Profesor de Derecho Penal de la Usal
Esta semana (el 18 de agosto) se han cumplido ochenta años del asesinato, a manos del ejército de Franco, de uno de los poetas más grandes que ha tenido España en toda su historia. Al bando rebelde no le interesaban los intelectuales como quedó demostrado de forma vergonzosa y trágica el 12 de octubre de ese mismo año en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca, donde Millán Astray gritaba "viva la muerte y mueran los intelectuales".
Una vez recuperado el sistema democrático, con la transición política, la aprobación de la Carta Magna y el restablecimiento de las libertades individuales, parecía que la imagen de "la España de charanga y pandereta/ cerrado y sacristía,/ devota de Frascuelo y de María", que tanto disgustaba a Machado y que destacó en "El mañana efímero", se iba para siempre. No fue así, como nos ha demostrado el pasado reciente y en la actualidad. Las prácticas caciquiles y la corrupción política son síntomas claros de que las malas artes en la vida pública siguen estando presentes y dominando nuestras vicisitudes cotidianas. Y esto es un lastre demasiado pesado para nuestro desarrollo económico, social y cultural y muy mal ejemplo para las generaciones futuras.
La semana, informativamente hablando, sigue encarrilada hacia el desastre político y ético. Lo de Rajoy es ya un juego de trileros difícil de asimilar. Cuando hay tanta urgencia en formar gobierno, sigue en la ambigüedad más absoluta sobre las exigencias que le planteó Ciudadanos hace una semana. Entonces dijo que serían estudiadas en la Ejecutiva Nacional del PP el 17 de agosto. Pasado el día, Rajoy dice que este órgano de decisión del partido le ha autorizado a negociar las condiciones. Incluso tiene la osadía de manifestar que "podemos aceptar muchas cosas, o no". Ridícula contestación, como la mayoría de la intervenciones de Rajoy. Hace bien poco dijo a los integrantes de la delegación olímpica que en España había "muchos españoles"; sin comentarios. A la obra bancada, la del PSOE, le traslada la siempre calculada amenaza de que serán los únicos responsables si hay que convocar unas terceras elecciones para resolver el indecente enroque en el que nos tienen metidos a todos los españoles. No le falta razón a Pedro Sánchez cuando afirma que Rajoy tiene "cautiva la democracia". Con las últimas actuaciones, el presidente en funciones demuestra, una vez más, su incapacidad para el diálogo y la negociación y su falta de liderazgo al no exigir que se vayan de la vida pública y de la Ejecutiva Nacional personajes tan señalados por la corrupción como la ex alcaldesa de Valencia y actualmente senadora, Rita Barberá o el ex presidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González.
El sentido común y la ética pública son difícilmente compatibles con algunas decisiones del PP (o mejor dicho, de las no decisiones cuando éstas deben tomarse). Me estoy refiriendo a que personajes como Rita Barberá no hayan sido expulsadas, cuando el sumario de la "operación Taula" tiene imputados a 12 personas (empresarios y políticos del PP del ayuntamiento de Valencia) que presuntamente han influido en las valoraciones de los técnicos del ayuntamiento para contaminar adjudicaciones de proyectos municipales a cambio de "mordidas" de hasta 20 millones de euros.
Esta situación es grave y lo que no se entiende demasiado es que la ciudadanía se mantenga insensible ante estos desmanes. Si los políticos apestados por la corrupción siguen siendo apoyados por el pueblo es que algo falla en esta sociedad. ¡Qué diferencia con los políticos de otros países!. Esta semana nos hemos enterado que la ministra de Educación Superior de Suecia, Aida Hadzialic, presentó su dimisión porque había dado positivo en un control de alcoholemia cuando venía de Copenhague de asistir a un concierto de música, conduciendo su vehículo. La ya ex ministra dijo estar profundamente arrepentida y lamentaba haber decepcionado a mucha gente. Además, el primer ministro sueco, Stefan Löfven compartió con la ministra el análisis sobre la gravedad de la situación y dijo lamentar perder a una "apreciada y exitosa colega". Esto sí es un ejemplo de responsabilidad política y de ética.
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