No resulta difícil encontrar en las obras de arte el tema de los ciclos de la vida del ser humano, o en producciones de los últimos años el de los tipos de conocimiento: el tradicional, el de toda la vida, frente al visionario, en relación con las nuevas tecnologías. El hombre nace, crece, se reproduce y muere, y el hombre, con el transcurso del tiempo y el desarrollo de la ciencia y la tecnología, se enfrenta a nuevos aprendizajes y prácticas del saber. En este conjunto de dos elementos, puede ponerse de relieve una síntesis cifrada en las experiencias cognitivas como signos de crecimiento personal y como consecuencias de la cultura letrada y digital.
Estas experiencias cognitivas tienen como rasgo distintivo la intencionalidad. Progresivamente, según la persona crece en estatura, también puede crecer en su interior a partir del descubrimiento de conceptos o de la invención de una narrativa. Personalmente, al autor de este boceto de columna de opinión el fin del año 2016 le ha traído una nueva noción de relectura. El primer título releído que le viene a la mente es el de Pedro Páramo. Quizá también ha releído el Viejo y el mar. Con la obra de Rulfo, fue el interés en el libro lo que lo llevó a abrir de nuevo sus páginas. Lo mismo le ha sucedido con cuentos y poemas de autores latinoamericanos. Otra novela que ha releído, en este caso de un escritor estadounidense, es El guardián entre el centeno, así como La bruja y el capitán, del italiano Leonardo Sciascia. No obstante, como lo ha aclarado, fue el interés en el libro lo que lo hizo sentarse y volver sobre él. En cambio, en este momento, a escasas horas de que pase de largo el anciano año 2016, piensa en la relectura como práctica en sí, como experiencia vital.
En una plática del pasado lunes, después de comer un delicioso curry en casa de Hipólito R., él le hablaba del lugar de la experiencia en el proceso de aprendizaje y de cultivo del ser. Un dispositivo conectado a nuestro cerebro para suministrar caudales de conocimiento nunca podría aventajar lo poco que uno pudiera recoger hincando los codos. Ni la vida en el ciberespacio podría substituir a la vida donde ponemos los pies en el suelo y donde vamos a las casas de los amigos, por más que esta sea lenta y no rápida como aquella. Sin lugar a dudas, en este orden de cosas, hace falta echar mano de la paciencia y, tal como reza la marca de impresor del flamenco Cristóbal Plantino, del trabajo y la constancia, para conseguir algo en este mundo. Pues bien, aunque el autor de esta columna sea más bien perezoso y dormilón en lugar de disciplinado y constante, y aunque le guste más andar de fiesta que sentarse al escritorio, este año que ya va allá a lo lejos le ha dejado el presente del interés por la relectura. Tal vez esta práctica pueda convertirse en materia de escritura para el próximo año, que ya está a la vuelta de la esquina. ¡Ojalá que el 2016 les haya dejado a ustedes, hombres de bien, más regalos, y que el 2017 les traiga muchísimos más!
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