Una y otra vez me han preguntado sobre los "viajes imaginarios". Muchas veces ha salido, en torno a este blog, el tema de las "escuelas místicas", con droga o sin droga, con elementos iniciáticos o proféticos, con toques chamánicos y vuelos de brujas?
Todo un orbe de constelaciones sacrales y de curiosidades mentales, de elevaciones y raptos celestes (o astronómicos). Hasta Don Quijote subió con Clavileño por la altura y Goya pintó los vuelos más fascinantes del arte moderno. En el fondo de esa temática hay mucha mentira y propaganda: gente que monta escuelas para asegurar un "viaje místico en siete días", más barato que el de los multimillonarios que se apuntan a la NASA para dar un paseo (¿inútil?) por las órbitas terrestres.
Pero han existido también "Escuela Místicas" muy serias, y entre ellas la más significativa es quizá la de los judíos de la Mercabá.
Hay, como decimos, miles y miles de falsas escuelas de "mística reunida", que aseguran raptos y viajes celestes, vinculados a veces con hierbas y drogas, otras con un fuerte control mental. En esta línea se han multiplicados los temas del éxtasis, vinculados con diversos tipos de brujería, chamanismo, meditaciones orientales y occidentales, a veces con mediums, otras a solas. Pero han existido y existen buenas "escuelas de mística", desde la línea Yoga, Zen o Tao, hasta algunos modelos de occidente, relacionados con la mejor espiritualidad cristiana, por no hablar de algunos grupos de sufíes o cabalistas.
Ahora quiero evocar la que ha sido quizá la más importante: la Escuela de Ascensos Místicos de la Mercabá, de los judíos " esotéricos de los primeros siglos de la era cristiana. Ellos reciben elementos de la Apocalíptica judía (de Henoc y Daniel), con los rasgos más fuertes de la Mercabá o "carro de Dios" (Carro del Trono) del libro de Ezequiel. También han asumido elementos de fondo gnóstico y quizá del hermetismo, de los primeros siglos de la Era cristiana, para desembocar, de un modo directo o indirecto en la impresionante Cábala provenzal, catalana y castellana de los siglos XI-XII, de la que hablaremos otro día.
Los textos y temas que ahora comentamos son propios de los Hekalot (Sefer Hekalot: libro de los Atrios divinos), que son capaces de describir y organizar el camino de un ascenso iniciático que lleva al "místico" por los diversos estadios del cielo (de los cielos), hasta los "atrios del templo celeste de Dios", para descubrir al fin el resto escondido e invisible de la Majestad, en su gran trono. Son libros escritos hacia el siglo IV-VII d. C. En ellos se describe de forma clásica el ascenso místico.
Este judaísmo esotérico resulta lógico en unos tiempos en los que el "judaísmo normativo" se ha centrado en una religiosidad de la pura ley, codificada en la Misná y en el Talmud. Muchos de sus protagonistas pueden ser los mismos Amoraim que quizá por la mañana codifican, letra a letra, tilde a tilde, los principios de la Ley que regula la vida del buen judaísmo, que se ha mantenido hasta el día de hoy. Pero de pura Ley no se vive. Y quizá, por la noche, o en otros grupos, se van reuniendo judíos con ansias de contemplar el misterio, de subir hasta la altura, poniéndose en la cola de la "escuela mística", para realizar el Gran Viaje.
Ellos recogen la herencia interior de los profetas y videntes de siglos anteriores. Quizá conservan también algunas tradiciones secretas del templo. Dialogan con el ambiente religioso? y planean la forma de "contemplar al Dios" que no se puede contemplar. Saben que el que "ve a Dios" muere (como dice la Biblia oficial). Pero quieren ser y son trasgresores de esa Biblia. Quieren ver, subir, palpar, porque la religión y la vida son paradójicas. Sobre ese camino místico esotérico de los judíos ha escrito las obras más serias G. Sholem. Pero acaba de publicarse ahora en castellano un compendio muy significativo, escrito por J. H. Laenen, La mística judía. Una introducción (Trotta, Madrid 2006). Me permito citar dos páginas de ese libro, que ilustran el tema mejor que lo que yo pueda decir.
¿Por qué quieren ser místicos estos judíos de las Hekalot? Simplemente porque quieren ver, quieren tocas. Simplemente porque es muy difícil aguantar esta vida de Ley, bajo persecuciones incesantes, si es que no logramos un pregusto del misterio. Son "heterodoxos", pero los judíos de la Misná y del Talmud nunca les han expulsado de la "ortodoxia". Son como la otra mano del judaísmo. Lo que dicen resulta por lo menos hermoso. Da que pensar. A partir de aquí sigue el libro de Laenen, que recomendamos a todos nuestros lectores.
