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Actualizado 03/09/2016
José Antonio Mirón

Los medicamentos son unos de los mayores avances sanitarios porque constituyen la principal herramienta para curar enfermedades, controlar los síntomas y el dolor. Desde mediados del siglo XX el modelo biomédico ha basado su intervención en la utilización de fármacos. Esto ha supuesto, que hoy, la Industria Farmacéutica constituya uno de los mayores poderes económicos de las sociedades avanzadas porque su utilización se ha generalizado tanto, que nadie viaja sin sus habituales en el bolso o en la maleta. Además, en todas las casas existe un botiquín familiar; pero su arsenal de medicamentos no ha dejado de aumentar porque la principal conducta de las sociedades avanzadas es el consumo. Todo se resuelve consumiendo, incluso el ocio de fin de semana de muchas familias y jóvenes consiste en comprar y consumir.

El ámbito de la Salud no es ajeno a este consumo, todo se trata con fármacos cuando podrían ser resueltas sin medicamentos y así evitar sus efectos adversos y su dependencia. Además, muchos de los slogans de los medios de comunicación giran en torno a la Salud, y hoy muchos piensan que para estar sano hay que utilizar medicamentos. Esta situación ha llegado tan lejos que existe una terapia del bienestar (complejos con vitaminas y minerales con estimulantes, ansiolíticos, tranquilizantes, antidepresivos, analgésicos y antiinflamatorios) que consiste en tomar éstos casi todos los días y en cualquier ocasión, sin pensar, como si se tratara de agua.

La paradoja sanitaria hace que a mayores adelantos científico-técnicos y sanitarios se producen más diagnósticos y más declaración de enfermedades y, por tanto, mayor frecuencia de consultas y demandas que provocan que se tengan que dedicar más recursos y, sin embargo, cada vez existen más personas que no se sienten sanas. Para evitarlo, los diagnósticos tienen que ser sensibles, para que no se escape nadie; pero sobretodo específicos para que no se etiqueten de enfermos a los que están sanos. Esto es bastante habitual con problemas de salud que incluyen síntomas que son muy comunes en la vida diaria como la ansiedad, la tristeza, la hiperactividad, la falta de atención, el cansancio, la infelicidad, irritabilidad, la frustración, etc. Todos ellos, actualmente, se tratan con medicamentos por la baja tolerancia a la frustración de una sociedad hedonista que busca soluciones inmediatas cuando lo lógico a medio y largo plazo es controlarlos con educación y sentido común. Todo lo cual está conllevando a crear síndromes que no lo son realmente, porque existe poca o nula especificidad y, por tanto, sin pruebas ni evidencias suficientes para el diagnóstico.

El Derecho a la Salud recogido en el artículo 43 de la Constitución no quiere decir que la Salud se convierta en un objeto de consumo más. Este debe ser regulado y controlado con la responsabilidad del paciente y la competencia profesional del médico. Y siendo conscientes de un contexto marcado por el interés de hacer negocio con la Salud y con los miedos que conlleva perderla. Por este motivo, la Industria Farmacéutica dedica un 20% de sus gastos a publicidad directa a los pacientes. Es decir, trata de crear la necesidad para fomentar su consumo. También lo hace con los profesionales; pero la ética está concebida para protegerles.

En mi opinión, la medicalización excesiva de la vida diaria está condicionada por la accesibilidad y la gratuidad de los medicamentos y, determinada por querer resolver todo con medicamentos. Y el consumo racional de medicamentos debe basarse en un estilo de vida cerebral y saludable que permite evitar el riesgo y responder a las situaciones adversas con tranquilidad y sensatez.

JAMCA

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