Dom 1º de Adviento, ciclo A, año par. Is 2, 2-5. Comienza el año litúrgico, una vez más, con Adviento, el mes de la esperanza: El anuncio de la llegada de la Navidad.
Comienza así el año 2017, abriendo un mensaje de paz , y la lectura principal es la de Isaías, profeta de la esperanza, cuyo libro se ha llamado muchas veces el Quinto Evangelio, especialmente porque contiene el pasaje que hoy se lee en la liturgia, uno de los textos más famosos de la historia de occidente, el Canto de los Peregrinos de Sion, "Montaña de Dios", que es montaña de Paz para los hombres.
Antes de presentar y comentar el texto quiero ofrecer cuatro reflexiones , que nos pueden ayudar a situarlo y comprenderlo en nuestro tiempo:
1) Is 2, 2-5 transmite la más honda esperanza de la Biblia: Todos los pueblos caminarán a Sión, montaña simbólica, donde encontrarán la paz como regalo del mismo Dios creador y aprenderán a cultivarla, rompiendo las armas para siempre, para adiestrarse ahora en la paz.
2) El monte actual de Sión, en Jerusalén, no es lugar de paz, sino de enfrentamiento entre pueblos, de fuerte imposición, de duros atentados. Eso significa que no se ha cumplido todavía la esperanza de la Biblia, no solamente allí (en la ciudad simbólica de Jerusalén), sino en el mundo entero, que debía convertirse en nueva Jerusalén.
3) Hay en las tierras del mundo un Monte y Morada de Paz, que debía ser la Iglesia, y en especial, la Católica, que se llama y quiere ser universal, lugar donde se acoge en paz a todos, lugar donde se inicia y enseña un camino de paz universal, por encima de razas y culturas, de religiones y de Iglesia.
4) Sólo así se puede superar (destruir) la Sociedad del Escándalo, de la que he tratado ayer, de la mano de Bernardo P. Andreo . Is 2 anuncia y exige que rompamos las armas, que las pongamos al servicio de la paz... Esa misma dinámica de la profecía nos lleva a romper esta Sociedad del Escándalo, que es la guerra de unos cuantos contra todos... Romper las armas de esa guerra implica destruir los principios económicos, financieros de esta sociedad capitalísta, escandalosa, asesina.
Por eso he querido presentar esta postal como Adviento con Isaías, es decir, Adviento con la Iglesia convertida en monte y escuela de Paz:
-- Una Iglesia que no enseña simplemente la paz, con bellos sermones y libros, con encíclicas y manifestaciones retóricas, sino que es ella misma una encarnación de la esperanza mesiánica, un principio de paz para pueblos y gentes.
-- Una iglesia que sea Insumisa... por el evangelio, como evangelio encarnado , empezando a romper en su interior las Armas ideológicas de la muerte (como dice el feliz título de un libro de F. Himkelammert, a quien recuerdo como hombre y cristiano de paz en Costa Rica).
-- Una Iglesia que dice a los estados que se desarmen, que empiecen ya a desarmarse, no por impotencia, sino por superabundancia de gozo esperanzado, por un poder más alto de concordia y de comunión humana.
(Traté hace tiempo de este tema en El Camino de la Paz, Khaf, Madrid 2010; hoy vuelvo a retomar algunos argumentos que allí había desarrollado).
Texto. El Monte Sión
Al final de los tiempos estará firme el Monte de la casa del Señor...
hacia él confluirán las naciones, caminarán pueblos numerosos.
Dirán: venid, subamos al monte del Señor;
él nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas...
Será el árbitro de las naciones, el juez de pueblos numerosos.
De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas.
No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra
(Is 2, 2-5; cf. Miq 4, 1 ss.)
Monte Sión, universidad de paz
Los profetas de Israel (al menos algunos de los más importantes) definieron a su Dios como fuente de paz. Por eso, pidieron a sus fieles que no acudieran a las armas, porque él mismo les defendía. De esa manera desarrollaron el tema de la no-violencia activa. Para responder al Dios de paz, sus fieles tienen que renunciar a la guerra, es decir, des-armarse, respondiendo así al ofrecimiento creador de Dios:
Ay de los que bajan a Egipto por auxilio, confiados en su caballería...
