"No quiero para nada una persona mayor. Una persona mayor no me haría caso; no querría aprender. Intentaría hacer las cosas a su manera y no a la mía. De modo que necesito un niño."
Charlie y la fábrica de chocolate. Roal Dalh (1964)
¿Quién no ha oído alguna vez el nombre de Roal Dalh? ¿Quién no se ha encontrado con sus libros: Matilda, Charlie y la fábrica de chocolate o James y el melocotón gigante? entre otros. Todos, independientemente de la edad que tengamos, en algún momento de nuestras vidas nos hemos topado, incluso reencontrado, con sus historias llenas de diversión, giros inesperados y repletos de reflexiones. A veces algo crueles, con dosis de rebeldía pero con un fino humor, tintes cómicos y lejos de la moralina habitual existente en literatura infantil.
El pasado 13 de septiembre, el novelista y autor de cuentos británico Roald Dahl, cumplió 100 años. Este apasionado explorador y creador de historias nos ha dejado un fantástico legado al mundo de la literatura infantil. No olvidemos también su salto a la gran pantalla, ya que muchos de sus libros se hicieron tan populares que acabaron convirtiéndose en películas de gran éxito como: Charlie y la fábrica de chocolate, dirigida por Mel Stuart y protagonizada por Gene Wilder en el papel de Willy Wonka.
Aquí os dejamos unos de los cuentos populares y de tradición oral más versionados. Pero esta vez en verso y apto para niños perversos.
CAPERUCITA ROJA Y EL LOBO
Estando una mañana haciendo el bobo
le entró un hambre espantosa al Señor Lobo,
así que, para echarse algo a la muela,
se fue corriendo a casa de la Abuela.
"¿Puedo pasar, Señora?", preguntó.
La pobre anciana, al verlo, se asustó
pensando: "¡Este me come de un bocado!".
Y, claro, no se había equivocado:
se convirtió la Abuela en alimento
en menos tiempo del que aquí te cuento.
Lo malo es que era flaca y tan huesuda
que al Lobo no le fue de gran ayuda:
"Sigo teniendo un hambre aterradora...
¡Tendré que merendarme otra señora!".
Y, al no encontrar ninguna en la nevera,
gruñó con impaciencia aquella fiera:
"¡Esperaré sentado hasta que vuelva
Caperucita Roja de la Selva!"
-que así llamaba al Bosque la alimaña,
creyéndose en Brasil y no en España-.
Y porque no se viera su fiereza,
se disfrazó de abuela con presteza,
se dio laca en las uñas y en el pelo,
se puso la gran falda gris de vuelo,
zapatos, sombrerito, una chaqueta
y se sentó en espera de la nieta.
Llegó por fin Caperu a mediodía
y dijo: "¿Cómo estás, abuela mía?
Por cierto, ¡me impresionan tus orejas!".
"Para mejor oírte, que las viejas
somos un poco sordas". "¡Abuelita,
qué ojos tan grandes tienes!". "Claro, hijita,
son las lentillas nuevas que me ha puesto
para que pueda verte Don Ernesto
el oculista", dijo el animal
mirándola con gesto angelical
mientras se le ocurría que la chica
iba a saberle mil veces más rica
que el rancho precedente.
De repente Caperucita dijo: "¡Qué imponente
abrigo de piel llevas este invierno!".
El Lobo, estupefacto, dijo: "¡Un cuerno!
O no sabes el cuento o tú me mientes:
¡Ahora te toca hablarme de mis dientes!
¿Me estás tomando el pelo...? Oye, mocosa,
te comeré ahora mismo y a otra cosa".
Pero ella se sentó en un canapé
y se sacó un revólver del corsé,
con calma apuntó bien a la cabeza
y -¡pam!- allí cayó la buena pieza.
Al poco tiempo vi a Caperucita
cruzando por el Bosque... ¡Pobrecita!
¿Sabéis lo que llevaba la infeliz?
Pues nada menos que un sobrepelliz
que a mí me pareció de piel de un lobo
que estuvo una mañana haciendo el bobo.
¡¡FELIZ CUMPLEAÑOS!! Y QUE CUMPLÁS 100 AÑOS MÁS.
Soraya Herráez.
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