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Pregón íntegro del Martes Mayor: De Martes, comercios y estraperlos mirobrigenses
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MARTES MAYOR

Pregón íntegro del Martes Mayor: De Martes, comercios y estraperlos mirobrigenses

Actualizado 08/08/2016
David Rodríguez

Adoración Cañamero pronunció el pregón de la festividad en la tarde del lunes en el Teatro Nuevo Fernando Arrabal

Permítanme que agradezca al señor Alcalde, D. Juan Tomás Muñoz, y a la Corporación Municipal el haber pensado en mí para este menester. Especialmente se lo agradezco a la Concejala de Comercio, Azahara Martín, por haber sido ella en persona la que me trasladó la propuesta.

Reconozco sinceramente que me sorprendió gratamente y me sentí halagada, pues pregonar en este marco del Teatro 'Fernando Arrabal' es pasar, para bien o para mal, a la historia de nuestra ciudad.

Lo pensé y lo sopesé por motivos de salud, y al final acepté gustosamente, pues es un honor para mí pregonar la fiesta grande del comercio mirobrigense, la fiesta del Martes Mayor.

Antes de comenzar la tarea que en estos momentos me atañe, quiero dedicar un tiempo breve a todos los comerciantes, los cuales fueron, tiempo atrás, mis compañeros de viaje. Trabajamos juntos por y para el comercio de Ciudad Rodrigo, ellos desde el conocimiento y dominio de sus negocios, yo desde la responsabilidad que conlleva el cargo de Concejala de Comercio en el Ayuntamiento mirobrigense. Escuchar sus preocupaciones, sus desvelos y no muchas alegrías, consecuencia de los tiempos actuales, hicieron que me posicionara, sin dudarlo un minuto, completamente a su lado, colaborando estrechamente, en la medida de lo posible, con todo lo que podía.

Los años que viví a su lado me sirvieron, sobre todo, para conocer mejor a todos y cada uno de los pequeños empresarios, que con dignidad y valentía siguen estando al frente de sus negocios familiares, sobreviviendo a la crisis. He compartido con ellos inquietudes y preocupaciones, algunos momentos también de alegría y satisfacción, al atisbar, en períodos concretos del año, más actividad comercial. Fruto de esta relación, de escuchar sus opiniones y de observar su trabajo diario, pude ver en cada cual este coraje heredado de sus antepasados, el que caracteriza a los emprendedores cuando, en momentos de dificultad, buscan la forma adecuada para una buena promoción. Todos, cada cual con su estrategia, intentan vender su producto ajustando precio y calidad a la economía doméstica. Y por eso procuran estar a la altura de las circunstancias para mantenerse en activo cuando el dinero escasea. Fue un honor trabajar desde el Ayuntamiento con ustedes. Me aportaron muchas cosas que guardo con recelo. Y, si tengo que destacar algo de todos, repito, todos nuestros comerciantes, sin duda destacaría la profesionalidad y la sensatez.

Dice un refrán castellano: "Es de bien nacidos ser agradecidos". Y yo, como me considero buena castellana, lo aplico para agradecer públicamente al personal del Ayuntamiento, empleados, funcionarios y Policía local su ayuda generosa y el trato afable y respetuoso que siempre me dispensaron cuando los necesité. Gracias a todos, os digo hoy como ciudadana, por vuestro trabajo diario para el bien de la ciudad.

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Ahora sí. Ahora ha llegado el momento de cumplir con lo establecido y pregonar a todos ustedes la fiesta que se avecina, la fiesta que realza la importancia que ha tenido y tiene el comercio mirobrigense.

Quiero empezar el pregón haciendo un pequeño esbozo del origen y evolución del comercio en el transcurrir del tiempo. Lo hago sobre todo por la importancia que ha tenido en la historia de la humanidad y en la economía mundial.

