Sostiene Ernesto que es del dominio público cómo nuestros representantes políticos ponen por encima de cualquier interés, particular o partidista, el bien de España y de los españoles.
No ocurre lo mismo en todos los países. Hay repúblicas (unitarias, federales o bananeras), monarquías (constitucionales o no) y dictaduras de todos los colores ?continúa argumentando-, en las que el individuo que levanta bandera y consigue hacerse con un cargo político, aupado por el dedo del padrino correspondiente o por los ciudadanos con sus votos, una vez sentado en el sillón asegura la vara de mando, y la poltrona, repartiendo puestos y prebendas entre familiares, amigos y clientes, hasta conseguir rodearse de una cohorte de ángeles de la guarda que le defenderán a capa y espada contra enemigos, críticos y aspirantes a ocupar su puesto, porque la caída del todopoderoso e infalible valedor representaría la suya propia.
¿Cómo? Se preguntarán los inocentes. Cerrando filas. Estos seres celestiales guardarán las espaldas del padre/prior/patrón que les ha nombrado, manipulando la información y distorsionando la realidad hasta crear alrededor del afortunado líder un mundo fantástico e irreal, que ellos presentarán como el único posible ?a veces incluso se lo llegan a creer-, para seguir sirviendo a la libertad, a la igualdad, a la fraternidad? y a sus compatriotas.
Sin embargo, no todos comparten esa opinión. Algunos andan voceando que esa legión de entregados militantes de la libertad, que con tanto desinterés y sacrificio rodean al propietario del dedo protector como una guardia pretoriana, lo hacen únicamente para seguir arrimando "el ascua a su sardina", olvidándose de ciudadanos, promesas y programas electorales, que es sabido las tonterías que se dicen en el calor de un mitin.
A nosotros se nos hacen extrañas esas maneras de hacer y ejercer la función pública, cuando en esta tierra estamos acostumbrados a que en la acción política, y en el bregar diario de sus protagonistas, prime el servicio a los ciudadanos y la búsqueda del bien común, sin reparar en el coste personal.
¡Cuántas gracias tenemos que dar!
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