Una de las fortunas con que cuenta la Salamanca contemporánea es su asociación o vinculación con el nombre de Miguel de Unamuno, con todo lo que tal nombre significa. Porque se trata de una vinculación que ha adquirido un carácter universal. Todas las personas cultas del mundo, que conozcan algo la cultura española, conocen esa mutua vinculación entre Miguel de Unamuno y Salamanca.
Ayer mismo, día de San Silvestre, último del 2016, se cumplía el octogésimo aniversario de la muerte de Miguel de Unamuno en Salamanca, en unas trágicas circunstancias españolas, como fueron las de la guerra civil, en aquel momento en prácticamente sus primeros momentos.
Salamanca está de continuo presente en los escritos de Miguel de Unamuno: en sus poemas, narraciones, ensayos, artículos y libros de viajes.., en fin, en todo tipo de textos y a lo largo de toda la vida del escritor.
Y lo mismo le ocurre a la provincia salmantina. Hace poco, en un libro colectivo, vinculado con la presentación e instalación junto a la plaza de La Alberca de un retrato de Miguel de Unamuno pintado por Florencio Maíllo, escribíamos nosotros sobre las andanzas de Unamuno por la Sierra de Francia. La conocía muy bien, como el resto de la provincia. De hecho, hay una fotografía de Miguel de Unamuno en la plaza albercana, en verano, posiblemente en las fiestas patronales de agosto, en las que el escritor se encuentra inmerso entre el gentío.
Pero hay algunos lugares salmantinos que, para Miguel de Unamuno, suponen imanes que conectan con su pensar y con su sentir, ya que el escritor vasco-salmantino fue uno de los primeros que, debido a la herencia romántica y simbolista, propugnó la conexión entre ambas operaciones humanas de tipo psíquico. Y lo hizo en un famoso verso, que citamos de memoria y que se ha repetido hasta la saciedad: "Piensa el sentimiento, siente el pensamiento". Un verso que, por otra parte, conecta con el gusto unamuniano por la contradicción y la paradoja, como generadoras del sentir y del pensar.
Pues bien, tales lugares salmantinos que imantan de continuo la atención de Miguel de Unamuno y a los que acude y sobre los que escribe, son, por una parte, la Peña de Francia, montaña sagrada salmantina por excelencia, en suya cima se venera la advocación mariana homónima; y, por otra, enclaves de veneración del Cristo crucificado, como son los del Cristo de La Laguna, en Aldehuela de Yeltes, y el Cristo de Cabrera, junto a Las Veguillas. Sobre tales enclaves, de tipo religioso, pero cargados todos ellos de intensísimas vivencias de religiosidad popular de las gentes campesinas, de religiosidad intrahistórica, tiene Miguel de Unamuno páginas memorables.
La figura literaria, cultural, histórica de Miguel de Unamuno sigue viva, no es mera arqueología. Sus obras continúan arrojando mucha luz. Quienes las leen lo saben. Su prosa renovó ?entre las de otros escritores de su generación, como Azorín o Baroja? nuestra escritura literaria, lo mismo que su poesía. Su pensamiento y sus observaciones, sus libros de viajes, sus novelas y narraciones, tan simbólicas y emblemáticas, su poesía (verdadero diario espiritual), siguen estando ahí, al alcance de todos, y siguen siendo verdaderos faros de luz, en unos tiempos, como los que vivimos, tan caóticos y convulsos, tan desorientados.
La vinculación de Miguel de Unamuno con Salamanca ha sido y es ?esperemos que lo siga siendo? muy beneficiosa para Salamanca. Pocas veces se habrá entrañado tanto un escritor con un lugar, como en este caso.
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