Laenen 1: Prerrequisitos y preparativos
Los grupos escondidos de místicos de la Merkabá escenificaron de un modo cuidadoso sus tradiciones esotéricas y místicas, de manera que el mundo exterior no tuviera conocimiento de ellas. A fin de ser admitido en un grupo o escuela de este tipo, el aspirante debía cumplir ciertas condiciones. Para comenzar, un novicio tenía que satisfacer ciertos requisitos morales. Ante todo, tenía la obligación estricta de cumplir todos los mandamientos de la Halaká, las reglas de la vida diaria judía. Además de eso, debía someterse a un examen quiromántico (lectura de la palma de la mano) y metoposcópico (lectura del rostro). Conforme a ello, cualquiera que deseara ascender a través de los reinos celestiales debía poseer el carácter exigido que le hiciera capaz de completar con éxito un viaje de ese tipo.
Después que el novicio había sido admitido en el grupo místico, e iniciado en las tradiciones esotéricas y místicas, podía prepararse para realizar un viaje a través de los palacios de los siete cielos. Cada explorador del cielo, fuera éste el primer viaje que emprendiera, o uno más entre otros muchos, tenía que prepararse con mucho cuidado para la travesía. Después de una extensa preparación, que era de tipo ascético ? entre otras cosas debía ayunar por siete días ?, el místico debía tomar en consideración lo que otros habían experimentado ya en sus viajes celestiales. Después, adoptaba la postura adecuada y se sentaba, poniendo la cabeza entre sus
rodillas. En esta postura, recitaba plegarias e himnos extáticos, como en un susurro, lo que provocaba una suerte de auto-hipnosis. Absorbido en un estado de profundo olvido de sí, el místico veía con los ojos de su mente cómo aparecían los palacios celestiales, a través de los cuales podía comenzar la travesía.
Laenen 2: Ascenso a través de los palacios celestiales
Los relatos de experiencias místicas en los diversos textos de los Hekalot no son exactamente iguales por su contenido. Esto se debe no sólo al hecho de que cada místico experimentaba el itinerario celeste de un modo enteramente individual, sino también al hecho de que en los diversos periodos en los que estos grupos de místicos se mantuvieron en actividad se produjeron variaciones de contenido, mutaciones de énfasis y cambios de terminología.
Las descripciones de los místicos de la Merkabá ofrecen una visión del ascenso que se realiza a través de unos cielos que están situados unos encima de otros. En torno al 500 EC sucedió un caso extraño: los místicos empezaron a llamarse también "aquellos que descienden al trono-carro" (yordei merkavah). Desde ese momento, en la práctica, todos los relatos místicos presentan el proceso con dos imágenes opuestas: por una parte hablan del "ascenso" a través de las regiones celestiales, mientras que, por otra parte, habla del "descenso" a la Merkabá. La razón de este cambio de terminología sigue siendo oscura.
La marcha visionaria del místico le conduce a través de siete cielos, cada uno de los cuales contiene a su vez siete palacios. A través de su marcha, el místico no tiene más que una finalidad: contemplar la Figura Divina sobre su trono celestial glorioso. Esta marcha no carecía de peligros y, en la medida en que el recorrido iba progresando a través de las moradas celestiales, las dificultades se volvían mayores. Sin una minuciosa preparación, un viaje de este tipo estaba condenado al fracaso.
Para desplazarse de un palacio al otro, el místico tenía que pasar a través de puertas muy custodiadas. Los porteros (guardianes de las puertas) eran seres angélicos, encargados de impedir el paso o de maltratar a los viajeros. Ante cada palacio donde deseaba ser admitido, el explorador tenía que mostrar a los porteros-guardianes los sellos o contraseñas adecuadas (hotamoth). Estos sellos estaban compuestos por nombres divinos, fórmulas secretas o combinaciones arbitrarias de letras del alfabeto hebreo, que concedían al místico el poder de superar los peligros y de ascender a través de los mundos divinos. El factor decisivo era que el místico conociera los nombres de los ángeles que iba encontrando en el camino. A través del conocimiento del nombre del ángel respectivo, el explorador adquiría un cierto poder sobre ese ángel. Por otra parte, ese viajero celestial podía protegerse a sí mismo contra los grandes peligros cantando himnos en los cuales Dios era alabado o usando imágenes cargadas de poder mágico.
