En ocasiones la incomprensión y el desacuerdo entre dos partes es inevitable por malas explicaderas del que argumenta sus razones, o deficientes entendederas de quien las recibe, pues no siempre los mensajes se emiten correctamente para que puedan ser entendidos, o no se entienden bien por parte de quien los escucha.
Esto es debido a dificultades del emisor para transmitir sus ideas o a interferencias en el receptor para recibirlas, situándose el origen del problema en causas diversas que van desde la intencionalidad en la mala expresión de lo que se piensa, hasta la negativa a entender aquello que no se quiere oír, por claro que sea el razonamiento expuesto.
Las consecuencias del mal entendimiento -sea éste involuntario o intencionado- provoca discordancias entre las explicaderas de unos y las entendederas de otros, siendo la causa de muchos males que nos aquejan y del fracaso en mesas de negociación, discusiones varias, aulas docentes, quejas vecinales, debates políticos, asambleas públicas y conversaciones privadas.
Lo grave es cuando las interferencias son provocadas intencionadamente, negándose los interlocutores al entendimiento mutuo por atrofia en las cuerdas vocales del emisor o bloqueo en la Trompa de Eustaquio del receptor, opuestos ambos a opiniones divergentes y argumentos contrarios, en defensa de intereses propios, cerrándose por ambos lados las esclusas al entendimiento, como sucede en los debates políticos y televisivos, entre los contendientes verbales de diferentes bandos.
Incluso entre personas bien intencionadas que dialogan con ánimo de entenderse, no siempre las explicaderas de unos y las entendederas de otro se acoplan en fase, porque entre lo que se piensa, lo que se quiere decir, lo que se cree que se ha dicho y lo que se dice, hay en ocasiones igual abismo que entre lo que se quiere escuchar, lo que se escucha, lo que se entiende y lo que se quiere entender.
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