Siempre recordarás con añoranza, repleta de un inmenso amor, cómo tu padre te deseaba las buenas noches con su ronca voz, mientras mesaba tus cabellos y te daba un beso en la frente para, despacio, en un tenue susurro, te rezaba el padre nuestro para que tu lo siguieses antes de dormir. En esos momentos, sentías la seguridad de un amor definitivo, único, asexuado, profundo e infinito. Esa seguridad del cariño y la fuerza de tu padre no se podían poner en duda. Pocas cosas eran tan seguras.
Antes, un puesto de trabajo fijo era seguro, te concedía la tranquilidad de un sueldo, de una labor y de que, sin mucha suerte, terminarías tu vida laboral en esa empresa, con posibilidad, o no, de ascender, pero era seguro.
Cuando acudías al banco, o a la Caja, sabías que Manolo te atendería en la caja, Fernando te saludaría como director y tenía seguro tu dinero, sabías que cuando te prestaban dinero lo hacían cobrándote intereses y gastos, pero lo hacía Fernando con toda su mejor intención, ¿quién podía dudar de él?, era una persona que te daba seguridad.
Aquel que podía tener un dinerín y lo quería invertir seguro, lo hacía en la Caja, que era segura, hacía labor social y no tenía riesgo, era impensable que la Caja quebrara, cerrara o no te garantizase tu dinero, ¿qué mayor seguridad?.
Cuando podías comprar un piso, todo el mundo, el banco, el gobierno, tu amigo el de la esquina y Pedro te garantizaban que el ladrillo era un inversión segura, que si invertías cinco nunca los perderías y siempre podrías obtener un beneficio, ¿cómo podías pensar que ninguno de ellos te mentiría o no dijese la verdad?, ¿qué hay más seguro que el ladrillo?
Esto fue gracias a unas generaciones que nos legaron una España, una Europa, un mundo, en el que la seguridad era importante, la palabra dada tenía un valor, el respeto, el esfuerzo, el trabajo, la honradez eran valores indiscutibles que tenían su rédito y tenían su recompensa, social y personal. Fue consecuencia de la energía de egregios desconocidos, oscuros personajes que trabajaron, dieron la vida, perdieron su goce sólo y exclusivamente para dejar a sus hijos un mundo mejor y un futuro al que ellos renunciaron y a los que aún no hemos reconocido.
Nosotros, generación de piji-progres nacida en democracia, solvencia, libertad y opulencia, que, honrosas excepciones, ha tenido una vida tranquila, ha dado a sus hijos cuanto han precisado, no se ha limitado en su gozo, son personajes que se merecen la vida, ha criado sus hijos educados en el onanismo que ellos practican, ha abandonado al cuidado de los abuelos para disfrutar de la vida, tienen alta preparación pero desconocen la historia, el pasado, lo que les ha concedido esa vida que sólo ellos se merecen.
Se acabó la seguridad del padre amoroso, del trabajo seguro, de los bancos, de la vivienda, del futuro que nosotros disfrutamos; pero, lo malo es que eso es lo que dejamos a una generación más hedonista que la nuestra, menos consistente que la nuestra, con menos defensas que la nuestra y nos quejamos de que el futuro sea incierto.
Este es el legado a nuestros hijos, tras dilapidar cual Epulón la herencia de nuestros padres y, por tanto, al final de nuestros días, tendremos lo que nos merecemos. Ojalá nuestros hijos despierten y vuelvan a los valores de nuestros padres, haciendo un mundo mejor. ¡Qué vergüenza!
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