Un cuento de la lucha de clases en la era neoliberal o por qué el anarcosindicalismo no es una cuestión del pasado
Erase una vez, no hace mucho tiempo, en un reino neoliberal, pongamos que hablo de la Inglaterra del siglo XXI. Una pareja de castellanos acudió desde uno de los reinos del sur con la esperanza de mejorar sus expectativas de vida. En un contexto de nueva servidumbre, muy semejante al que dejaron en su tierra (si bien allí todavía menos desarrollado), se encontraron con que las condiciones laborales no eran mucho mejores, pero al menos les permitían subsistir. Se pusieron a trabajar. Trabajar para vivir, como todos los que pertenecían a su clase, esa clase de personas que solo tienen que ofrecer para su sustento su fuerza de trabajo (un tal Marx se refiere a estas personas como proletarios, mientras que otros prefieren hablar en la actualidad de proletariado postmoderno o precariado; qué más da, más o menos todos se refieren a lo mismo con alguna pequeña variación de contexto).
Con no pocas dificultades a su llegada, tuvieron que enfrentarse a una burocracia kafkiana, fruto de una ideología con mucha carga xenófoba que considera que las personas de otros reinos, villas y lugares vienen para quitarles el trabajo y vivir de los beneficios que en estas tierras brinda Su Majestad a los de su condición. Las leyes casi siempre han servido para discriminar a los pobres (un tal Gramsci se refiere a ellos con el concepto de "clases subalternas"). Difícil contradicción vivir sin trabajar y quitarles el trabajo a otros al mismo tiempo ¿no creen? Pero la pareja era fuerte. Superaron todas las dificultades que, en un mundo donde el capital es libre de circular, hace en cambio que las personas lo tengan bastante más difícil. Consiguieron su número de la seguridad social, fijar su residencia, su contrato con un banco, etc. condiciones todas ellas sin las cuales no les era permitido a los forasteros conseguir un trabajo (y no sin más contradicciones como la de que sin trabajo es difícil conseguir una cuenta bancaria o que sin estos dos últimos requisitos es imposible que te fijen una residencia, en fin...). Finalmente ella lo encontró en una empresa dickensiana del siglo XXI, esto es, una empresa en la que las condiciones laborales nos hacen retrotraernos a otros periodos, esto es, implican una regresión o involución respecto de los derechos laborales conseguidos por el movimiento obrero, el cual, si bien para muchas personas representa una cuestión del pasado, el signo de los nuevos tiempos nos interpela a repensarlo para poner en marcha nuevas formas de resistencia. Tal vez por ello haya quien ya hable de nueva servidumbre ¿En qué consistía todo esto? El neoliberalismo había extendido entre la clase que posee los medios de producción (Marx se refiere a ellos como capitalistas) unos malos usos a través de los cuales era legal trabajar sin contrato escrito los primeros meses (contrato oral), o una fórmula denominada de contrato 0 por la que los trabajadores y las trabajadoras estaban sujetas a las necesidades de la empresa, sin posibilidad de organizar su tiempo de vida o de verse obligadas a organizarlo no en función de sus necesidades sino de las del capital. Como en el siglo XIX. Unos días se trabajaba, otros no, y se cobraba dependiendo de esa suerte.
En este contexto, la pareja buscó consuelo en los lazos de paisanaje, esos lazos que a pesar de que vivamos en la Era digital o Era informática, continúan siendo los más efectivos, pues no están sujetos a otros intereses que los de compartir la misma cultura, la misma clase social y una idiosincrasia parecida (background como dirían por estas tierras). Sus paisanos, algunos casualmente también salmantinos, estaban organizados en un sindicato anarcosindicalista. Este sindicato proponía cuestiones como el apoyo mutuo entre las personas o la acción directa frente a los malos usos de este sistema neoliberal y de los capitalistas que lo hacían funcionar viviendo del esfuerzo y del trabajo de otras personas. Dicho sindicato era Solidarity Federation (Federación de Solidaridad) y aunque la pareja pertenecían a la tradición de pensamiento marxista, decidieron que ese sería su referente sindical, prácticamente el único al que podían adscribirse sin reservas. Para los voceros del régimen, aquellos que consideran que salir del reino de España representa una oportunidad para muchos jóvenes, que somos afortunados o que no debemos de quejarnos puesto que somos unos privilegiados respecto a la ola migratoria de la que también fueron víctimas nuestros abuelos (¡Que se lo digan a mi madre!). También para los voceros del neoliberalismo, aquellos que consideran que la lucha de clases es algo del pasado, que la relación capital-trabajo como relación de dominación está extinta, les diré lo que sucedió. La empresa para la que trabajaba ella no pagaba a tiempo. La vida en el reino era cara. Las cosas se ponían cada vez más feas, sin nadie (ni instancia institucional ni de relaciones sociales) a quién recurrir. El idioma era extraño, la legislación era distinta, protegía menos a los trabajadores y a las trabajadoras en base a una idea de flexibilidad que solo beneficiaba a una clase, ¿les suena todo esto? Incluso los habitantes del reino a menudo eran hostiles contra ellos, pues los medios de comunicación les habían conseguido poner en el punto de mira como los causantes de los males de una crisis económica que había comenzado en 2008, en vez de señalar a quienes verdaderamente tenían la culpa.
