Lo primero que evoca el nombre de Fidel es la cuestión de fidelidad. Fidel significa fiel. Desde luego hay que admitir que nuestro personaje ha sido bien fiel a su propio régimen. Nada menos que 57 años; desde 1959 en que triunfó la revolución de los Castro en Cuba.
La fidelidad por lo que se refiere a su educación y a su vida cristiana, ya deja un poco más que desear. Fidel se formó con los jesuitas, primero en el colegio de Dolores, en Santiago de Cuba, y después en el Colegio de Belén, en La Habana. Y parece que mantuvo su condición y su fervor hasta poco después del triunfo de la revolución. De hecho, en las jornadas de Sierra Maestra, en que se preparaba el asalto al poder, me consta por testigos cercanos (hubo sacerdotes españoles colaborando con los rebeldes en ese primer momento, en que trataban de derrocar al tirano Batista), me consta, digo, que hasta se rezaba el rosario.
El cambio de la inspiración cristiana a la profesión comunista tuvo lugar tres o cuatro años después del triunfo de la revolución, cuando Fidel vio que le abandonaban los Estados Unidos y se echó en manos del régimen comunista de Rusia. Desde entonces, incluso después de la caída del comunismo soviético en 1989, permaneció férreamente fiel al ideal y a la práctica del comunismo más radical, y del ateísmo religioso.
Si hemos de intentar hacer un cierto balance, tenemos que reconocer que la política del partido comunista cubano, bajo la orientación indiscutida de Fidel, ha conseguido igualar a todos los cubanos por abajo, sin lograr superar los límites de la pobreza, ya que las tiendas y lugares de distribución de alimentos básicos estaban muchas veces desabastecidos, lo mismo que las farmacias y los servicios de acercamiento de los fármacos y los medios médicos básicos, aunque también los servicios sanitarios llegaran de algún modo a todos, y se consiguiera que hubiera médicos en los más remotos lugares, y aun que hubiera profesionales médicos para ofrecer a otros países de orientación socialista en Latinoamérica y en África.
Aunque no podemos desconocer que los miembros influyentes del partido estaban bien abastecidos. Y por supuesto el mismo Fidel, aunque fuera celoso de mantener oculto el punto cero de su propia residencia, a la que no permitía acceder ni siquiera a sus familiares, y sólo a los amigos más íntimos a su servicio, y cuya mesa al menos estaba abundantemente abastecida.
Para lograr ese mínimo acercamiento de la mayoría de cubanos a los servicios mínimos de alimentación, habitación (a veces varias familias en una misma casa) y vestido, enseñanza y sanidad, el gobierno -dígase Fidel y el partido-, a pesar de la negación firme del mismo Fidel, depuró terriblemente a todos los opositores, eliminando a algunos, encarcelando a un buen número de opositores políticos, y propiciando el destierro de un gran número de cubanos, que se establecieron principalmente en la Florida, especialmente en Miami, a pesar de la prohibición de obtener visados de salida, ni para los Estados Unidos, ni para España, ni para ningún otro país.
La Iglesia misma se vio diezmada y desterrada, reducida a un mínimo de conveniencia y de práctica religiosa mínima, con persecución, no violenta, pero sí moral y de exclusión de los medios de subsistencia y de acceso a puestos de trabajo en cualquier servicio de la administración.
A pesar de todo, con mucha paciencia e inteligencia, la iglesia logró convocar un congreso en torno a los años noventa, y después consiguió la visita de los tres Papas, aun con algún incidente como el caso de las dificultades provocadas para obstaculizar la asistencia de los ciudadanos al encuentro con Juan Pablo II, al que además en algún momento cortaron hasta los micrófonos durante la celebración religiosa.
Con el tiempo, los cubanos fueron consiguiendo y asumiendo una postura más decidida de expresión religiosa, especialmente en las procesiones, sobre todo con la Virgen de devoción popular Nuestra Señora de la Caridad del Cobre.
La entrada de misioneros extranjeros ha sido muy difícil, porque no se concedía la visa de residencia, ni siquiera temporal, para permanecer en la isla. Algún sacerdote español fue expulsado a los tres meses de su llegada por ser demasiado explícito en sus predicaciones.
Es interesante saber que, hace algunos años, se consiguió permiso para celebrar un encuentro de sacerdotes españoles que trabajan en Hispanoamérica. Algún sacerdote no recibió a tiempo la visa para poder acudir a la reunión. Y los que trabajaban en los Estados Unidos ni siquiera intentaron asistir: trabajan en la Florida, donde, especialmente en Miami, hay un gran número de exiliados cubanos. Yo sí pude participar en aquel encuentro, lo que me permitió tener algún conocimiento de la situación de los ciudadanos y de la misma isla.
Iba a haber pronto unas elecciones, al estilo cubano, por supuesto. Y me llamó la atención la propaganda que decía: "Votad al partido unido". Desde fuera, daba la impresión que esa propaganda había que traducirla por "Votad al partido único".
Ante la muerte de Fidel, constatamos la dificultad de muchos cristianos para hacer una oración por él, que bien lo necesita. Pero, sobre todo, hay que hacer una llamada a que los católicos, y en general los hombres religiosos, nos pongamos a levantar oraciones por el futuro -político, humano, social y religioso- de los ciudadanos de Cuba, con los que España se ha sentido siempre muy cercana, y que ellos mismos han visto siempre tan positivamente a esta su querida madre patria. Descansa, Fidel. Adelante, hermanos cubanos, hacia la libertad y el progreso.
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