Porque los egipcios son hombres y no dioses;
sus caballos son carne y no espíritu (Is 31, 1-3).
Bajar a Egipto significa acudir a la guerra, pidiendo el auxilio del Faraón, en contra de otros reyes de oriente. Pues bien, en contra de eso, la paz bíblica no se alcanza con pactos militares, que son una forma larvada de guerra, sino a través de una confianza superior en Dios, es decir, en la raíz de vida y de diálogo de la humanidad, una paz que se expresa en la comunión, a través de la palabra. Por eso hay que invertir de un modo radical el tipo de educación. Existía entonces y sigue existiendo ahora una educación para la guerra, expresaba en los ejercicios y pactos militares. En contra de eso, debe instaurarse una educación para paz, expresada en el diálogo y comunicación entre todos los hombres.
Conforme a ese pasaje, la misma existencia de un ejército va en contra de Dios, pues está mostrando, físicamente, que sus fieles (los hombres, creador por él) no creen en la paz por la palabra. En esa línea, el ejército en cuanto tal aparece como idolatría: una forma falsa de entender la realidad. El verdadero ídolo de un pueblo (el más peligroso) no es una estatua de piedra o madera, sino su armamento y soldados.
Las mismas torres militares, los caballos y carros de combate, es decir, las armas de guerra, van en contra de la identidad de Dios y del don y promesa de vida, que se muestra en cada niño que nace (cf. Is 2, 7-9). Los soldados en cuanto individuos pueden ser muy buenos, pero el ejército en cuanto tal es una institución perversa, va en contra del Dios de Isaías. Por eso, cuando los reyes de Damasco y Samaria amenazan con su ejército a Sión, el profeta responde presentando a un niño:
Ten cuidado, está tranquilo, no temas, ni desmaye tu corazón...
He aquí que la doncella concebirá y dará a luz un hijo
y le pondrán por nombre Emmanuel, Dios con nosotros (cf. Is 7, 13-14).
La defensa de la ciudad está en el niño que nace y en la madre que le cuida, no en los soldados. Mientras haya madres que eduquen a sus hijos para la paz, Dios se mostrará (se revelará) sobre la tierra.
No se trata de mejorar el ejército, como ha dicho la ministra del ramo en España, sino de crear conciencia y condiciones de justicia y de diálogo de paz entre los pueblos.
El Monte de la Casa del Señor
En otro tiempo, muchos israelitas habían pedido a Dios que les ayudará en la Guerra Santa y así luchaban, confiando en que el mismo Dios les daría la victoria. Pero ahora el profeta les pide que crean, sin hacer guerra, sin entablar batalla, siguiendo el modelo de Ex 14-15, cuando los fugitivos de Egipto habían confiado su defensa a Dios y Dios les había liberado.
En otro tiempo, el signo de la liberación había sido el paso por el mar, a pie enjuto (mientras se ahogaban los enemigos). Ahora, en cambio, el signo de paz es un niño de debe nacer, en quien se halla encarnada la promesa de Dios.Desde aquí se entiende la profecía del Emmanuel, en cuyo contexto se sitúa Is 7, 13-14:
«Porque un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado?
y se llamará Admirable Consejero, Dios Fuerte,
Padre Eterno, Príncipe de Paz» (Is 9, 6).
En este ambiente surgen y se entienden las palabras más consoladoras y exigentes de la utopía pacificadora de los israelitas que han renunciado a las armas para defenderse.
Al lado de Dios, no hay lugar para las armas, pues Dios lo ha creado todo a través de la Palabra (Gen 1), no por medio de algún tipo de guerra. La Palabra de amor crea (es Dios), la guerra destruye (no es divina). El Dios israelita no tuvo que luchar cuando creaba el mundo; tampoco los israelitas habrán de hacerlo, como muestras las palabras centrales del manifiesto ya citado:
Al final de los tiempos estará firme el monte de la casa del Señor...
