"Hay una conexión esencial entre la libertad y la verdad; cualquier concepción errónea de la verdad es, al mismo tiempo, una concepción errónea de la libertad".
HERBERT MARCUSE, Nachlass (1939).
Mientras una hipócrita, inconsciente e infantilizada parte de la sociedad prepara su oronda barriga para los obscenos excesos navideños de autoindulgencia y falsa fraternidad, nadie parece recordar la patraña en la que se asientan sus dirigentes y la ocultación de la verdad con que los gobiernan; mientras los periodistas, o lo que antes se conocía por periodistas, encantados de sí, se besan y abrazan en fraternas cenas con unos políticos cuya mediocridad, medianía e incompetencia clama ya al cielo, evidenciando una vez más una interdependencia comunicante entre el mundo político y el mundo de la información que distorsiona la verdad y que seguramente sólo a ellos debe hacer gracia, Julian Assange, Edward Snowden, Hervé Falciani y otros, denunciadores de la falta de verdad, que es la supurante falacia sobre la que se asienta un sistema político-económico podrido hasta el tuétano (y que genera esos excesos y esas dependencias), siguen huyendo de la venganza, que disfrazada de justicia, quieren arrojar sobre ellos los gobiernos ocultadores, sirviéndose de unos tribunales togados y pelucones y sumisos y tiritones y muchas veces corruptos, exacta expresión de la impostura que los manoseadores las llamadas democracias occidentales quieren hacer pasar por libertad.
Cada vez que un medio de comunicación, cualquiera, en cualquier latitud o dimensión, enarbola la libertad de expresión como fin o ejercicio o norte o meta de su comportamiento, la ausencia paralela del grito por la verdad, que denuncie la intolerable persecución a que están sometidos estos y otros denunciadores de la impostura, el robo y la mentira, desautoriza su afán. En cada ocasión en que desde una tribuna alguien ice la transparencia o la verdad como norma de comportamiento, o nombre la democracia como creencia primera, el no incluir al mismo nivel la protesta por la situación de Snowden, Assange, Falciani o Manning, vacía sus palabras de contenido y abarata hasta la insignificancia su discurso.
La persecución a que, por parte de estados y coaliciones de estados, están sometidos quienes han hecho públicas informaciones altamente relevantes para que el funcionamiento social alcance niveles de claridad y democracia homologables con la honestidad y la estatura ética a que debería aspirar cualquier sociedad, significa una aberración de tal calado y dimensión que pone en cuestión el valor y la calidad de las normas de convivencia, y denuncia la levedad y la mentira de unos entramados institucionales mal llamados democráticos cuya principal preocupación, y a ello dedican sus mayores esfuerzos, es la ocultación de la verdad.
Así, obviando que la libertad no existe porque la verdad está oculta, con la boca abierta al próximo deslumbramiento de las calles iluminadas de colores navideños, con los sentidos taponados por el brillo y el ruido y los dulces y el alcohol y los renos y los coros infantiles y las bragas rojas y una no menor ración de vagancia mental y estupidez, la oronda barriga aguarda babeante el próximo evento festivo para seguir olvidándose, sobre todo, de su propia dignidad.
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