Diecisiete años luchó contra el cáncer. Jane Tomlinson corrió maratones, triatlones, a pie o en bicicleta, y recaudó tres millones para investigación. Perdió su última carrera, pero ganó la admiración de todos.
Recaudó casi tres millones de euros para investigar el cáncer y otros fines benéficos. Se colgó del cuello no una medalla de oro, sino la admiración de millones de personas. No fue campeona del mundo, sino reina de corazones cuando Isabel II le rindió honores como heroína del Reino Unido. Y corrió, corrió, corrió...
Hasta que, a primeros de 2005, el asesino que habitaba sus huesos le impidió caminar. Entonces se volcó en su libro, "El lujo del tiempo": no lo malgastéis, quiso decirnos. Murió, a los 43 años. Terminó su última carrera. Jane la perdió. Todos la perdemos. Pero si el alma tiene piernas, Tomlinson correrá, correrá, correrá... para siempre.
Era una mujer feliz y lo era por seguir los consejos de su padre antes de morir. Su padre le dijo: "No tengo dinero para dejarte, sólo te puedo dar la fórmula que a mí me ha ayudado a ser feliz: vive cada día procurando tener los pies en el suelo; el corazón en su sitio y la cabeza sobre los hombros". Y es cierto porque hay muchas personas que han perdido la cabeza, no tienen corazón y viven en las nubes de falsas realidades.
Según afirma Dolores Aleixandre: "En la Biblia, las funciones esenciales del hombre y de la mujer (el pensamiento, palabra y acción se designan por sus órganos: corazón, boca, manos).
El corazón con su correlativo exterior que son los ojos.
La boca cuyo órgano es el oído.
Las manos en correlación con los pies.
El corazón el lugar del amor, donde Dios habla y reside.
Cuesta despedirse de un ser querido y entregar su alma a Dios. Una madre salvadoreña, fue valiente y mientras moría su hija, le susurraba al oído:
"Hija, márchate tranquila,
ponte en manos del Creador.
Él sabe todo lo que has hecho por tu pueblo.
De los errores ya no se acuerda;
de tu hijita me encargo yo".
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