La señora Merkel dice que a lo mejor se ha equivocado. Que querría echar marcha atrás para rectificar algunas cosas. Pero eso sabe ella que es imposible.
No es fácil reconocer eso a estas alturas de la vida. Le honra y la hace más humana. Pero no es tranquilizador que la principal jefa política de la Unión diga semejantes palabras. Es como admitir que todos nos hemos equivocado. Lo que no sabemos es cómo sería la otra (o las otras) solución. Eso nos desconcierta.
Europa está cambiando y es un hecho. El mundo entorno también. El asunto del flujo migratorio es un problema de dimensiones universales, pero el epicentro está aquí mismo y quema. Vaya si quema. Y se le añade el terrorismo islamista (que encima se promueve y origina entre ciudadanos ya de pleno derecho). Y si la canciller de Alemania no sabe qué hacer, imagínese quién puede saberlo. Abrir puertas del todo debe ser un suicidio. Y cerrarlas del todo, también. Así que dónde puede estar aquí la solución es la piedra filosofal y el objetivo de esta Europa que se nos puede desmoronar. Esto, esta unidad europea parece estar cogida sólo con alfileres, como para la prueba previa, y se nos puede deshilvanar del todo.
Merkel se nos ha asustado y nos ha asustado. Hollande no anda para muchas campañas de liderazgos (que demasiado tiene en su cocina). Y los británicos están haciendo las maletas para irse del todo. No creo que los partidos nacionalistas, verdes, populismos varios, tengan una solución global para un problema global y demasiado complejo. Apuntalar Europa es tremendamente complicada tarea. Y mucho más difícil debe ser reconstruirla del todo. Apilar naciones que ni siquiera encuentran en sus territorios mayorías que propicien el entenderse y enfilen un cometido común es harto complicado. Pero así estamos. Y la señora rubia y medio gordita que gobierna Alemania (y casi Europa) lo sabe y se lamenta en voz alta.
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