De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas.
No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra
(Is 2, 2-5; cf. Miq 4, 1 ss.)
Para superar la violencia de un sistema que domina por la armas, que las utiliza que para imponerse, tenemos necesidad de una educación distinta, de una una enseñanza de paz (Dios mismos nos instruirá en sus caminos...). Tenemos necesidad de un compromiso humano, en una línea más personal (no se adiestrarán para la guerra) y más material (de las espadas forjarán arados...).
Esa nueva praxis, definida aquí en forma negativa (¡no se adiestrarán...!) y positiva (¡de las espadas forjarán arados!), no puede ser el resultado de un pacto del sistema (pues los pactos necesitan armas, han de ser sancionados por la fuerza), sino que ha entenderse como alianza de humanidad, gratuitamente.
El Dios que supera la guerra, una Iglesia...
En otro tiempo, la ley del Monte Sinaí (cf. Ex 19-24), centrada en el decálogo y dirigida a los israelita, seguía manteniendo la paz de este mundo con medios de violencia y así justificaba la guerra y la pena de muerte. En contra de eso, la nueva ley del Dios de Monte de Sión, será enseñanza de paz, para todos los pueblos (pues es imposible la paz sin universalismo).
El mismo Dios/Yahvé se revelará desde su monte, enseñando la paz, de manera que los hombres dejarán las tácticas de guerra, licenciarán los ejércitos y convertirán las armas en aperos de trabajo. Ése es el Dios que habita en la conciencia de los hombres, para hacerles portadores de Paz, por medio de la Iglesia, es decir, de una comunidad de hombres y mujeres desarmados... pacificados.
En esa línea se podrá entender incluso un salmo que, en principio, parecía justificar la guerra santa, con la victoria final (militar) de Dios desde Sión:
Venid a ver las obras del Yahvé, sus prodigios en la tierra:
pone fin a la guerra hasta el extremo del orbe,
rompe los arcos, quiebra las lanzas, prende fuego a los escudos.
Yahvé es conocido en Judá; su fama es grande en Israel,
su refugio está en Jerusalén; su morada, en Sión.
Allí quebró los relámpagos del arco,
el escudo, la espada, la guerra (Sal 46, 9-10 ; cf. Sal 76, 2-4).
No se adiestrarán para la guerra. Educar para la paz
La Iglesia está comprometida a ofrecer y enseñar el camino de paz de Jesús, desde los pobres y excluidos, no con pactos de Estado, ni con grandes palabras, sino con el testimonio de su vida. Educar en la paz mesiánica no es para ella algo secundario, una asignatura más, sino su propia esencia.
La Iglesia tiene que romper el pacto con los ejércitos, con los poderes de la guerra, para reunir en ella sólo a los que creen en la paz y se comprometen por ella.
Es importante la doctrina, pero mucho más importante es el testimonio de la Iglesia, que puede y debe presentarse como educadora de paz, no en teoría, sino en la misma calle de la vida, desde los más pobres, como hizo Jesús, iniciando con ellos un camino que lleva a Jerusalén (paz mesiánica). De esta educación para la paz, propia de la Iglesia y de otros grupos religiosos y sociales, depende el futuro de la humanidad. O aprendemos a vivir en (para) la paz o acabamos matándonos todos.
Para educar así en la paz, la Iglesia debe introducir su palabra (introducirse) en el proceso educativo y en la vida social, en la familia y en el mundo y en los medios de comunicación, ofreciendo la alternativa de Jesús encarnada en sus instituciones eclesiales. No se trata de enseñar unos contenidos separados de la vida, ni de una crear una nueva asignatura escolar para los niños, titulada quizá, Educación para la Paz, cosa que puede ser buena (¡mientras los padres seguimos en nuestras guerras!), sino de lograr que los cristianos sean, en particular y como Iglesia, hacedores de paz.
