Ya están encendidas las luces de Navidad en nuestras calles y en nuestros escaparates. La verdad es que las luces de nuestras calles no hacen ninguna alusión, como sí solían hacerlo antes, al misterio de la Navidad, que es el que les da nombre y sentido. Ni un Niño, ni un ángel, ni la Virgen, ni San José. En definitiva, una iluminación plenamente laica. Y comercial, por supuesto.
La luz en Navidad tiene sentido. El nacimiento de Jesucristo, que es lo que se celebra inicialmente en Navidad, se situó en el 25 de diciembre para sustituir la fiesta romana del Sol Naciente, que se celebraba en el inicio del crecimiento del sol en marcha hacia la primavera y el verano. Para los cristianos, el sol naciente se concreta en el nacimiento de Jesucristo. Por eso, se verá como normal que la estrella de los Reyes Magos venga a situarse en el portal de Belén sobre el pesebre del Niño que acaba de nacer. La estrella reconoce al Sol.
Por eso es normal que la Navidad se celebre iluminando nuestras calles y nuestras casas. Incluso que no sólo se ilumine el portal navideño o Belén, sino que incluso se adorne con luces el árbol de Navidad. A quien no llega la luz navideña evidentemente es al papá Noel.
Pero la luz material no es lo verdaderamente importante. Al fin y al cabo, el signo de la luz se convierte en un símbolo o en una metáfora. Lo importante es el reconocimiento, al menos para los cristianos, de que Cristo aparece y se presenta como Luz del mundo. Que ilumina la negrura de las tinieblas y nos abre un camino seguro para llegar al destino de felicidad que nos espera.
Pero Jesús irá más allá y traspasará la condición de luz a sus mismos apóstoles: "vosotros sois la luz del mundo". Y la luz está para ponerse sobre el candelero y que ilumine el camino de vida y salvación a todos los hombres.
Y ¿dónde podemos encontrar hoy esas luces que iluminan nuestro camino, de individuos y de comunidades, de pueblos o de naciones? Algunos símbolos de claridad, que hasta podría ser considerada navideña, aunque sólo sea por la pura coincidencia temporal, se pueden encontrar en nuestro entorno.
¿Podría considerarse como una cierta luz de esperanza para el pueblo cubano la desaparición de su líder revolucionario Fidel Castro? Ojalá. Aunque pocos lo creen.
Quizá se pueda considerar con esperanza luminosa el avance en la reconquista de la ciudad de Alepo, y la preparación del posible acuerdo del final de la guerra en Siria entre Rusia y Estados Unidos.
¿El triunfo definido de Angela Merkel, que da seguridad y confianza en tiempos de múltiples sorpresas en los referéndums que se convocan? ¿O el triunfo del presidente de Austria de carácter más moderado?
Más luces nos hacen falta. Quizá la única luminaria que orienta al mundo en estos tiempos de controversia sean los discursos y gestos del Papa Francisco. La luz, que empezó viniendo del Oriente, donde nació Jesucristo, ahora acaso nos venga del Vaticano. Y por eso puede ser que algunos islamistas asesinos intenten atentar contra el mismo Vaticano, como acabamos de ver por algún loco de éstos, que ha sido capturado y que iba con esas intenciones.
Tendremos que suplicar de nuevo: "hágase la luz". O al menos suplicar al Salvador, el Sol de Justicia, como los ciegos que se le acercaron a pedir clemencia: "Señor, que vea".
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