A pesar de que, oficialmente, España pasó a ser un país democrático el 29 de diciembre de 1978 con ocasión de la entrada en vigor de nuestra Constitución, no es exagerado afirmar que empezamos a creérnoslo a últimos de 1982, cuando la llegada al Gobierno de Felipe González se produjo con toda naturalidad. Este debut trajo aparejada una doble consecuencia: por un lado, suponía para nuestra incipiente democracia la constatación de la primera alternancia en el poder de dos formas distintas de entender la política; además, dada la gran diferencia de escaños entre los dos primeros partidos y el resto, venía a instaurarse de forma clara la hegemonía del bipartidismo. Con más de un recelo, pero sin sobresaltos, los españoles comenzábamos a creer en la Transición. La palabra consenso, desconocida ?por no usada- hasta entonces, se hacía realidad en el día a día. Las dos Españas comenzaban a mirarse a la cara sin temores. Se podía constatar que, en contra de cuanto se había pontificado hasta entonces, los de izquierdas no tenían rabo ni cuernos, y los de derechas no estaban todos en la banca ni bajo palio. Esa misma banca y los grandes capitales tardaron poco en comprobar que, con el PSOE en el gobierno, no se topaban con el enemigo. A nivel internacional, también la socialdemocracia europea abandonaba prioridades laborales y sociales, para dar más importancia a cuestiones más próximas al capitalismo, como control de la inflación, política de privatizaciones o flexibilidad de las normas laborales Y lo más importante, en los temas de interés nacional, gobierno y primer partido de la oposición fueron siempre al unísono.
Sabido es que el poder desgasta, más aún cuando se ejerce en una nación nada sobrada de recursos; pero sería faltar a la realidad no reconocer los logros y mejoras alcanzados en las cuatro legislaturas de Felipe González. Los gobiernos que le precedieron bastante tuvieron con poner en marcha la maquinaria de la democracia que necesitaba un buen engrase. De ese período cabe resaltar la firma de los Pactos de la Moncloa -de donde surgió la vigente Constitución-, el ocaso de la UCD y el triste espectáculo del 23-F. Todo ello, junto a la visión política de Felipe González, hizo posible el primer triunfo aplastante del socialismo en octubre de 1982. A esa victoria siguieron tres más, tiempo suficiente para llevar a cabo una serie de realidades que cambiaron la cara a España: firma del Tratado de Adhesión a la Unión Europea, la Olimpiada de Barcelona, la Expo-92 de Sevilla, puesta en marcha de la primera línea de AVE, privatización de alguna empresa poco rentable y un largo etc. que nos pusieron entre los países a tener en cuenta. En política exterior los gobiernos presididos por Felipe González estrecharon lazos con los países tradicionalmente afines y, a la vez, limaron asperezas con quienes nos habían tenido ninguneados. Del "OTAN, de entrada NO" se pasó al Referéndum para no salir de ella.
El ocaso de Felipe González obedece a varios motivos. Después de cuatro legislaturas intentando reconducir la endeble economía española, cualquier gobierno habría tropezado con la necesidad de incumplir alguna promesa electoral contemplada en los programas y luego desoída a la hora de tomar medidas. La flexibilización del mercado laboral -imprescindible para atacar el desempleo- que le originó la primera huelga general, los escándalos de corrupción, ni menos numerosos ni de menores cuantías que los de otros partidos ? PSV, AVE, EXPO-92, Roldán, Paesa, ERE, etc.-, el importante aumento del desempleo, los desequilibrios financieros y el GAL, trajeron la primera derrota del socialismo, que se "quemó" en marzo de 1996. Pero, repito, en temas como la unidad de España, la lucha contra el terrorismo ?excepción hecha del grave asunto del GAL- o la política exterior, el PSOE de Felipe González nunca se apartó de la Constitución, en la oposición ni en el gobierno.
El problema grave para el PSOE y para España fue la aparición en la escena política del hombre más nefasto en esta etapa de democracia: José Luis Rodríguez Zapatero. Sugestionado por un profundo revanchismo, ayuno de lógica y racionalidad, y muy mal asesorado, quiso acabar con la trayectoria centrada que había mantenido el PSOE hasta entonces. Comenzó su mandato denigrando al Ejército en la forma de retirarle de Irak; mintió descaradamente cuando negó las negociaciones secretas con ETA, lo mismo que mintió a la hora de explicar la verdadera situación económica de las arcas nacionales; por desconocer lo que es un hombre de Estado, hizo promesas a los nacionalistas imposibles de cumplir sin atropellar la Constitución; por las mismas carencias se unió a foros un tanto etéreos olvidándose de los verdaderamente transcendentes. Por último, en el debe de Zapatero, y de su aventajado discípulo Pedro Sánchez, hay que anotar la responsabilidad de que partidos populistas que llevan en su ADN romper la unidad de España ? y acabar con el PSOE- gobiernen en Autonomías y ciudades con el apoyo socialista. Ambos gozan también del dudoso honor de que, despreciando la Constitución, seguidores suyos hayan suscrito acuerdos municipales y autonómicos en los que se considera "nación" alguna comunidad autónoma y se las pretende dotar del "derecho a decidir". En el colmo de la felonía, hay algún político socialista que "hace bulto" en una manifestación donde se pide la libertad a un grupo de cobardes independentistas que, amparados en la masa, agredieron a dos agentes de la Guardia Civil. Este no es el PSOE que gobernó España. En algún momento debe volver el sentido común, porque, de seguir así, y parafraseando a Don Luis Mejía, podríamos decirles a Zapatero y Sánchez que, con el socialismo que practicaron ambos, a esta Doña Inés llamada España: Imposible la hais dejado, para vos y los demás.
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