La actividad comercial surge cuando nuestros antepasados descubren, a finales de la prehistoria, que trabajando la tierra no sólo consiguen las materias primas necesarias para el sustento diario, sino que además obtienen excedentes en la producción. Nace así la agricultura, y con ella los asentamientos humanos al lado de las tierras de cultivo, formando pequeños poblados que poco a poco irían creciendo.

La nueva vida en sociedad requería importantes aspectos tan relevantes como la alimentación, la vivienda, el vestido y el calzado. Las exigencias del momento conllevan algo importante: la especialización del trabajo. Se distribuyen las tareas entre la población existente, lo que posibilita el aumento, en cantidad y calidad, de la variedad de productos.

El intercambio directo de bienes fue práctica habitual en este período de la historia. Era su forma de comerciar, y a este singular comercio todos lo conocemos por el nombre de trueque. El primitivo comercio tuvo un tiempo de vigencia justo, hasta que se dieron cuenta de que no era lo suficientemente práctico, sobre todo por la conservación y el almacenamiento de las materias.

La aparición de las primeras monedas acuñadas con carácter oficial en el año 600 a. C. trae consigo otro hecho relevante en la historia del comercio: la aparición de la banca como establecimiento monetario que da un gran impulso a la actividad comercial.

Todos estos logros y el afán aventurero de expertos y valientes marineros hace posible la creación de importantes rutas transcontinentales para suplir la demanda europea de bienes y mercancías. Los grandes descubrimientos buscando nuevas rutas comerciales hacia la India para conseguir las ansiadas especias supusieron un importante avance en la evolución del comercio, respaldado siempre por la banca.

Los siguientes acontecimientos relevantes para el comercio fueron los adelantos en el transporte de mercancías y las mejoras considerables en las vías de comunicación, hechos que fomentaron notablemente el comercio internacional.

Este breve recorrido por la historia del comercio pone de manifiesto que la actividad comercial exige innovación constante, ya que innovar, en comercio, es sinónimo de progreso.

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Situémonos ahora el en Ciudad Rodrigo comercial. Corrían los años sesenta cuando mis padres, con buen criterio, me trajeron a la ciudad para iniciar mis estudios en el Colegio de las madres Teresianas. El cambio fue total, y el proceso adaptativo duro y largo. Pero, poco a poco, me acostumbré a una nueva forma de vida fuera de mi familia.

En esta etapa de estudiante en Ciudad Rodrigo había un día que destacaba sobre todos los de la semana. Era el martes, día en que los comarcanos se desplazaban a la ciudad para realizar sus gestiones.

Los coches de línea venían repletos de gente de los pueblos circundantes para efectuar sus compras pertinentes y visitar a sus hijos e hijas, que cursaban estudios aquí, en Colegios o en el Seminario, en el Instituto o en la Escuela de Artes.

A eso de la una y media del mediodía la Plaza Mayor de Ciudad Rodrigo y sus calles adyacentes eran un hervidero de gente: estudiantes con padres o madres, tratantes de ganado y, ¡cómo no!, los labradores y ganaderos de la socampana y comarca mirobrigense. Las plazas del Conde y del Buen Alcalde, ocupadas literalmente por los hortelanos de la ribera del Águeda exhibiendo en sus puestos los productos de la huerta, daban y siguen dando ese toque especial de los martes en Miróbriga, con el colorido variado de las frutas y verduras perfectamente ordenadas.

Había entonces en Ciudad Rodrigo otros dos días dedicados al mercado de frutas y verduras en un arrabal cercano, lugar muy destacado por la belleza de su entorno. La Calle del Rollo, hoy de Lorenza Iglesias, acogía a los hortelanos de la huerta mirobrigense los jueves y los domingos, exponiendo su mercancía a lo largo de la calle. Productos de calidad y servicio amable y cercano dan siempre estos paisanos a quien se acerca a comprar.

