Lo que realmente maravilla es el clima que se respira en sus calles, escenario creado para la gran representación que es nuestra propia vida
Es Ciudad Rodrigo, y estamos en la última semana de agosto. Las calles son un hervidero de gente y calor por los últimos coletazos del verano. En estos días previos a las prematuras y largas jornadas del invierno castellano, la temperatura parece querer elevarse, no sólo por la época del año en la que nos encontramos, sino porque en esta pequeña ciudad castellana de la provincia de Salamanca, tiene lugar, como en ya tantas ediciones anteriores La Feria de Teatro de Castilla y León, y sus calles son pura efervescencia de personal, gentío o público, como antes decían nuestros mayores, para referirse a un incontable número de personas que parecen formar un ente único con identidad propia al margen de cada una de las individualidades que lo forman.
Es una feria de teatro, pero como en cualquier feria, se nos ofrece un sin fin de productos que podemos adquirir, contemplar de lejos, llevar guardados para compartir con otros, o simplemente tomar conciencia de nosotros mismos, porque a través de nuestros propios gustos nos descubrimos en ese viaje interior de aprender a saber quiénes somos. Porque en este caso, no se nos ofrecen telas, jabones de colores, alimentos exóticos o autóctonos; no admiramos hermosos animales, sustento y ayuda de nuestras vidas, o maquinaria rural o de avanzada tecnología, que nos la facilitan. Ni siquiera estamos ante obras de artesanía que ponen de manifiesto las habilidades y creatividad de nosotros, hombres, que avanzan en sus culturas, como dan fe los muchos libros que en el mundo han sido, y en otras ferias encontramos. Esto es una feria de teatro; así pues somos nosotros mismos, vistos en los escaparates de los distintos escenarios en los que contemplamos a modo de puestas en escena, en espectáculos, nuestras propias vidas, que en nada han cambiado a lo largo de los muchos años que llevamos deambulando por el teatro de una tierra, donde los escenarios, los tiempos en nada parecen variar con el devenir de nuestra Historia, de nuestras historias, por mucho que así lo creamos.
Esta ya acabada XIX Feria de Teatro de Castilla y León que ha tenido lugar entre los días 23 y 27 de agosto de este 2016 en curso, en esta pequeña ciudad castellana de Ciudad Rodrigo, ha tenido como en ediciones anteriores, una acogida y éxito que va creciendo no sólo en número, sino también en calidad. De esto dan fe, no sólo los muchos espectáculos que allí se han ofrecido, sino la gran cantidad de espectadores que a ellos acuden. La variedad es grande, y los escenarios diversos. No sólo se puede acudir a espacios cerrados como su bonito teatro Fernando Arrabal, sino que se tiene la posibilidad de acudir a maravillosos rincones que la ciudad ofrece, como alguno de sus palacios o patios como el de Los Sitios, reservado a las actuaciones nocturnas. Pero lo que realmente maravilla es el clima que se respira en sus calles, escenario creado para la gran representación que es nuestra propia vida, y que son el marco incomparable donde tienen cabida todo tipo de personas de todas las edades, personajes a fin de cuentas, mirándose en el espejo de lo que los distintos montajes, de nosotros cuentan.
En las representaciones matutinas del llamado "Divierteatro", miles de niños, rodeados por la presencia de vigilantes padres, que tienen que implicarse en el ocio de sus pequeños, asisten maravillados a lo que de alguna forma está empezando a sembrar en ellos la semilla del gusto por la vida. El teatro empieza en la toma de conciencia de nuestra propia existencia, como una representación de nosotros mismos, tomando materiales de lo cotidiano de cada uno, ya sea de nuestro proceso creativo, como de los elementos que necesitamos para reafirmar nuestras formas de expresión. Todo sirve, porque todo somos nosotros: lágrimas, risas, colores de telas o movimiento de manos y cabellos; abrazos o contiendas, bailes o música que surgen de forma espontánea de gargantas o instrumentos por nosotros creados. Vida y muerte en estado puro; escaparates que nos ayudan a comprender nuestra propia naturaleza, porque en ellos nos vemos al desnudo.
Como en toda buena feria, no pueden faltar las distintas voces que se alzan para ofrecer, vender, reivindicar sus mercancías o aprovechar el espacio para ser vistos por los demás. Y cuando la oferta y la demanda somos nosotros, los distintos estamentos que conforman la sociedad que hemos creado, se dan cita para formar parte de este gran escenario formado por los compartimentos que creamos para ser escuchados, atendidos, representados. Y así nuestros representantes, con nuestras diversas aquiescencias, suben a la tarima de sus declaraciones de intereses más o menos acorde con los nuestros, aprovechando este escenario donde todos tenemos cabida. Los profesionales en la materia, van de actuación en actuación para tomar buena nota de lo que allí sucede y llevarlo a otros foros. Las voces de la cultura, desde sus posiciones privilegiadas de un más amplio conocimiento, emiten juicios de valor, que se tienen en cuenta, dada su situación de especial formación intelectual. Las personas encargadas de la organización de tan gran evento, corren de un espacio a otro para que todo fluya con normalidad y procurando facilitar el buen funcionamiento, a cambio de su propio sacrificio por no poder disfrutar de otra cosa que no sea la satisfacción del deber cumplido.
