11/noviembre/viernes
Voy a un centro de salud para ponerme varias vacunas con motivo de mi viaje a Vietnam el próximo domingo. Las vacunas son necesarias para moverse con más tranquilidad en numerosos países. Es latoso, pero mejor poner remedio antes que lamentarse después. Las vacunas son un seguro de vida ante las enfermedades que pueden atacarnos en países donde la salubridad es dudosa o donde algunos mosquitos pueden transmitirnos la fiebre amarilla, el dengue o el zika. El paludismo o malaria ya son palabras mayores, sobre todo porque aunque hay medicinas que pueden amortiguar o salvar sus efectos aún no hay una vacuna autorizada y salvadora.
Las consecuencias de no prevenir, antes que curar, pueden ser fatales, o al menos causar molestias enormes. Yo sufrí en 1993 en Cuba, un episodio muy doloroso. Fue en el Hotel Nacional de La Habana. Esta allí hospedado junto con tres amigos con los que fui a conocer la Cuba de Fidel. El caso es que nos dejamos de tomar, como es preceptivo, daiquirís en El Floridita y mojitos en La Bodeguita del medio. Dos lugares sacrosantos del viaje a esa isla hermosa, sobre todo porque Ernest Hemingway los puso de moda. Dejó escrito : "My mojito in La Bodeguita y my daiquirí in El Floridita". El Nobel autor de "El viejo y el mar" se movía con soltura por La Habana, además de por Cojímar, población a siete kilómetros de la capital donde "el viejo" tenía anclada su barca y con la que navegaba con el escritor, del que llegó a hacerse amigo.
El caso fue que tanto el mojito como el daiquirí llevan muchísimo hielo, y en aquella Cuba a la que yo visité el agua no tenía control de ningún tipo. Eran tiempos duros, de gran escasez, de una economía en bancarrota, e infraestructuras desastrosas. ¿De dónde llegaba el agua a esos históricos bares?¿Se depuraba? Supongo que no, porque a los pocos días de mi estancia allí me asaltaron unas fiebres que me rompían la cabeza de dolor. Alcancé los 40 grados de fiebre y algunas décimas. Y no había manera de solucionar el problema. Medio muerto en la habitación del hotel, sudando a chorros, me visitó un médico que me dijo que había ingerido posiblemente agua contaminada, que me pondría una inyección de una medicina propia para el caso y que se me pasaría pronto. Empecé a respirar, pero surgió un problema: no había en todo el hotel, la joya de la corona cubana, ni una sola aguja para inyectarme, ni tampoco lo había, dijo, en ningún hospital cercano. Rusia, la proveedora de Cuba, sufría grave crisis económica y no estaba para ayudas a sus hermanos comunistas. A base de paños de agua fría pasé varias horas, al cuidado de mis amigos, hasta que por fin quedó libre una jeringuilla. Era enorme, grande, como las que utilizaba Don Exuperio, el médico de Cañizo, en los años cincuenta y sesenta. Una jeringuilla que el doctor cubano puso a hervir en un recipiente para desinfectarla. Fue mi salvación. En muy poco tiempo noté los efectos de la medicina, supongo que antibiótica. Al día siguiente por la mañana estaba como nuevo. Salí a la calle de nuevo con los amigos, pero no volví a probar ni mojitos ni daiquirís.
A Cuba realicé dos viajes más, en 1994 y 1996. De un lado para otro, con base en La Habana, descubriendo toda esa isla encantadora, cautivadora, pero nunca volví a beber ni agua ni cócteles que contuvieran hielo. Sólo cerveza y vino, botellas que había que destapar. No obstante, siempre he tenido la duda de si la causa de mi mal fue una botella de agua mineral que había en la neverita del hotel, y de la que bebí por la noche. La botella estaba cerrada con su chapa reglamentaria, pero después me contaron que era habitual que los operarios del hotel bebieran las botellas de las neveras de las habitaciones y después las rellenaban del grifo. Volvían a colocar la chapa, la apretaban bien y la dejaban como si nunca nadie hubiera abierto las botellas. Una canallada que es frecuente en muchas partes del mundo. Por eso toda precaución es poca. En Cuba abría los cocos, tan abundantes en los puestos callejeros, y los abría yo mismo para beber su agua. Y es que un gran viaje por países exóticos y lejanos puede convertirse en un suplicio si no se toman las medidas oportunas. Toda vigilancia es poca.
Por la noche tengo un encuentro con tres amigos entrañables. Siento necesidad de hacer exaltación de ellos y de su amistad. A fin de cuentas, en la vida lo que más nos llena a todos son las emociones. A mi por lo menos. Los amigos suponen el bálsamo imprescindible que todos necesitamos en medio de la marabunta de este mundo globalizado, politizado y deshumanizado.
Jerónimo Rando me invita a cenar al Dámaso, posiblemente el restaurante mejor de Castilla y León, y desde luego de Valladolid. Cocina que mezcla los sabores tradicionales con otros de textura nueva. Un mundo de sensaciones. La evolución culinaria en España es realmente prodigiosa, y en eso trabaja bien Valladolid desde su Concurso Nacional de Tapas y Pinchos, que se ha celebrado a lo largo de la semana pasada. La Escuela Internacional de Cocina de la Cámara de Comercio e Industria de Valladolid realiza al mismo tiempo un Concurso Internacional de Jóvenes Chef y el resultado es espectacular. La fusión de culturas, sabores, olores y alimentos está generando una forma muy distinta de disfrutar de la comida.
Pero para que una comida, o una cena, tengan los ingredientes necesarios la clave está en la compañía de la mesa, como la de esos amigos imprescindibles, esos que siempre caminan al lado nuestro. Todos nos sentimos vulnerables, y el asidero del amigo, como un cayado, como la vara del peregrino a Santiago, es vital. Lo dijo como nadie Albert Camus: "No camines delante de mi, puede que no te siga; no camines detrás de mi, puede que no sea un guía, sólo camina a mi lado y sé mi amigo". Javier Aguirre, generoso a raudales, Víctor Peral, la alegría de un alma entrañable y Jerónimo Rando, un hombre joven que habla con la sabiduría de un abuelo. Todos, y todas, hasta bien entrada la noche en conversaciones inacabables. Una maravilla.
12/noviembre/sábado
Día tranquilo, pausado, casero. Me dedico a Rumbo, a cocinar sepia con habitas, un plato marinero, y a hacer la maleta. Todo muy sencillo. En la calle hace frío y la niebla se extiende como un manto familiar. Esto es Valladolid, ejemplo de clima continental, y no Barcelona, ejemplo de la dulzura mediterránea. Mañana a las cinco iré a Madrid, a la T1, a embarcar con Rodrigo hacia el Vietnam vía Moscú.
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