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La Bola de Navidad
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La Bola de Navidad

Actualizado 23/12/2016
Juan Robles

Una vez pasada la desmedida noche vieja universitaria, que ocupó y ocupa cada año la Plaza Mayor de Salamanca, ésta quedaba libre para poder establecer en ella los signos propios de la Navidad. ¿Propios? No sé qué tiene que ver con la Navidad una gran bola de luces de colores situada en el centro de nuestra ágora barroca. Sólo unas estrellas podrían, de algún modo, acercarnos al gran misterio de la Navidad. Como otra gran estrella que ocupa los balcones del Ayuntamiento. Menos mal que por lo menos quedan, aunque no se escuchen más que de fondo y sin permitir descifrar el sentido de las letras, los clásicos y populares villancicos. Ya ni en las luces de las calles aparecen los insignificantes e inocentes angelitos.

Nuestro Ayuntamiento cede a las exigencias de sus ¿colaboradores? grupos de los partidos izquierdosos que, de no alagar sus sentimientos antirreligiosos, harían imposible la gobernabilidad de nuestro consistorio.

No sé por qué en este país nuestro hay quienes se oponen a todo lo que suene a religioso (aunque quizá no a las tendencias del islam, que poco tiene que ver con nuestras propias tradiciones). No comprenden ni respetan lo que son prácticas y ritos tradicionales tan arraigados como la Navidad, que ha marcado desde hace veinte siglos nuestras permanentes vivencias y tradiciones, que no son sólo religiosas sino también culturales, de nuestro mundo occidental, al menos. Con expresiones tan populares y encantadoras como nuestros Belenes, que arrancan con San Francisco de Asís allá por los albores del siglo trece.

Cómo me gustaría que todos los que lean este artículo conocieran también el que publicaba Pilar Rahola el pasado 11 de diciembre en La Vanguardia. Ella se confiesa agnóstica, por no decir abiertamente no creyente. Pero examina y ensalza los valores, sin despreciar los religiosos, que lleva consigo la tradición que se desarrolla en torno a la Navidad. La considera una tradición entrañable que puede, y quizá deba, ser acogida como una valiosa práctica propia de nuestra cultura occidental, que merece la pena ser conservada y cultivada como algo que da verdadero sentido a nuestra identidad y nuestra forma de ser.

Con respeto y comprensión, creo que todos podríamos encontrarnos en torno a las formas navideñas, incluida la referencia al pesebre y a la natividad del hombre humilde que ofrece, sin embargo, a todos, señales de esperanza y garantía de salvación para el hombre y su mundo.

Son signos de sencillez, de cercanía, de amor, de vida, de humildad y de esperanza. Ya merece la pena cuidarlo y cultivarlo, porque no tiene por qué molestar ni irritar a nadie, sino que en esas prácticas y valores todos podríamos vernos reflejados y encontrarnos en el ejercicio de valores y significados comunes.

Jesús niño ha nacido en Belén. ¡Feliz Navidad para todos!

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