In memoriam
Las malas noticias nunca vienen solas. La semana pasada nos dejaba el poeta Marcos Ana. A los pocos días, Fidel Castro. Poco más podré añadir sobre dos figuras sobre las que se han escrito páginas y páginas durante estos últimos días. Difícil decir nada nuevo. Acerca de Fidel, parece que, para ser políticamente correcto, primero habría que contar algo bueno y después lanzar una pequeña crítica sobre Cuba (véanse los excelentes artículos de Alberto Garzón en Eldiario.es, 26/11/2016; o José Sarrión en Público, 26/11/2016). Efectivamente, un país sobre el que penden sus propias contradicciones, especialmente aquella que tiene que ver con que su economía forme parte de los países del Tercer Mundo, fuertemente orientada a la exportación, lo que limita seriamente su "desarrollo" (entendido en términos de la economía política clásica). También el hecho de ser uno de los enemigos históricos de los Estados Unidos, país que les ha sometido a un bloqueo por el que la historia reciente de Cuba es recordada por los cubanos y cubanas como una historia de hambre. No obstante, si de "desarrollo humano" se trata (la ONU utiliza el Índice de Desarrollo Humano como indicador social en base al disfrute de una vida larga y saludable, educación y nivel de vida digno), este pequeño país del Tercer Mundo se sitúa según el último informe en el lugar 67, colocándose entre los países con un Desarrollo Humano Alto (según informaba el Diario Granma, 4/01/2016). Compararlo con el de Haití, en el puesto 163 (con un índice de pobreza que devora al 80% de su población) podría resultar demagógico, pero no podemos olvidar que estos dos países comparten el mismo mar, el mismo lugar dentro de una economía globalizada, es decir, que solamente les diferencian sus gobiernos y la orientación que sus gobernantes imprimen a sus políticas. España ocuparía el lugar 26 de este particular ranking.
Sin embargo, yo no soy una persona muy aficionada a las cifras o que confíe en este tipo de datos. Considero que pueden demostrar todo y nada al mismo tiempo y, del mismo modo que yo las puedo emplear para expresar las bondades de Cuba, habrá quien tenga listas otras para hablarnos de todo lo contrario (así, la casi siempre maliciosa neutralidad de El País, 28/11/2016). Fidel es sin duda una de las grandes figuras del siglo XX, junto con las de Ernesto Guevara, Salvador Allende y Hugo Chávez. Pero su lucha no ha de rememorarnos algo pasado, sino una cuestión que forma parte de nuestro presente: cómo un país es capaz de tomar otro rumbo, plantarle cara al capitalismo y mantener la dignidad. Nos habla de una población que toma conciencia de su situación y luchan por transformarla, obteniendo grandes logros pero al mismo tiempo confrontando las contradicciones a las que les empuja su posición dentro del orden del mundo (ese orden tan bien descrito por Hardt y Negri en su obra Imperio). Esa es la lección de Cuba. Lección que podría haber aprendido Tsipras, por ejemplo, entre muchos otros líderes políticos de izquierdas. Ese es el legado de Fidel. Esa es la diferencia entre una personalidad excepcional (histórica en el buen sentido del término) y una personalidad mediocre. Esa es la diferencia, en definitiva, entre poner en marcha una revolución como acontecimiento, en el sentido que le otorga Alain Badiou (El ser y el acontecimiento), o no.