La Enseñanza de Sión: Una educación para la paz
No se puede hacer la paz sin cambio económico y sin superar las instituciones de violencia que hoy dominan sobre el mundo, pero esa superación no se puede hacer por guerra, sino a través de un diálogo entre todos los grupos sociales y con un compromiso especial de los creyentes (los que creen en Dios o en la Realidad suprema, como Paz). No se puede hacer la paz sin un cambio cultural y político? y, sobre todo, sin una transformación radical de las personas.
No hay educación para la paz sin un fuerte desarrollo afectivo y un intenso compromiso a favor de los niños etc. (en esta línea habría que seguir desarrollando todo lo anterior). La educación para la paz no es una asignatura escolar (aunque pueda serlo), sino un proyecto y programa de vida, de niños y mayores, a favor del ser humano, un proyecto que puede y debe expresarse ya como una huelga activa, universal no-violenta, pero muy intensa, en contra de las instituciones y sistemas que se oponen al despliegue de esa paz.
El único realismo es aquí la utopía de la paz. No podemos ser "realistas violentos", buscando un pacto entre los poderes fácticos (capital, ejército, medios de comunicación?), como se ha venido haciendo, con resultados siempre negativos. Hay que pasar de la política de los pactos a la "ruptura mesiánica de Jesús, a la paz del Monte Sión, fundada en el perdón y la concordia, en el regalo de la vida.
La Iglesia, una insumisión pacificadora
Ciertamente, el proyecto es arriesgado y, por eso, los cristianos siguen diciendo "y no nos dejas caer en la tentación", pero ellos confían en el Padre a quien dirigen su plegaria y deben comprometerse en el camino de la paz, de una forma activa, sin violencia activa, pero muy provocativa.
En ese contexto he venido hablando en este blog de una gran huelga económica, política y militar, que ha de estar dirigida en contra de las instituciones de violencia humana, de violencia armada, y he defendido la insumisión total de de los cristianos, que es ya posible, hoy, el año 2016, una insumisión activa, provocadora, cradora... como la de Isaías, como la de Jesús, que subió a Sión ofreciendo la paz (y siendo asesinado por ello).
Tiene que tratarse de una insumisión provocadora, como la de Jesús, cuando subió a la Jerusalén armada montado en un asno de paz y entró de esa manera (¡sobre el asno de paz!) en el mismo templo, defendido por la guardia militar de los sacerdotes (cf. Mc 11, 1-11). Sólo si la Iglesia opta de esa forma por una "insumisión provocadora y amorosa", al servicio de los pobres, en gesto de paz, podrá decirse que ella cree de verdad en su evangelio, es decir, en su oración del Padrenuestro.
Es hora para la gran mutación de la Iglesia. Este gesto de insumisión creadora ha de hacerse ya, sin esperar más (este año 2016), culminando así la ruptura del pacto constantiniano, que había vinculado a la iglesia con los poderes políticos y militares (en el imperio romano ambos eran inseparables). Antes, quizá, eso no era posible. Sólo algunos profetas como Francisco de Asís veían la necesidad evangélica de superar toda la "política armada". Hoy empezamos a verlo ya todos, sin necesidad de ser profetas, siendo sólo cristianos. En nombre de ellos pido a las iglesias, y en primer lugar a la mía, a la Católica Romana, que abandone su pacto con las armas, desde los aspectos más folclóricos (la Guardia Suiza) hasta los más profundos (sus vinculaciones con el capitalismo mundial y con los jefes de Estado).
Esa insumisión de conjunto de las iglesias no se puede tomar como un "insulto" a los estados (que, por ahora, seguirán utilizando las armas), sino como el mayor de todos los favores que los cristianos pueden hacer a los estados: enseñarles a que no sean absolutos, abriendo ante ellos, ante todos los hombres, una experiencia nueva de paz, como signo y principio de la mutación cristiana. En esa línea se sitúa lo que he venido llamando la "mutación evangélica", el surgimiento de un hombre nuevo que hace la paz, como indica de forma profética Ef 2, 15, un tipo de hombre que ha empezado (debe empezar) a mostrarse en la Iglesia y en otros lugares donde se debe anticipar la paz futura.
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