A medida que iba creciendo el grado de dificultad en esas fases del camino, crecía también el riesgo de que, en algún momento, el místico realizara algún gesto equivocado, de manera que los vigilantes o ángeles enemigos pudieran simplemente impedirle la entrada en un área más alta. Cuanto más alto estuviera, más difícil le resultaba ofrecer la información necesaria a los poderes celestiales para conseguir su ayuda. El viajero tenía que enfrentarse con visiones engañosas y debía entrar en relación con ángeles destructores, que intentaban confundirle.
La prueba más difícil de todo el proceso se hallaba centrada en el paso entre la sexta y la séptima o última morada. El explorador místico tenía que mostrar aquí que podía distinguir entre mármol y agua, distinción que resultaba evidentemente muy difícil. Si en un momento dado confundía el mármol con el agua, no superaba la prueba. En este caso, enormes masas de agua anegarían al viajero y ya no podría completar su travesía celeste.
También el elemento fuego jugaba un papel importante durante el proceso a través de las regiones celestiales. Algunos relatos afirmaban que, tan pronto como efectuara un juicio equivocado o no conociera la fórmula correcta, el viajero sería consumido por fuego. Otros relatos hablan del fuego como una experiencia extática en el momento de la entrada en el primer palacio.
La forma literaria de los relatos de ascenso está constituida a veces por un diálogo, como por ejemplo cuando, en una conversación, dos o más rabinos se van comunicando la recta manera de alcanzar las visiones del reino celestial. Un rabino que ha realizado ya la travesía en una ocasión anterior comenta con otros su experiencia, los peligros que ha encontrado y las oraciones, himnos o nombres, construidos con combinaciones particulares de letras, que él ha utilizado para ir progresando a través de los palacios. Los demás rabinos responden a su exposición formulando nuevas preguntas o relatando sus propias experiencias. Con frecuencia, el diálogo viene a convertirse en una especie de instrucción: no sólo se le ofrece al viajero el contenido de lo que dirán o cantarán los seres celestiales, sino que se le imparte una enseñanza sobre aquello que debe decir o contestar en concreto y sobre las fórmulas que deberá emplear para enfrentarse con los diversos ángeles en las diferentes fases del ascenso.
Laenen 3: La visión del Trono celestial
Después que ha superado todas las pruebas, tras un largo y difícil viaje, a través de las regiones celestiales, el viajero místico que "desciende" a la Merkabá alcanza finalmente la meta de su viaje: la visión del Santo sobre el Trono de gloria. Aquí, en el séptimo palacio del séptimo cielo, Dios, el Santo Rey, que ha "descendido" de un lugar que resulta desconocido para la humanidad, ha ocupado su puesto sobre su Trono de gloria. El viajero queda totalmente deslumbrado por la visión de los misterios del Trono divino.
El Santo solía hallarse revestido con una deslumbrante indumentaria celestial, irradiando una luz blanca y llevando una corona que destellaba con rayos de luz. Desde el mismo Trono, hecho de cristales centelleantes y de lapislázulis color azul celeste, brotaban ríos de fuego, cruzados aquí y allí por puentes. Sentado sobre su trono, rodeado por ángeles que cantaban sin cesar himnos a Dios y a su reinado, Dios revelaba su gloria escondida ante el alma del místico.
Cuando el místico iba subiendo, había a veces algunos compañeros sentados a su lado, a su derecha o a su izquierda, que escribían rápidamente lo que él iba experimentando en éxtasis. En sus descripciones extáticas, estos relatos de los místicos de la Merkabá reflejan un enorme respeto por la santidad del mundo del Trono. Algunos relatos hablan de una cortina o colgadura (pargod) detrás de la cual aparecía representada la figura divina sobre el Trono. Esa cortina separaba a Dios de todos los restantes seres o cosas que pertenecían al Trono-carro. Sobre esta cortina, que era mantenida por ángeles, se encontraban bordados los arquetipos ?ideas o pensamientos de Dios ?, los modelos preexistentes originarios de todo lo que se va desplegando desde el comienzo al fin de la vida sobre el mundo. Cualquiera que mirara estos modelos conocía los secretos de la creación y de la redención del mundo.
((Pequeño comentario:
Aquí no hay droga
pero hay:
Concentración intensa, experiencia interior de ascenso
Siete atrios o estancias de lo sagrado (hekalot)
Una puerta donde se dice que está Dios...
Falta:
La ley de Moisés,
Jesús y el evangelio
La Palabra fuerte de Dios a Muhammad
Hay veneración sagrada, dentro de la tradición de Israel))
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