey concedió a cada uno de los dos bribones, una Cruz de Caballeros Tejedores de lo Invisible y los nombró Caballeros Reales del Real Tejer.
Durante toda la noche que precedió al día de la fiesta, los dos embaucadores estuvieron levantados, con más de dieciséis lámparas encendidas. La gente pudo ver que trabajaban activamente en la confección del nuevo traje del Rey.
-¡Mirad, el traje está listo, podéis comunicarlo a su Majestad!
Llegó el Rey en compañía de los caballeros más distinguidos, y los dos truhanes, levantando los brazos como si sostuviesen algo, dijeron:
-¡Estos son los pantalones! ¡La casaca! ¡El manto! ...Y así fueron nombrando todas las piezas. Las prendas son ligeras como si fuesen una tela de araña. Se diría que no lleva nada en el cuerpo, pero esto es precisamente lo bueno de la tela.
-¡En efecto! -asintieron todos los cortesanos, -sin ver nada, porque no había nada que admirar-
-¿Quiere dignarse Vuestra Majestad a quitarse el traje que lleva -dijeron los dos bribones-, para que podamos probarle los nuevos vestidos ante el gran espejo real?
El Rey se despojó de todas sus prendas, y los pícaros simularon entregarle las diversas piezas del vestido nuevo. Luego hicieron como si atasen algo a la cintura del Emperador: era la gran cola de armiño invisible; y el Monarca se movía y contoneaba ante el espejo como una sutil mariposa.
-¡Dios, qué bien le sienta! -exclamaron todos-. ¡Qué dibujos! ¡Qué colores! ¡Es un traje digno de Vos!
-El palio para la procesión os espera ya en la calle, Majestad -anunció el maestro de ceremonias-.
-¡Sí, estoy preparado! -dijo el Rey-. ¿Verdad que me sienta bien? -y de nuevo se miró al espejo, haciendo como si estuviera contemplando sus fastuosos ropajes.
Los chambelanes encargados de llevar la cola bajaron las manos al suelo como para levantarla, y siguieron con las manos en alto como si estuvieran sosteniendo algo; por nada del mundo hubieran confesado que no veían nada.
Y de este modo marchó el Rey en el desfile bajo el antiquísimo y espléndido palio, mientras que todas las gentes, en la calle y en las ventanas, decían:
-¡Qué precioso es el nuevo traje del Emperador! ¡Qué magnífica cola! ¡Qué bien le sienta! --nadie permitía que los demás se diesen cuenta de que no veían nada-, porque eso hubiera significado que eran indignos de su cargo o que eran tontos perdidos. Ningún traje del Emperador había tenido tanto éxito como aquél.
-¡Pero si no lleva nada! -exclama de pronto un niño.
-¡Dios mio, escuchad la voz de la inocencia! -dijo su padre; y todo el mundo empezó a cuchichear sobre lo que acababa de decir el pequeño.
-¡Pero si no lleva nada puesto! ¡Es un niño el que dice que no lleva nada puesto!
-¡No lleva traje! -gritó, al fin, todo el pueblo.
Aquello inquietó al Rey, pero se dijo:
-Hay que seguir en la farsa hasta el final.
Y se irguió aún con mayor arrogancia que antes; los chambelanes continuaron sosteniendo la inexistente cola.
No permitamos que el no tener criterio propio y saber lo que realmente nos interesa, siguiendo el momento que creemos "la oportunidad de nuestra vida" nos lleve a tener que fingir alegría ante el experimento de comprar compulsivamente, y no bajarse de la ruleta del consumismo, ahogando frustraciones físicas o psicológicas.
Todo en su justa medida es necesario, el dar un capricho al niño que llevamos, no es malo, es muy bueno, no obstante el capricho puede ser tan sencillo como tomar una chocolatina, comprar una flor, dar los buenos días con una sonrisa, y las gracias cada vez que nos regalan una acción voluntaria. Seguro que saldrá reforzado, si practica estos valores, no se deja llevar por la masa y deje atrás el falso halago que solo está cosido con hilos de aire y cortado con tijeras de humo...
Isaura Díaz de Figueiredo
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