No hay acontecimiento que, en nuestro país, no sea utilizado para sacar pecho o meterse con el adversario ?en una controversia tan interminable como estéril, en la mayoría de las ocasiones?, en el ámbito de la política y de los poderes.
Así, acaba de ocurrir en con tan publicitado como desconocido "informe PISA" sobre la educación. Si en pasados informes salíamos perjudicados, se levantaba el coro de las justificaciones por doquier. Como en el último salimos más favorecidos, enseguida los políticos de las comunidades mejor señaladas, se han dedicado a sacar pecho, adjudicándose los méritos de la buena evaluación.
Pero todo haz tiene un envés. ¿Son los poderes los artífices de tan buenos resultados, por ejemplo, en Castilla y León, comunidad que lidera, entre todas las españolas, el "ranking" del "informe PISA"? Ni mucho menos. Son los profesores y profesoras, los maestros y maestras, que, con su continuada labor, mantienen en un nivel más que aceptable nuestra educación primaria y secundaria. Son las familias, los padres y las madres, quienes, en una labor entregada, tratan de que sus hijos salgan a flote en los estudios.
Pero vayamos al envés que esconde nuestro sistema educativo. Está constituido por recortes y más recortes. El profesorado es, en un plano más allá de lo conveniente, un profesorado interino, sin garantía de continuidad laboral, con medios horarios, con itinerancias, con destinos distintos y distantes cada curso, de modo que no puede conciliar (a quien le toca pasar por tal perspectiva precaria) la vida profesional con la familiar, etcétera, etcétera, etcétera.
Luego, en el caso de las regiones o comunidades autónomas, es la trayectoria histórica de las mismas y su realidad social? la que marca en no escasa medida los resultados. Y, de modo transversal, en las distintas comunidades ?y esto lo decimos por nuestra perspectiva de casi cuarenta cursos de docencia?, hay alumnos, que, por su origen familiar, llegan al centro educativo (escuela, instituto o colegio) con un superávit (atención familiar, profesores particulares cuando se necesitan, etc.), mientras que otros entran en el centro escolar con un lamentable déficit (precariedad familiar, familia desestructurada, padres y madres con un horario de trabajo excesivo, etc.), lo que origina ya no poca desigualdad en oportunidades y resultados.
Sí. En nuestro país, hay mucha afición ?porque nos gusta mucho sacar pecho y fardar y exhibirnos? a establecer "ranking", escalafones y demás parafernalias de los alardes sociales; pero dudo mucho de que estemos cerca de un pacto educativo de verdad. Y, para serlo, hay que contar, de un modo protagonista (como nunca se ha hecho hasta el momento), con el profesorado, que es el que mejor conoce desde dentro, desde la entraña, cómo funciona la educación en nuestro país y cuáles son sus problemas más acuciantes. Y es ?y mucho nos tememos que lo va a seguir siendo, porque hay sectores que no se van a apear del caballo de sus intereses? una asignatura pendiente de nuestro país y de nuestra democracia.
Por todo ello, las euforias pisanas de estos días producen un poco de risa y un mucho de vergüenza. No hay contertulio de cualquier medio de comunicación, ni político, ni gobernante, que no pontifique sobre lo que hay que hacer con la educación en nuestro país; eso sí, una de las recetas que siempre se propone es la de meter en cintura al profesorado.
Todo, menos utilizar la razón para reflexionar sobre esa asignatura pendiente que tenemos todos de configurar, de modo ecuánime y no sesgado ni sectario, un pacto educativo, que luego todos respetemos.
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