Es tal la revolución que ha provocado en nuestras vidas la aparición de la informática que, muchos de nuestros hábitos han cambiado de forma radical. Esta circunstancia, ha dividido a la sociedad en dos grandes bloques. Y, aunque parece que conviven sin ninguna dificultad, en la práctica, son demasiadas las barreras que les separan.
Hablo de quienes han cogido el tren del progreso y la innovación, impulsado por las nuevas tecnologías, y de aquellos que, fieles a la tradición, siguen con sus costumbres anclados en el pasado.
No me atrevería, desde esta columna, a defender un sistema en detrimento del otro. Pues, aunque todos miramos hacia el futuro, porque la evolución no se puede frenar; la vertiginosa carrera de las telecomunicaciones, deja fuera de su ámbito a demasiadas personas.
Pero no todo son ventajas. Incluso aquellos que se encuentran inmersos en el desarrollo de estas tecnologías, desconocen hacia donde les puede llevar este camino, cuyo límite no se contempla. Quizá fuera conveniente reflexionar, para determinar lo que se omite por inadvertencia. Pues, también los valores tradicionales son necesarios para neutralizar tanto egoísmo disperso y no reconocido.
En mi caso, me encuentro a medio camino entre estas dos realidades. Por un lado, pertenezco al pasado, y por eso puedo analizar una trayectoria repleta de carencias; de luchas y sacrificios que, en ningún sentido, considero negativo. Uno vive con arreglo al tiempo que le toca vivir, y a las circunstancias en que se tiene que mover. Las contrariedades nos curten; nos enseñan aspectos de la vida que, en condiciones favorables, jamás conoceríamos. Vivir en un tiempo u otro no tiene la menor importancia. Lo verdaderamente positivo es saber qué papel representamos en el teatro de la vida, y hasta donde podemos llegar sin comprometer la propia dignidad.
He subido, con alguna dificultad, al tren de la innovación; esforzándome mucho he conseguido entenderme con aquellos que controlan y dirigen tal mecanismo. Y, haciendo una comparación entre una forma de vivir y otra, no sabría con cual quedarme. Pues, el vehículo que he cogido, discurre a tal velocidad, que no es posible contemplar el bello mundo donde residimos.
No se trata de cruzar grandes extensiones en muy poco espacio de tiempo. Hay que tener la consciencia despierta, y la razón a punto, para entender los límites que plantea la vida. Pues, corremos el riesgo de malgastar todos nuestros momentos en una carrera vertiginosa que, sin previsión alguna, nos traslada de un lugar a otro, con la desagradable sensación de malgastar el tiempo.
No pienso bajarme de este tren, aunque reconozco que hay otras formas de abordar la realidad. No solo cuentan las conexiones en tiempo real, y esa multitud de imágenes mal captadas que nos ofrecen la realidad distorsionada. Creo que nos calentamos demasiado la cabeza, y olvidamos los requerimientos del corazón. La cercanía en la red, contrasta con la enorme distancia que separa a unas personas de otras. En el mundo virtual no es adecuado para dispensar los afectos.
El mismo mundo, pero dos formas de vivir. Hablo de mayores y de jóvenes; del ayer que se está olvidando demasiado, y de un futuro que no percibimos porque, antes de que nos demos cuenta, se habrá convertido en presente.
Yo abogo por moderar ambas corrientes para lograr una aproximación sin traumatismos. Pues, aunque estas dos formas de vivir discurren de forma paralela y sin conflictos. Aquellos que se han resistido a conocer los imperativos de esta nueva forma de vida, deberían contar con la asistencia necesaria para no tener que pagar muy cara su ignorancia tecnológica. En muy poco tiempo la mayor parte de nuestras rutinas se realizarán a través de la red.
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