Me hace gracia cómo muchos compañeros y compañeras me tachan a menudo de izquierdista cuando empleo la palabra revolución en mis textos, incluso los términos de fascismo o comunismo. Siempre les digo, medio en broma medio en serio, que, si aquellos que se embarcaron en el Granma (el barco que llevó a Fidel, Ernesto Guevara y otros guerrilleros de México a la región Oriental de Cuba), hubiesen tenido en cuenta las condiciones objetivas para la revolución jamás se habrían embarcado para desencadenar uno de los procesos más bellos del pasado siglo. Precisamente, volviendo a la actualidad de Cuba, ese es el gran reto que afronta en la actualidad la isla: la dimensión subjetiva que toma el control capitalista sobre sus gentes. Los cubanos y las cubanas no son distintos de nosotros y nosotras y también quieren tener la última tablet o un buen I-phone desde el que conectarse a Internet. Y esa es la veta por la que el enemigo se está introduciendo, como si de una quinta columna se tratase, en el país, a través de divisas en dólares, antenas parabólicas apuntando hacia Miami y un comercio sexual que pone de manifiesto la destrucción de las relaciones personales dentro del voraz consumismo capitalista. En las sociedades del presente, casi todo se puede comprar, casi todo se puede vender. Incluso en Cuba. Ese es su gran reto, como digo, ya que sus enemigos no pudieron someterles militarmente tras el intento de invasión por parte de la administración Kennedy en bahía de cochinos. Así como a través de la financiación de actividades terroristas desde el lobby mafioso financiero de Miami, lugar de residencia de buena parte de la denominada "oposición" o "disidencia" cubana. En este sentido, la prensa tiene doble vara de medir y dónde aquí son denominados como disidentes allí son terroristas, igual que sucede con la oposición en Venezuela o en otros tantos lugares del planeta. Cuando se habla de países que deciden tomar otro rumbo, se pone de manifiesto el miedo del establishment a través de sus medios de comunicación (estudiado por Owen Jones en su obra homónima -The Establishment), que necesariamente sienten la necesidad de definir al Estado cubano como "régimen" de los Castro, dictadura y otros descalificativos similares. Aunque de esto otro no habla Owen Jones en su obra. Lejos de que esto sea cierto o no, yo pienso que el Estado cubano no es menos democrático que cualquier Estado de las denominadas "democracias" occidentales, especialmente si lo estudiamos desde el sentido que le otorga Pierre Bourdieu en Las estrategias de la reproducción social (análisis también válido para ver el funcionamiento de los partidos políticos; de los viejos y de los nuevos). Es más, que incluso, desde muchos puntos de vista, sus políticas verdaderamente benefician a su población de manera más clara que en muchos otros países, a pesar de sus limitaciones. Ese miedo es un indicador de que no es imposible cambiar las cosas, sino todo lo contrario, esto es, es un indicador de que el hecho de que el poder sienta ese miedo nos pone sobre la pista de que su control, al menos todavía, no es absoluto. Fidel supo interpretar esa realidad y se lanzó a la aventura revolucionaria. Su determinación fue su mejor aliado.
Esta semana ha sido una semana en la que hemos podido ver sus discursos, recordar sus reflexiones, rememorar sus hazañas. De todos ellos me quedo con el último. De nuevo, ese viejito de aspecto quijotesco, cuya imagen nada tenía que ver con ese otro hombre barbudo que desafiaba al capitalismo ante la asamblea de las Naciones Unidas, nos daba una lección de lucidez en el VII Congreso del Partido Comunista Cubano, a punto de cumplir noventa años (todo un siglo). En él Fidel nos hablaba de tiempos de crisis. Una crisis que ha situado a Cuba en un espacio de desarrollo humano (reconocido, insisto, por las propias Naciones Unidas) frente a otros países no sólo de la región Caribe sino del resto del globo. También señalaba los nuevos retos para los revolucionarios y para las revolucionarias del siglo XXI, fruto de nuestra propia conciencia. Hablaba del comunismo como el concepto más distorsionado y calumniado de la historia por parte de aquellos y de aquellas que se aprovechan de unas relaciones sociales desiguales que condenan al hambre, a la guerra y al exilio a millones de personas. Nos instaba a adaptarnos a la nueva realidad y señalaba el desastre climático y de recursos medioambientales o la capacidad armamentística y destructiva de las grandes potencias como los grandes problemas que nos mueven a enfrentar el sistema capitalista desde una conciencia socialista o comunista. Finalmente, mantenía la esperanza de que no tuviésemos que esperar otros setenta años para experimentar una nueva revolución social. Poniendo en marcha las palabras y el ejemplo de Fidel, seguiremos adelante, como junto a ti seguimos. Y con Raúl -y el resto de cubanos y cubanas, así como de revolucionarios y revolucionarias de todo el mundo- te decimos: Hasta siempre, comandante. Hasta siempre Fidel.
Liverpool, diciembre de 2016.
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