Por una vez tuve la valentía de seguir, hace dos semanas, la sesión de investidura (el segundo día, claro, el primero, tras los teatritos del candidato preguntando enfáticamente a la Cámara si alguien quería elecciones decaí en el intento, y mira que iba avisado) y fue muy interesante pues al haber desaparecido el bipartidismo el intercambio de parlamentos daba mucho más juego.
Con todo lo más fascinante es que me impliqué bastante y estuve toda la sesión hablando solo con la tele y soltando improperios a quien no puede oírme (asentimientos mudos de cabeza por propuestas interesantes también hice) cuando en realidad todo lo expuesto podía quedar en agua de borrascas, como así ha sido. Pero el desglose de medidas del finiquitado pacto, perdón, del Pacto, que se insinuaron (sobre todo durante la intervención del propio Rivera) te hace pensar. Por fin se habla de política sin tener que leerte los programas electorales, poco amenos y menos creíbles. Y lo primero es que causa asombro que una vez roto el acuerdo el PP ya no se siente concernido sobre lo que firmó: nada de comisión de investigación sobre el caso Bárcenas, nada de cambios educativos.
El Pacto no nato, sí, como en Macbeth. De él Rivera nos informó que pretende cambiar la ley electoral en busca de la proporcionalidad. Ay de nosotros! Adiós a la mitad de los diputados de Castilla y León, comunidad despoblada y desperdigada. Aunque a mí nunca me había importado -pues siempre creí que se defendían ideas, no territorios- y me daba igual que me representara un asturiano o un sevillano, la intervención de Coalición Canaria dando el voto al candidato porque este había accedido a ciertas pretensiones ¡para Canarias! y la espera de que las elecciones vascas propicie lo mismo con los vascos (el cupo no se quita ni con agua caliente) me bajó de mi nube de ingenuidad.
Por otra parte ya nos habían liado los negociadores de Ciudadanos en las semanas anteriores con que el concepto de corrupción es discutido y discutible, que sólo atañe a meter la mano en la caja y que serán llamados los hermeneutas para interpretar las conductas de concejales, alcaldes, consejeros, ministros y presidentes. Quiérese decir que se puede colocar a tu exministro en canongías; trocear los contratos en partes alícuotas para evitar tener que hacer una convocatoria pública y así adjudicárselos a los amiguetes; derivar a un sindicato supuestamente fiel partidas millonarias pensadas para regular el empleo; instar a fiscalizadores a sacar mierda de unos pero no de otros; controlar los tiempos en que se deben dar o dejar de dar ciertas informaciones; abusar de la confección de los órdenes del día de los plenos; recibir regalos descabellados; ignorar, siendo responsable público, el cumplimiento de la ley; dictar órdenes o tomar decisiones injustas a sabiendas; y se me acaba el papel, digo la pantalla. Que "eso" no es corrupción. Una vez finiquitado el pacto, ¿pasa a serlo de nuevo?.
En fin, otra de las medidas de regeneración democrática que Ciudadanos dice haber conseguido arrancar del PP es que doce de los veinte miembros del Consejo General del Poder Judicial sean elegidos no solamente entre sino también por los jueces y magistrados, algo que la Constitución había dejado ambiguamente redactado y que los políticos pronto se apresuraron a reglamentar limitando el número de candidatos y eligiendo a la mayoría entre los jueces pero por las dos cámaras. Me pregunto en qué momento la pérdida del control de los jueces por parte de los ciudadanos, a través de sus representantes en el Parlamento, puede verse como una buena noticia. Me contesto: cuando los que habíamos elegido de entre nuestros conciudadanos como primus inter pares para representarnos, legislar y ejecutar, traicionaron su ética profesional y se tornaron venales y corruptos con lo que pasaron de ser los vigilantes de los jueces a justiciables ante éstos. Así se habrían de preocupar de poder elegirlos a su capricho gracias a la partitocracia de que disfrutamos. Pero la judicatura es un cuerpo demasiado endogámico y jerarquizado para mi gusto. Jueces que tienen que obedecer si quieren ascender, jueces que se agrupan por asociaciones con cuotas de poder, etc. Ya no lo ejercen personas del pueblo invisibles que pudieran atemorizar al Príncipe como le habría gustado a Montesquieu. No quiero que los jueces controlen a los jueces, quiero que el pueblo, un pueblo educado y formado, controle a los jueces a través de unos representantes dignos.
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