Ideas a mitad de precio

¿Qué ha estado ocurriendo todos estos años? ¿En qué preciso momento la vida dejó de ser ese cuento que nos contaban de pequeños? El tiempo no perdona a nada ni a nadie. Es que las noches ya no son iguales, ni los días. Ni si quiera los sueños. Antes soñábamos con volar y ahora tenemos que aprender a aterrizar. Antes nos levantábamos para vivir, y ahora para sobrevivir. Porque la vida se ha llenado de humo. De nicotina en la sangre y de gasolina quemada en las carreteras de Madrid. De anuncios absurdos que nos recuerdan a nuestra absurda existencia. De comida tan cruda como la realidad. De luchas no entre clases, sino entre polos opuestos. Porque el mundo se ha vaciado de término medio, se ha vaciado de equilibrio, de tolerancia y balance. Se ha vaciado de valores y se ha llenado de terrores. Terror hacia esto y hacia lo otro. Terror a lo diferente. Terror a quedarse solo. Terror a no pertenecer a ningún grupo, ninguna idea o ningún bando. Se ha perdido la individualidad, que no individualismo, y se ha pasado a la masa, a la moda y a la mentira.

Vivimos en una sociedad sembrada y bombardeada con gritos de progresismo a precio de rebaja. Nos venden ideas como quien vende el último vestido de Zara. Ese vestido que ya ha sido sobado por media ciudad, y que probablemente lo lleven cuarenta chicas más. Ese vestido que se ha quedado tirado en un rincón y que lo pilla alguna que se siente afortunada por adquirir la ganga. Y compramos, compramos gangas, creemos que nuestro vestido (idea) es nuevo y exclusivo. Cuando en realidad es un producto de la copia de otra copia, del diseño reproducido de un semi-original. Confundimos pertenecer a un colectivo con no plantearnos y cuestionar lo que hay realmente detrás de cada "verdad". Oímos las noticias sin filtro, habituados a ver las imágenes y vídeos con tal frialdad como si de una película bien hecha de Hollywood se tratara. ¿Qué nos están vendiendo? Nos venden personalidades exclusivas, nos pintan la vida como en 'Cámbiame' y nos la desmaquillan en cuanto salimos a la calle. Porque la verdadera vida está ahí, corriendo sin corrector y sin iluminador. La vida está detrás de ese telón de felices años veinte donde todos somos jóvenes y ricos, donde lo tenemos todo. Porque en el fondo no tenemos nada. Absolutamente nada, una nada tan profunda que nos atraviesa de arriba a abajo. Una nada que ya ni vemos ni sentimos.

Sale más barato comprar una personalidad que tener una. Porque lo auténtico no se encuentra en cualquier centro comercial. Es más fácil no moverse de casa y aparentar, que arriegarse a ser y no a tener. A desprenderse, a ser uno entre los demás y no uno más. Cada vez cuesta más ser en este mundo, uno que solo valora lo que se ve y se toca. Que hace a las almas opacas y a los cuerpos transparentes. Que te quita tu propio reflejo y te da a cambio un espejo trucado. Es fácil jugar con las mentes y hacerlas a medida, cuando estas no conocen sus límites. Si es tan sencillo engañar con las tallas de ropa para que creas que tu peso es excesivo, también lo es conquistar una mente cerrada que solo tiene una puerta. Y es que a veces somos incapaces de distinguir la corriente de nuestra propia marea. A veces no es que no sepamos, sino que no queremos saber. Y desgraciadamente esa es la verdadera ignoracia. Es tiempo de admitir errores, tiempo de replantearse los caminos marcados y desdibujar las vallas de la sociedad. Aún hay esperanza, esperanza para despertar y desenterrarnos. Es hora de cavar nuestra mente. Porque antes de cultivar hay que preparar la tierra, y según las predicciones, vienen tiempos de sequía?

Hay un oasis ingobernable en nuestro interior.