Así es como vamos descubriendo que el teatro es pura vida, que nos movemos todos por escenarios comunes, en los que a cada momento sabemos cuál es nuestro rol. Porque nada ha cambiado en nosotros, desde que las grandes tragedias griegas empezaron a poner en escena la confrontación entre hombres y dioses, que no son más que el reflejo de nuestras grandes o cotidianas pasiones. Que la guerra sigue siendo el marco donde se dirimen nuestros egoísmos, soberbias e ignorancias. El claroscuro de nuestra vida la vemos en cada una de las representaciones, en las que las mismas palabras, emociones, movimiento de cuerpos, sudores y carcajadas, dan fe de nosotros mismos. Todos somos actores y público. Entre todos hacemos el montaje, la puesta en escena, la representación, y hasta las críticas ante el resultado. Porque como en toda buena feria, la vida cobra protagonismo al ofrecernos las posibilidades que podemos elegir para avanzar por el camino.
El sábado, 27, último día de Feria, y antes de la representación de las 20 h., tuvo lugar la entrega de premios de las obras galardonadas en la anterior edición. La Asociación de Amigos del Teatro de Ciudad Rodrigo, premió en esta ocasión, entre otros, la dirección del Edipo, que tan aplaudido fue también en el Festival de Mérida del pasado año. El responsable de la dirección de este montaje, fue el prestigioso y afamado dramaturgo irlandés Denis Rafter. Habitual de esta Feria de Teatro desde sus comienzos, en que fuera invitado, por la antigua y añorada directora, Rosa María García Cano, a la que debemos, sin duda, la puesta en marcha de lo que ahora celebramos con éxito. Denis Rafter, señaló como factor imprescindible para que el hecho teatral tenga lugar, la existencia de un público expectante y espectador ante tal hecho. Lo realmente curioso y emocionante, es que él mismo salió de entre este público para subir al escenario en el que tantas veces le hemos visto como actor y director, pero que también contempla como voraz espectador, siempre curioso y en continuo crecimiento por este mundo, que no deja de ser el de todos.
Es el Gran Teatro del Mundo del que hablaba nuestro gran Calderón de la Barca. El mundo por donde Cervantes llevó a su Quijote, como un gran actor provocador de las más admirables escenas de nuestra literatura, y por tanto de nuestra propia existencia. Con un Sancho al lado, testigo y espectador de lo que el ser humano es capaz de hacer, y ante todo ser. Como ya dijo en alguna ocasión el gran Shakespeare: "To be or no to be?". Aunque realmente ahí no está el dilema. Porque si el teatro es vida, ante todo hay que ser. Rafter se ha encargado en esta ocasión del teatro para niños en el espacio del Divierteatro. Lo podemos imaginar como un gran flautista de Hamelin, dirigiendo a los pequeños. Pero en esta ocasión, no para encerrarlos en una gran montaña, que ya sabemos por Platón, lo que equivoca ver sombras ficticias, en una Caverna, que eso es otra historia. Los pequeños, siguen maravillados al ritmo de la música que la vida nos marca, para convertirnos en actores más o menos buenos de un mundo en el que todos somos protagonistas, pero nadie es imprescindible, porque todos tenemos alguna historia que contar. Cada año que pasa, con las semillas que deja, se garantiza la simiente de la continuidad en el tiempo y calidad de un trabajo tan bien realizado.
Gracias a todos los responsables; gracias a todos los que saben verlo y participan; gracias a los que ponen dificultades y quieren valorar en dinero lo que no tiene precio, porque se trata de nuestra propia vida, y por tanto nunca podrá desaparecer. Gracias en definitiva a una Castilla y León que parece empezar a obviar las dolidas quejas del gran Antonio Machado, hijo adoptivo de nuestra tierra, y al que el cielo sí pareció dar la gracia que negó a Cervantes, la de la poesía. Tenemos una nueva luz, que hará que los versos del poeta, sean inadecuados para nosotros por anacrónicos: "Castilla miserable, ayer dominadora, envuelta en sus harapos, desprecia cuanto ignora." En esta nuestra Feria de Teatro se da la bienvenida a otra mirada inteligente que sigue hablando del Hombre, porque "el teatro es pura vida".
Pilar de la Sota Garzón
Socia de "Amigos del Teatro de Ciudad Rodrigo"
Fotografía: Adrián Martín