Autora: Alba Calvo Sanjuán. Miembro del Grupo de Estudios Culturales A. Gramsci
Hace unas semanas el anuncio del salón erótico de Barcelona protagonizado por la cada vez más famosa actriz porno Amarna Miller se ganaba los aplausos de políticos de reconocida influencia así como de gran parte de la auto-denominada izquierda progresista.
No, no voy a analizarel anuncio cargado de tópicos y argumentos simples que proporciona a este nuevo pseudo-intelectualismo (personas que, casualmente son las potenciales consumidoras de espacios como el salón erótico) exactamente lo que quieren escuchar. Sobre este anuncio tan "transgresor" solo cabría felicitar a las personas que lo han producido: ¡bravo!; han conseguido vendernos como algo subversivo un producto tremendamente capitalista. Han instrumentalizado cualquier intento de lucha y reivindicación para vender. Una vez más, las lógicas del sistema que todo lo vende y todo lo compra (hasta la revolución), se apuntan otro tanto mientras la "izquierda" aplaude. Pero como decía, poco más voy a añadir sobre el spot en cuestión, lo que si me gustaría hacer es compartir algunas de las reflexiones que me surgieron a partir del visionado del mismo.
El debate del porno, como todos los debates abiertos, no puede entenderse de manera aislada, es decir, para hablar de la pornografía debemos situarla en todo su contexto, dentro del sistema político, social y económico en el que se encuentra. Un sistema que ha transformado y transforma las relaciones sociales y de opresión a nivel mundial. Un sistema patriarcal y capitalista presente en todas las facetas de nuestras vidas que perpetúa y configura determinadas prácticas y estilos de vida. Del mismo modo que trata de dirigir nuestros gustos musicales, el tipo de películas que vemos o a qué dedicamos nuestro tiempo libre, se introduce en los materiales pornográficos, de corriente general, para educar y construir nuestros deseos sexuales. No podemos obviar que cuando hablamos del porno, hablamos de una de las industrias que más dinero mueve a nivel global, por lo que su consumo está a la orden del día, al menos en nuestros países. Y si a esto le añadimos que no existe una educación con-ni para el consumo del producto podemos decir que puede funcionar y funciona perfectamente como arma política. Arma política en tanto trasmisora de valores y roles, que casualmente no se dirigen al trabajo por la emancipación de las mujeres o al fomento de las relaciones igualitarias.
Las páginas web pornográficas que cuentan con mayor número de visitas representan normalmente a las mujeres como objetos y no como sujetos de deseo. Estamos, en otra faceta más de nuestras vidas, para satisfacer los deseos ajenos principalmente. No quisiera entrar en el debate de si a las mujeres puede producirnos o no placer contemplar dichas prácticas sexuales, la reflexión debe ser más honda, no podemos obviar una vez más la cuestión de clase, debemos hacer una reflexión profunda sobre la relación, en este caso, entre la construcción del deseo sexual y el capitalismo. Sin entrar en detalle, no podemos dejar de mencionar la vinculación de la pornografía con la prostitución, con las redes de trata de blancas, de las que el famoso y reciente "caso Torbe" da buena cuenta de ello. Así como con el tipo de configuraciones mentales y creencias de lo que una mujer representa o de lo que son las relaciones sexuales.
A pesar de la hiperconexión y la gran comunicabilidad que nos proporcionan los avances tecnológicos, la soledad y el individualismo son dos hechos fehacientes. Soledad que nos empuja a través de las diferentes alternativas que la tecnología nos ofrece (Facebook, Instagram, Tinder, etc.) a establecer relaciones que acaban por ser efímeras y superficiales. Individualismo que contribuye a que ese tipo de relaciones sean también interesadas y egoístas, puesto que lo que no venimos buscando en el otro/la otra es al otro/la otra, sino a quien remedie el malestar del "vacío interior" al que nos conduce nuestro día a día y sus ritmos. Y ¿qué tiene que ver todo esto con la pornografía? Un factor más, tiene que ver con el tipo de relaciones sociales que genera, con el tipo de sociedad que construye, y con todo un sistema de roles y de dominio que mantiene, fomenta y sujeta.
"Las precarias condiciones sociales y económicas entrenan a hombres y mujeres (o los obligan a aprender por las malas) para percibir el mundo como un recipiente lleno de objetos desechables, objetos para usar y tirar; el mundo en su conjunto, incluidos los seres humanos?" explica Bauman en su Modernidad líquida, donde trata de mostrarnos "la descomposición y el languidecimiento de los vínculos humanos, de las comunidades y de las relaciones".
Y dicho todo esto, me gustaría aclarar que no hablo de prohibiciones, al menos no ahora, ni de las buenas o las malas prácticas. Es más, les animo a que vean el porno que quieran y disfruten sin sentirse culpables, ¡pero si! como con todo, cuestionando, siendo conscientes y planteándonos de dónde vienen y a donde van las construcciones del deseo que se van formando en nuestro inconsciente de manera bastante consciente por quienes lo producen. Así como qué tipo de industrias estamos respaldando y qué tipo de sociedad queremos construir.
Fuente de la imagen: Salamanca rtv al día.
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