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Mantequerías Paco, olores y sabores de la memoria
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Por Charo Alonso y José Amador Martín

Mantequerías Paco, olores y sabores de la memoria

Actualizado 26/10/2016

Porque estos hombres que hicieron nuestra ciudad a golpe de negocio familiar, sin horarios, sin lujos, con todos los esfuerzos suyos y de los suyos, saben también cuando se acaba su tiempo. Y saben marcharse, con dignidad, con valentía, con torería, con l

Cuando yo era niña, la navidad se anunciaba con el mimo con el que mi madre, previsora y leal, amontonaba cuidadosamente las blancas bolsas con el logo azul de Mantequerías Paco, Nos las hacían en una fábrica de Valencia que ya cerró y no tenemos más. Dulces de navidad, promesas de un tiempo bendito y generoso. Pero ya no habrá más campaña de navidad. Mantequerías Paco cierra sus puertas a finales de octubre.

Mantequerías Paco, olores y sabores de la memoria | Imagen 1El olor y el sabor de la memoria nos toma de la mano, nos conduce al mostrador al que yo apenas llegaba ni de puntillas, naricilla ahíta de ese polvo propio de las legumbres que, ordenadas en sacos y en cajones abiertos a las fauces de las palas, las mujeres como mi madre compraban a granel, como se compraba el aceite en cuartillos. Medidas del corazón, cuarto y mitad en la balanza de lo imprescindible, de lo suficiente. No me pongas más. Un trozo de papel con la cuenta que se ensartará en un clavo, el paquete blanco y a la caja donde te cobran la moneda sudada por el esfuerzo. Y no es solo el olor el que envuelve a la niña, es el vértigo de las estanterías de cristal y metal donde un ejército de botellas sube hasta el techo, es la cuidadosa construcción, en el centro de la tienda, de latas de leche condensada que se elevan al infinito. Las mismas que otro niño, de la mano de Mercedes, su madre, observaba con la sorpresa de quien no levanta un palmo del suelo y se enfrenta a la inmensidad.

Guillermo, el hijo de Paco, es de esos tenderos que llevan el negocio en su cabeza. El mismo que ahora cierra con esa valentía de los hombres que hicieron la Salamanca que conocemos. Aquel que nada sabía de máquinas más que de la romana y que se ponía el lapicero en la oreja, Hacíamos más cuentas que un matemático, aquel que, entre el debe y el haber de su negocio de siempre, mantuvo el estrecho escritorio donde se llevaba la tienda de su padre ahí, de pie, en la trastienda donde las estanterías de madera medio vacías siguen impregnadas de olores y sabores de otro tiempo. "Extenso surtido en todos los artículos del ramo. Especialidad de bacalao de importación". Todo lo de Paco es bueno, decía mi madre mientras nos arrastraba por la humedad sucia y resbaladiza del Mercado de San Juan. Llegar a Paco, a la tienda luminosa de azulejos como olas granates y verdiazules, gentes sonrientes que extienden la mano sobre el mostrador de mármol para darte una galleta, era una fiesta. El brillo del cristal, la luz del metal, el orden de las latas enormes como ruedas de conservas de pescado, los colores de los caramelos metidos en botes limpísimos de vidrio donde se reflejaba ese blanco y azul impolutos de las batas de sus dependientes. Gentes de toda la vida, gentes criadas al abrigo del negocio que entraron como aprendices, llevaron la bicicleta llena por las calles de una Salamanca que, en los años cincuenta, iba a comprar a Paco. Negocios llevados con la fuerza del hombre que le da nombre ?Gil, Burgueño, Mirat, Máquinas de Coser Alonso?- negocios familiares donde los tratos se Mantequerías Paco, olores y sabores de la memoria | Imagen 2cerraban con un apretón de manos. En Fausto Oria se vendía carburo. Su hijo Gervasio tenía muy finos licores, más que nosotros. Cuando nos pedían algo que no teníamos, les llamábamos, y ellos a nosotros igual. El señor Guillermo ha mantenido casi intacta la tienda de su padre, el orden riguroso en los anaqueles, los exquisitos rótulos de los precios, caligrafía de orfebre. Los hace uno de nuestros empleados, pero antes los hacía una tía mía con un pincel. El logo de la tienda no sé si lo dibujó mi padre o se lo pidió a algún amigo rotulista diciéndole ponle esto o lo otro.

La suya es una sonrisa de orgullo, de sabiduría, de aquel que sabe que siempre ha hecho un buen trabajo, el de un hombre consciente de los suyos. Guillermo es pausado, sereno, nos indica, más allá de la trastienda, las molduras de lo que antes de la tienda fue un restaurante: Esto era, fíjate bien, el restaurante Corintio. Espacios del corazón que dejan paso a otro tiempo, el mismo que ahora cierra este lugar entrañable donde cristal y metal, se amontonan nuestros años? y yo, la niña a la que le tendían una galleta por encima del mostrador, recibo ahora el regalo de caminar entre los anaqueles de la memoria, entrar en la trastienda de la intrahistoria, ordenar en cajones los kilos de legumbres, las latas de conservas, hacer una torre alta y alta y jugar a las casitas, jugar a ser dependienta en Mantequerías Paco, con mi bata planchada, mis lapiceros en el bolsillo. Un cuartillo de aceite, una libra de garbanzos, y de mi corazón, cuarto y mitad.

Mantequerías Paco, olores y sabores de la memoria | Imagen 3Mi madre compraba en Paco deslumbrada por la variedad, por la calidad del producto, por el orden y la luz. Mi abuela venía en carro desde Calvarrasa a comprar cerca de la Plaza, en Fausto Oria. Los niños nos deslumbramos con los primeros carros de supermercado en Graciliano Pérez, ahí cerca del que sería Simago, donde la primera escalera mecánica de Salamanca y el puesto de palomitas nos llenaba de sorpresa. Sinestesia de la memoria, memoria de olores y sabores que nos recuerdan el inevitable paso del tiempo. Ese tiempo en el que era más fino decir "mantequería" que ultramarinos? cuando la palabra lejana, fascinante, era esa de ir más allá del mar a comprar aquello que ofreces. Latas de pescado, dulces de navidad, alpiste a granel, legumbres finas, salado bacalao? amor por el género, equilibrios imposibles entre el debe y el haber? el debe de la realidad y el haber de la nostalgia. El cierre definitivo de la trapa ¡Tan moderna debió parecer en sus tiempos, tan diferente! El reparto del excedente entre los proveedores y el comedor de los pobres.

Hay en Guillermo, el dueño, el hijo de Paco, profunda hondura. Esa donde cabe la nostalgia, pero nada más. Porque estos hombres que hicieron nuestra ciudad a golpe de negocio familiar, sin horarios, sin lujos, con todos los esfuerzos suyos y de los suyos, saben también cuando se acaba su tiempo. Y saben marcharse, con dignidad, con valentía, con torería, con la misma sabiduría con la que llevaron, año tras año, un negocio adelante para sacar no solo a su familia a flote, sino a la de sus trabajadores. Esos a los que ahora mira en silencio. Hay algo heroico en estos hombres forjados en la obligación, en la tarea, en el trato, en esa dignidad con la que llevan su retirada. La misma con la que despachan un fuerte apretón de manos, un cuarto y mitad de corazón, una cuenta pendiente que no pasa por caja. El orden impasible del tiempo, colocando el género tan selecto, del corazón, el extenso surtido en todos los artículos del ramo, de la memoria, del amor, del tiempo pasado.

Charo Alonso

Fotografías de José Amador Martín

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