Uno, que es irremediablemente melómano, admira todo el ritual propio de la música en directo. Esa solemnidad de los músicos cuando salen elegantemente vestidos, el orden, los saludos iniciales y finales, el proceso de afinamiento colectivo, el respeto al director y al público, todo ese ceremonial tan consustancial a los conciertos.
Somos una cultura civilizada a lo largo de siglos y hemos dejado que esas manifestaciones trascendieran cómo útiles y validas. Todo eso que nos acaba definiendo y distinguiendo. Las sociedades primitivas también suelen tenerlos, pero en nada se parecen a los propios. Hemos luchado por conservar cosas como esas. Y no queremos que se pierdan. Hemos decidido (y lo seguimos haciendo) que la música siga de ese modo tan protocolario y respetuoso. Y que en una boda si el novio se viste de tal y la novia lo sigue, los invitados también lo hagan por respeto. Que si uno va a ver a alguien importante que te recibe con traje (y corbata), pues tú lo hagas con algo que asemeje ese respeto que te manifiestan (distinto es si el jefe, el caudillo, te recibe a ti en chándal, bata de boatiné o salto de cama, entonces se podría abrir una veda vestimental que en casi todo el occidente y el oriente ahora no es el caso). O acudir al parlamento como representante de un colectivo heterogéneo y presentarse como si se fuese a encontrar con un grupo de amiguetes que se van a tomar unas birras juntos. Yo creo que todo eso exige un ritual aceptado, compartido y que nos define. Eso también es nuestra cultura. Y lo demás que no sea eso es un intento de significarse notable e individualmente, e intentar acabar con normas tan arraigadas y consustanciales a nuestra evolución como civilización y cultura. No creo que en el Corte Inglés permitan a cualquiera de sus empleados despachar al público en camiseta de tirantes con lema propio incluido para distinguirse de los demás. Y quien dice esa empresa podría decir cualquier banco o multinacional. Tampoco veo en una orquesta sinfónica a setenta señores (y señoras) debida e impecablemente vestidos y a dos con gorra y camiseta reivindicativa. Imagínenlo en Viena en año nuevo, por muy bien que lo hagan. Como tampoco veo al futbolista rebelde vestirse al contrario de sus compañeros de equipo para distinguirse y manifestar su rabieta de la semana o del año. Todo eso que a mí, personalmente, me parece mear fuera del tiesto.
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