El contexto laboral no era el mejor. Todas las trabajadoras eran extranjeras (muchas de ellas del Este, sobre quienes pesaba el estigma de dedicarse también al robo y, por ello, una discriminación más severa, pero ¿cómo iban a robar haciendo jornadas de 12 horas? ¿Acaso no dormían y el tiempo restante lo dedicaban a ello? No es necesaria una respuesta) A todas se les trataba igual de mal. Los superiores casi siempre eran foráneos y no pocas veces creían ese discurso del poder (el tal Gramsci se refiere a él como "hegemonía" o discurso hegemónico) por el que recelaban de toda esa caterva de extranjeras que, según su opinión, estaban haciendo entrar al país en una espiral de crisis y no todo lo contrario, esto es, manteniendo toda una economía -de las más importantes, por cierto- a base de mano de obra barata, es decir, jornadas laborales interminables y salarios bajos. En una sociedad en la que el dinero es el indicador de tu prestigio social, el valor de las personas se mide en función de este bien abstracto. Esto mismo sucedía en este lugar. Por tanto, las limpiadoras se encontraban entre lo más bajo de esta nueva sociedad dividida entre unos pocos super-ricos, una clase media blanca bien asentada y una multitud de precarios (a los que podemos integrar dentro de esas clases subalternas: clase obrera blanca tradicional muy pauperizada tanto económica como culturalmente, inmigrantes en condiciones de vida muy precarias, etc.). A la división en clases sociales, se unía la discriminación por lugar de procedencia, raza, religión, etnia, sexo... una auténtica fractura social entre personas compartiendo un mismo espacio que solamente se me ocurre comparar con el medioevo ¿nueva servidumbre? Neoliberalismo en su versión más radical.
Pues bien, estos paisanos, junto con otros vasallos y vasallas del reino de Inglaterra (donde hay un poder siempre -siempre se organizan contrapoderes y, por supuesto, no todos los locales se creían lo que decían los poderosos) plantaron cara a la empresa y exigieron el pago de sus salarios. Hasta el momento la actitud de los superiores había sido la de mofarse y recriminar a las trabajadoras que pedían su salario (no un aumento, ni un adelanto, no... simplemente cobrar la cantidad que se les adeudaba). Su actitud cambió de repente cuando vieron a todas esas personas allí plantándoles cara, y digo personas y no vasallos porque es a través de estas acciones que un hombre o una mujer se convierten en seres humanos y dejan de ser fuerza de trabajo (mas similares al empleo de los animales en el campo que otra cosa). Para los que crean que esa empresa genera riqueza y que no son sus trabajadores y trabajadoras quienes lo hacen, les diré que factura millones de libras en el reino de Inglaterra pues se trata de una gran compañía, mientras que a sus trabajadoras les paga poco y mal. Pues bien, fruto de unas negociaciones con la empresa, estos canallas no tardaron mucho en pagar, ya que como digo, no era por falta de liquidez sino de decencia que no pagaban.
Dijo un eminente historiador británico (Thompson) que la lucha de clases se pone en marcha cuando quienes la ejercen toman conciencia de ello, y no por circunstancias inherentes al sistema, como una cuestión estructural, sino por la propia voluntad de los sujetos organizados de manera colectiva. Algo así debió suceder en este cuento que os relato. La lucha de clases -si es que ésta existe, debe de consistir en este tipo de acciones- que pusieron en marcha estos paisanos que forman parte del exilio económico a que nos obliga la situación en nuestro reino se saldó con una pequeña victoria que, si bien no va a hundir al sistema capitalista, representa una grieta en su muro. De eso se trata. Cada vez que un grupo de personas deciden enfrentarse a estas situaciones de forma colectiva, sin más interés que el de la clase que los une, están haciendo un acto revolucionario. Cada vez que logramos sustituir las relaciones a que nos empuja el capital, representadas en el concepto de beneficio, por acciones de carácter fraterno y altruista, estamos haciendo un acto revolucionario. La lucha sindical que representa Solidarity Federation, en este sentido, es un gesto valiente en un mundo injusto. Una verdadera grieta en el muro del neoliberalismo. Gracias por seguir en la lucha.
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