El ambiente festivo de los martes lo recuerdo con especial cariño cuando cierro los ojos y contemplo aquella cesta de mimbre, rectangular y de color marrón oscuro, en la que me traían las viandas para toda la semana. Abrirla era tan gratificante que la emoción me embargaba y, era inevitable, de mis ojos brotaban siempre lágrimas de añoranza. El olor de mi familia, de mi casa y de mi gente venía en el interior de esa cesta, emergiendo lentamente para prolongar mi emoción.

Si bien es cierto que los primeros años fuera de mi pueblo, en Ciudad Rodrigo, fueron duros, no es menos cierto también que, superada la etapa infantil, me integré perfectamente en la vida y en las costumbres de esta bella ciudad.

Cuando cursaba el último año de carrera, conocí al que hoy es mi marido, Andrés Sevillano (Sito), mirobrigense de nacimiento y farinato hasta la médula. Esto hizo posible que me convirtiera en hija adoptiva de la ciudad que me vio crecer y me dio una nueva vida.

Motivos profesionales me alejaron durante unos años de Miróbriga y sus gentes, dejando atrás vivencias inolvidables de la vida de estudiante: paseos domingueros plaza arriba, plaza abajo; la muralla y la batería, lugar de encuentro obligado para la juventud de entonces; el famoso carreto de Maura; los primeros bailes juveniles en la pista de Bolonia y muchas, muchas amistades que aún hoy conservo.

En 1980, de vuelta a Ciudad Rodrigo, pude comprobar que el martes seguía siendo el día del Mercado Franco, como fuera concebido primero por el rey Enrique IV y proclamado después por su hermana Isabel I de Castilla en 1475. Preocupada por la pobreza de la comarca mirobrigense, Su Graciosa Majestad consideró oportuno dar un impulso al comercio, concediendo el privilegio de celebrar un mercado libre de impuestos en nuestra villa todos los martes del año. Ciudad Rodrigo lo hizo suyo, y desde finales de la Edad Media, siglo XV concretamente, se viene celebrando el mercado en un espacio maravilloso que ya hemos mencionado: la Plaza del Buen Alcalde.

En 1984 el entonces Regidor, D. Miguel Cid Cebrián, anunciaba mediante bando algo que con imaginación, como un pequeño homenaje a la figura desaparecida del alguacil de trompetilla, sonaría tal que así en cualquier pueblo de la comarca:

"Por orden del Señor Alcalde hago saber a ustedes:

1º.Que el segundo martes del mes de Agosto se celebrará en Ciudad Rodrigo la fiesta oficial del comercio.

2º.Asimismo hago saber también que esta fiesta se incluirá en el calendario de fiestas locales con el nombre de Martes Mayor.

3º.Que para conocimiento de ustedes, señores comerciantes, pueden sacar a la calle los productos de sus tiendas, con el fin de incrementar, cuanto más mejor, sus ventas.

4º.Y, por último, termino haciendo saber a ustedes que la decisión se aprobó por total unanimidad de la corporación y en pleno municipal."

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Tres décadas pasan ya desde su primera celebración. Y, aunque han cambiado algunas cosas por el devenir de los tiempos, la fiesta del Martes Mayor sigue siendo un referente no sólo en la comunidad castellana, sino también en numerosas comunidades que nos honran con su presencia engrandeciendo más, si cabe, el buen ambiente que se respira este día en Miróbriga.

Cada año es mayor la demanda para ocupar un espacio. Desde lugares remotos de la geografía española llegan peticiones concretas para acompañar en su día al comercio mirobrigense. El Ayuntamiento hace un gran esfuerzo para situarlos a todos, asignando, según la mercancía, más o menos metros cuadrados.

Por fin ya todo dispuesto: distribuidos los espacios, determinados los metros que ocupa cada puesto y también el número de empresarios que ejercerán en la calle como maestros del arte comercial, articulando modos y formas para atraer al viandante. Hay puestos de artesanía, de productos alimentarios y antigüedades, de ropa y, ¿cómo no?, de calzado. Todo esto y mucho más conforma el panorama urbano del centro de la ciudad.

