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Historias de bar: La Salchichería
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T. S. Kováč

Historias de bar: La Salchichería

Actualizado 09/11/2016

"Ideada como la conjugación de un establecimiento hostelero y un sitio para albergar arte, debo admitir que La Salchichería tiene un encanto particular por las mañanas?."

"En todo trabajo creativo hay siempre una discreta cuota de saqueo". La frase, pronunciada cerca de las 11 de la mañana y en el contexto de una conversación, resonó cóncava en el bar. Los tres protagonistas del debate (un camarero y dos clientes) llevaban algún tiempo intercambiando tópicos relacionados con el oficio de comer y beber. Toda la argumentación concluyó con ese enunciado: "En todo trabajo creativo hay siempre una discreta cuota de saqueo". Historias de bar: La Salchichería | Imagen 1Luego de eso, el silencio. El silencio y una serie de gestos que podría calificar como incómodos. Uno de ellos movía cadenciosamente su maxilar mientas intentaba impostar ─sin demasiada suerte─ una sonrisa. El otro, por su parte, miraba hacia las botellas de vino como intentando descifrar la cadena de significados. ¿Y el autor de la frase? Bueno, el camarero dio por cerrado el debate y volvió su mirada hacia mí: le había pedido un café con un pincho de musaca.

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Hay algo singular en los cafés en horario matinal. Me explico mejor. Haga usted el intento de habitar un mismo bar de mañana y de tarde con el único fin de confrontar el comportamiento de sus personajes. Que la gente está más lúcida por la mañanas es de una obviedad que evitaré mencionar. Que tenga mayor necesidad de departir es, en cambio, su característica principal. Y en este punto, cualquier tema resulta válido para iniciar el ritual: la metereología, la situación política o la cocina fusión. Al debate que se inicia se puede unir el que quiera. Porque los bares de mañana están hechos para eso. Para socializar. La Salchichería no deja de cumplir inexorablemente con esa ley.

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La Salchichería es un bar enclavado en el corazón de la Plaza del Oeste al que se acusa de atípico. Las razones son de lo más variadas. Que si tiene mucha luz, que si es pequeño, que si es caro. Incluso hay quienes aventuran la teoría de que es un bar más propio de Malasaña que de la Plaza del Oeste. Llevo menos de un año en Salamanca y no crea que me sorprende la capacidad de crítica de muchos de sus ciudadanos. Nada de eso. Lo que de verdad admiro es el ademán riguroso que esbozan cuando exponen un juicio. Los eslovacos somos más fríos y también ─por qué no─ más simples. De un bar sólo esperamos que haya bebida y una persona dispuesta a servirla.

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Historias de bar: La Salchichería | Imagen 2Ideada como la conjugación de un establecimiento hostelero y un sitio para albergar arte, debo admitir que La Salchichería tiene un encanto particular por las mañanas. A partir del día en que ingresé por primera vez, ocupo una mesa no muy alejada de la barra. Quiero estar cerca de las conversaciones. No crea que lo hago por una patología severa sino porque siempre estoy dispuesto a escuchar alguna frase eminente. El ecosistema que habita este bar es vasto. Un señor me acaba de vender unas velas perfumadas para colaborar con una asociación de discapacitados. Cerca de la puerta que da a la calle Wences Moreno, un personaje de ojos azules departe una singular conferencia sobre los taninos del vino de Toro que el camarero acaba de servirle. Mas cerca de mí, un comercial elabora su modesto ejercicio discursivo con el solo fin de vender su producto. Y mientras la escena discurre, yo bebo mi café y pienso en que mi madre debería probar la musaca que estoy desayunando.

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Mi madre es una persona simple. Más arriba había dicho que los eslovacos lo somos. Ella ─casi setenta años, viuda y criada bajo el comunismo─ se acostumbró desde pequeña a vivir de forma acotada. Tanto que mi infancia estuvo urdida de relatos de una escasez que eludían los adjetivos. Esas circunstancias ─y otras que omito transcribir─ hicieron que con los años desarrollara un instinto para la cocina notable. En nuestra última conversación telefónica, le comenté que había probado una musaca tan buena como la que prepara ella. Sí, le dije "tan buena" porque no quería ni crear expectativas ni socavar su no bien disimulado orgullo. Ella simplemente debía viajar a España. Por mi parte, la llevaría a La Salchichería.

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Mi madre llegó en el mes de junio a Salamanca. Le enseñé lo que se le enseña a un turista: la Plaza Mayor, la Catedral, la fachada de la universidad. Eso sí, evité el penoso pasatiempo invitarla a buscar la rana. Soy un convencido de que en Salamanca hay cosas más edificantes por hacer. Por ejemplo, ir de bares.

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Historias de bar: La Salchichería | Imagen 3Antes de que ingresáramos en La Salchichería, decidí enseñarle el edificio. Recuerdo que en ese momento estaba montada la exposición: "The motherfucker system show". Ella me pidió que le tradujera el enunciado y yo me encontré en un problema. ¿Cómo traducir esa locución a una mujer mayor? Imposté un gesto serio mientras le manifestaba que debíamos interpretar el título de la muestra como "el show por nuestras madres". Ella se quedó mirándome sin entender nada. Intenté ─no con mejor suerte─ argüir que eso era arte moderno y que no pretendiera comprender el vínculo entre el título y las pinturas expuestas. A juzgar por la forma en que me interpelaba, de más está decir que no le gustó la muestra. Inclusive, hasta me preguntó si el autor era un niño. Por lo que sí manifestó interés fue por el edificio. Se quedó un buen rato observando la primera planta e intentando reconstruir la distribución original de la vivienda. Cuando subimos a la segunda, se sorprendió con la holgura del espacio. En el momento en que se asomaba por el hueco del ascensor, le referí sobre los conciertos en ese espacio minúsculo y ella no hacía otra cosa más que reír. Ya es hora de bajar, ─le dije.

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A las 11 de la mañana estamos ubicados en una mesa del bar. Mientras le explico cómo funciona el negocio hostelero en España, el camarero nos sirve dos cafés con dos musacas pedidos previamente. Ha llegado el momento y me pregunto cómo reaccionará. En primer lugar, lo observa con cuidado y lo mueve valiéndose de su tenedor. Luego ejecuta con convicción el gesto de tomar una porción y llevársela a la boca. Gesto de sorpresa. Recuerdo que lo primero que dijo fue algo así como que era una musaca pero que no parecía. Acto seguido, declaró ─no sin cierta incomodidad─ que le parecía superior al que elaboraba ella misma. Yo asentí a su afirmación con diplomacia. No quería minar su orgullo. Lo que sí recuerdo con nitidez es la valoración que hizo. Opinó que le parecía una forma creativa de preparar la musaca. Instintivamente, yo le respondí que "En todo trabajo creativo hay siempre una discreta cuota de saqueo" ["kreativita je diskrétne rabovanie"]. Ella me miró y esbozó una sonrisa. Una sonrisa sutil. Como si acabara de escuchar una verdad perdurable.

T. S. Kováč

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