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Ni medalla ni diploma
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Ni medalla ni diploma

Actualizado 10/09/2016
Fructuoso Mangas

Cerca de 11. 500 participantes en los Olímpicos de Río y algo menos de 4.500 en los Paralímpicos a lo largo de un mes de competiciones y de años de preparación, mezclando pasión, disciplina, expectación, gloria y decepciones.

Por eso en estos días pasados, entre olímpicos y paralímpicos, he pensado en los otros, en los que ni siquiera tocaron diploma y mucho menos medalla, son los que llegaron detrás del octavo clasificado, ya sin aplausos y sin cámaras. Después de años de preparación vuelven a casa con el lujo de haber participado, pero sin nada más y quizás con un algo de decepción.

Hay que reconocer cierta injusticia de salida, porque por un segundo de más o de menos o por un palmo de nada pasas del todo a la nada y viceversa. El resultado milimétrico es excesivamente selectivo y hunde o levanta por casi nada de nada, de forma que una décima de segundo te convierte en un superdotado o te deja en segundo plano o fuera del escenario. Sí, lo importante es participar, pero esa décima lo decide todo, seas olímpico o paralímpico.

Atrás queda, y va a seguir en adelante, un largo entrenamiento con dedicación casi total, cargado de sacrificios, con su dosis habitual de dudas y fracasos y con la suficiente pasión para seguir manteniéndolo. A veces parece un precio excesivo para ganar mínimas ventajas de dos centímetros o de tres décimas o para mantener la forma y la marca. Y le viene al que lo observa la injusta tentación de pensar "qué buen vasallo si hubiese buen señor", porque parecería que otras causas serían más dignas de tanto esfuerzo y dedicación; pero esa ansia del ser humano de superarse gratuitamente por puro afán está en la raíz de la condición misma de hombre y mujeres de todos los tiempos y lugares. Y es incontenible, por eso sigue ahí desde hace miles de años.

Y mirando algo más hondo, se me parece la vida misma escenario constante de unos paralímpicos, pues discapacitados en casi todo andamos unos y otros por la vida, cegados y medio tullidos, sordos a lo importante y esencial, incapaces de generosidades grandes y de dedicaciones de por vida, rebajados y lisiados sin remedio, en el alma casi siempre y a veces incluso en el cuerpo mismo, pues la artrosis, las cefaleas y el reúma son casi generales y rebajan sensiblemente las prestaciones? Muchas veces no llegamos ni a diploma y no por falta de lucha o de preparación.

Esto lo sabemos todos. Y lo sufrimos. Los padres, desconcertados ante su hija adolescente a la que ni entienden ni llegan; los profesores que no alcanzan ese punto de encuentro y de buen rollo con sus alumnos, tan distantes siempre y tan pendencieros a veces. El cura que ya querría él un diploma de acogida y de seguimiento tras años de entrenamiento y dura brega; el opositor que entrega años de durísimo horario de estudio y ve luego la labilidad de lo que se puede hacer a la hora de la prueba; cualquier trabajador en cualquier campo que ve escaso resultado y largo esfuerzo invertido. Parece que esta desproporción de los Juegos y sus Medallas pertenece a la condición humana por definición o al menos por estadística.

Es verdad que nadie te quita lo que has luchado, ésa es tu victoria y tu honra que nadie podrá negarte, pero en muchas ocasiones esa recompensa no basta si no hay medalla o diploma desde fuera? Porque tampoco nadie te lo reconoce en diploma particular a no ser de pasada y porque toca, a no ser los más allegados que para el caso no cuentan. Y esto prácticamente siempre, en pequeñas acciones de corte elemental o en grandes dedicaciones de por vida.

Y lo mismo que los olímpicos, supongo, o que los paralímpicos, casi con más razones, también los humanos de marcas bajas y sin milagro alguno que exponer podemos asumir con mucho gusto y siguiendo con el trabajo esa ausencia repetida de medallas o diplomas. Lo importante está en otras dimensiones y casi siempre es también contable y constatable, aunque no haya cuadro de honor ni medallero.

Por eso canto hoy a todos los que llegaron después del puesto octavo y no consiguieron ni un diploma que llevarse a casa. Es un canto por eso a la inmensa mayoría, trabajadora y fiel, pero que no recibirá un simple reconocimiento verbal, a veces ni siquiera de los que estarían obligados a hacerlo. Desde la señora que limpia la escalera o el chico que te atiende en el quiosco hasta tu mismo padre que te lleva a casa el pan y el periódico o te recoge al niño a la salida del colegio, pasando por el cura de tu parroquia o tu médico de familia o el conductor del autobús que te lleva. Todos a mi servicio, cumpliendo su deber con rigor y calidad y quizás nunca les dedico un sencillo diploma agradecido. Tendré que revisar mi almacén de diplomas no repartidos.

Y en cualquier caso habrá que mantener en tantas cosas buenas como se nos ponen a la vista cada día, grandes o pequeñas, un alto nivel de rendimiento. No es para menos.

Y quizás tampoco es para más; ya hace siglos le advertía Píndaro al vencedor en Lucha en la 80ª Olimpíada, Aristómenes de Egina: El hombre es la sombra de un sueño (Pít 8, 94). Pues eso, vamos a ser realistas.

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