Inmersos ya en el gran día, la ciudad se despereza con el ruido inconfundible del vaivén de furgonetas repletas de material, el saludo mañanero de empresarios madrugadores colocando la mercancía en sus puestos correspondientes y el canto de algunos pájaros que, al alba, alzan su voz.

Cuando la luz del día alumbra bien la ciudad anunciando, muy de mañana, que el calor se va a sentir, se escucha el sonido característico de la gaita y el tamboril que, entonando canciones charras, proclaman a los cuatro vientos la celebración del Martes Mayor. Mas entre todos los sonidos sobresale uno especial: agudo y muy penetrante, para hacerse notar más. Es el silbo chirriante del silbato rojo y blanco del afilador, experto como todos en sus artes, hace sonar mientras, insistentemente, vocifera: "Afilo tijeras, cuchillos y navajas", por las calles de la ciudad.

La nota de alegría y colorido la ponen nuestros pequeños, que viven con entusiasmo desde primeras horas de la mañana su especial fiesta del comercio. Ellos protagonizan las escenas más entrañables, ofertando con especial gracejo a todo el que se le acerca los productos que han realizado para este día concreto.

Los puestos lucen con gracia atuendos de fiesta acordes a la temática correspondiente y, haciendo honores al tema, los responsables de los mismos visten idénticas galas detrás de los mostradores. Sin casi quererlo, poco a poco, la gente se moviliza. Ya se nota movimiento dentro y fuera de murallas: conductores buscando espacio para aparcar bien sus coches, y gente madrugadora que se sube a buena hora para evitar el colapso.

Las puertas de la ciudad, abiertas siempre de par en par, dan paso a los visitantes y a gentes de la ciudad para disfrutar del comercio este día singular. Cada cual opta por una dirección concreta: los que van hacia la calle Madrid y hacia la plaza del Conde acceden por la puerta que da nombre a este precioso espacio; otros eligen la puerta de Amayuelas y el postigo de Santa María, dirección a la Catedral; y por las puertas de Santiago y del Sol entran aquellos que se dirigen hacia la Plaza Mayor por la calle de San Juan y la propia rúa del Sol. Las puertas de la Colada y Santa Cruz son la entrada directa de comerciantes y clientes que vienen de la comunidad extremeña o el vecino Portugal.

A eso del mediodía el panorama cambia por completo. Gentes de aquí y de allá, niños y adolescentes, jóvenes y mayores se mezclan en el tumulto e intentan abrirse paso por el centro de la Plaza. Las calles Madrid, Julián Sánchez, San Juan, Cardenal Pacheco y la propia rúa del Sol son intransitables a estas horas del día. Personas que van y vienen, que se detienen a saludar a un conocido que aparece con otras tres personas más, cerrando el paso a viandantes que circulan con dificultad.

En los puestos comerciales se agolpa ya el personal aprovechando los huecos que encuentran y buscando comprar los productos que han llamado su atención. Por el centro de la Plaza los más participativos circulan muy lentamente, ataviados con atuendos acordes al tema que toca. El bullicio se ha adueñado del ágora mirobrigense. Es la hora punta, la hora de más afluencia de público, cuando se confunden las voces humanas con los sonidos de la flauta y la música entrecortada del viego pick-up que están probando en algún puesto cercano.

El generoso calor del verano castellano se hace sentir con gran fuerza y, sumado al calor humano de los miles de personas, obliga a buscar refugio a la sombra que proyectan algunos de los edificios o bajo las socorridas sombrillas que proliferan en la plaza.

La mañana transcurre así: ambiente festivo en la calle, mucha gente forastera que nos acompaña para disfrutar del mercado franco y del comercio, nuestro veterano comercio, protagonista exclusivo este día en que todos los mirobrigenses nos unimos a los comerciantes para impulsar cada año más, si cabe, la actividad comercial en Ciudad Rodrigo.

