Cuenta una leyenda árabe que había una vez un viejo amargado pesimista, que, a pesar de sus años, no había aprendido a vivir, ni a morir. En su presencia el amor, la bondad, la poesía, embestidos por el ventarrón del pesimismo se empañaban y se hacían áridos.
Dios se dio cuenta de la destrucción que el pesimismo obra en el mundo, y decidió darle una solución.Pobre, pensó Dios, apuesto que nadie le ha querido. Llamó a un niño y le dijo: Anda a dar un beso a aquel pobre viejo.
Enseguida el niño obedeció y lo besó. El viejo quedó muy admirado, él que no se admiraba de nada. En efecto, nadie jamás le había dado un beso. Y así el pesimismo abrió los ojos a la vida, y murió sonriendo al niño que lo había besado
Sin amor no hay vida, ni sueños, ni ilusiones, ni paz. Sin amor, se muere la alegría, no hay sacrificio ni entrega. El amor es el don más grande. Quien ama y se siente amado, posee la llave de la fortuna. Sólo es el que da color y sentido a la vida. El que se siente amado es feliz y es capaz de superar todos los obstáculos del mundo.
Dios es amor. Él nos amó primero y "Él dio su vida por nosotros y nosotros debemos dar la vida por los hermanos".
Jesús tuvo muchos gestos de amor, gestos grandes y pequeños. Aunque fueran gestos insignificantes, tenían un valor eterno, pues rezumaban amor divino. El gesto del lavatorio de los pies, es un gesto delicado y sencillo en el que con el agua se derrama el gran amor de Jesús. Él nos amó hasta el extremo. El amor de Cristo es don, amor que se da, que se entrega por todos. Él nos dejó este mandamiento:"aménse mutuamente como yo los he amado". Muchas tareas encomendó Jesús a los discípulos: anunciar la Buena Nueva, sanar a los enfermos, resucitar a los muertos, pero la más importante de todas ellas era, sin duda, la de vivir amándose unos a otros. El amor fue, y tiene que seguir siendo, el distintivo de los seguidores de Jesús.
Amar y aceptar a Jesús, supone amar y aceptar al hermano. Para poder amar hay que matar el egoísmo, envidia, orgullo, rencor, miedo, tensión. Valorar al otro, no juzgarlo, no criticarlo, ni condenarlo. Amar supone comprender, respetar, aceptar y perdonar siempre y hasta el final.
En la línea del amor, está por supuesto el perdón. Necesitamos estar perdonando sin cesar, como lo hará el mismo Jesús. Con el perdón viene la sanación de las heridas causadas por falta de amor. Dios nos ha amado primero. Y somos amados para que amemos, somos servidos para que sirvamos, somos bendecidos, para que bendigamos. Dios nos manda amar: dar un beso, un abrazo a los más necesitados. Con el amor el pesimismo se ahuyenta de la vida y nace la paz, la alegría, la esperanza, nace la vida.
El 20 de noviembre el papa clausura el Año de la Misericordia. Siempre, en todo momento, se nos brinda la oportunidad para ejercer la misericordia, para sanar a los demás y a nosotros mismos con el amor y el perdón.
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