Se lo repito a mis hijas cada vez que se ponen estupendas y utilizan palabras más grandes que ellas. Cuando dicen "todo", "nada", "nunca" y "siempre" con alegría inconsciente, yo me pongo muy serio y les explico que hay que andar con cuidado. Que esas expresiones son tan enormes que no dejan sitio a nada más. Que hay que andar con ojo porque cada vez hay menos cosas que sean, por ejemplo, para siempre. Y aunque no me entienden y me miran con un poco de lástima en plan "papá, que tenemos seis años y tres años, que lo que queremos es jugar, enfadarnos mucho y llorar y en un segundo estar riéndonos y muy contentas. Déjanos la tablet para hacer puzzles y tal" yo no cejo en mi empeño de ser didáctico y buen padre y muy pedagogo y de imaginar que con mis infames chapas ético-lingüísticas voy performando sus mentes infantiles para que sean dos tías nada excluyentes y muy felices. Lo dicho, que me enrollo.
Decía que cada vez son menos las cosas que hay para siempre. Ni el reloj, ni la cartera, ni el coche, ni la casa, ni siquiera la pareja. De hecho creo que si exceptuamos a la familia, que no hemos elegido, apenas me quedan como algo eterno e inmutable mi fe católica y mi pasión rojiblanca. O mejor dicho, me quedaban. Y lo escribo en pasado porque desde esta semana tengo que sumar al regalo religioso y futbolístico un tatuaje en la piel que me he marcado para siempre. A mi edad. A lo loco.
Llevaba años queriéndome serigrafiar la epidermis con tinta indeleble. Pero por respeto a mi mujer y siguiendo sus sabias indicaciones, me contuve. Esto ha sido así hasta que este año sus mágicas majestades me han dejado un vale con una dirección, una fecha y una hora para perpetrar en mi cuerpo un anhelo hasta entonces vetado. Dicho y hecho. Ya tengo mi tattoo. En lugar discreto. Es pequeño. Es tribal. Exactamente el mismo y en el mismo sitio que el que tiene mi mujer desde que la conozco. Parecemos de la misma ganadería. Estamos marcados por el mismo signo. Y aunque a muchos les parezca una tontería, el amor -que todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera y todo lo soporta- es lo que sostiene mis dos seguridades. La futbolística y la religiosa. El amor ha quedado marcado para siempre en mi piel. Y cada vez que lo miro recuerdo que del amor con mi amor han nacido mis dos amores. Una de tres y otra de seis.
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