El Martes Mayor tiene un hermano muy joven. Terminamos de celebrar su segundo aniversario. Y, aunque nació por casualidad, hay que reconocer que fue un gran acierto del actual consistorio. Nació en un entorno comercial muy importante de la ciudad: junto al parque de la Glorieta, en las calles Laguna y Lorenza Iglesias. Se le bautizó con el nombre de Martes Chico, no sólo por la edad, que también, sino por su aún parvo e incipiente desarrollo.

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Llegados a este punto en el que el tiempo se agota, para no cansarnos más, no puedo obviar el tema que este año dará la nota colorista a nuestro Martes Mayor. Es un recuerdo al comercio que surgió de la necesidad, durante los años de posguerra, en una España sumida en la pobreza general. Para hablar del estraperlo nos tenemos que situar en los años cuarenta o cincuenta, donde todo se controlaba, se pesaba o se medía con cartillas de racionamiento y fielatos o casetas de arbitrios existentes a la entrada de cualquier pueblo o ciudad. A modo de curiosidad, no podemos menos de reconocer la importancia de la romana, hoy objeto de decoración. En la época de la historia de la que estamos hablando, su fiel aguja de precisión dio el nombre a esos fielatos o básculas existentes en España hasta los años 60 del pasado siglo XX.

En un ambiente de extrema pobreza, cuando falta lo necesario para el sustento diario, el ser humano agudiza su ingenio y busca alternativas para suplir las necesidades básicas en el ámbito familiar. Era éste el ambiente de la España de pan negro de cebada, de centeno o de maíz, donde cualquier cosa tenía valor y todo se aprovechaba. ¡Hasta cáscaras de naranja y peladuras de patatas se guardaban como joyas para mejor ocasión!

Se comía como y cuando se podía. Las madres y las abuelas buscaban "bajo las piedras" para poder llevar algo a casa, donde las esperaban, impacientes, sus hijos o nietos pequeños. Se hacían pucheros sin huesos; se freían las mencionadas peladuras en la grasa del tocino bien deshecho, que hacía las veces de aceite; y las cáscaras también elogiadas, recogidas con esmero, servían de rico postre.

En situaciones tan extremas el ser humano reacciona con algo tan elogiable como la solidaridad. La ayuda mutua era la práctica habitual entre los vecinos, que compartían cuanto tenía para hacer más llevadera la pena y mitigar, a la vez, el hambre, la hambruna y la penuria existentes.

El trueque se practicaba como otra necesidad más. Se canjeaban aceite o vino por arroz, café de achicoria por leche, y unos zapatos usados por harina, huevos u otros alimentos. El trabajo de sol a sol de los que trabajaban en el campo tenía la recompensa de poder, con mucha suerte, vender lo poco que daba la tierra y a la vez practicar algo de estraperlo. Cuando regresaban al pueblo, los campesinos buscaban distintos atajos, intentando evitar que los parase el fielato y así evadirse de pagar el impuesto correspondiente.

La entrada y salida de mercancías a un pueblo o ciudad se pagaba con un arbitrio siempre controlado por el inspector, persona encargada de establecer las tasas pertinentes. Éste, a su vez, estaba vigilado por la guardia municipal, responsable final del funcionamiento y control del fielato. Además de su función meramente recaudatoria, el inspector ejercía también un cierto control sanitario sobre todos los alimentos.

Las grandes maestras en el arte de eludir impuestos fueron las lecheras. Ellas transformaban, magistralmente y en muy poco tiempo, los grandes calderos de latón de 10 litros en calderos de 20 litros. Les bastaba el tiempo necesario para añadir a los 10 litros de leche otros tantos de agua. Como por arte de magia, la leche se multiplicaba? y la lechera adquiría un pedazo más de pan con que alimentar a sus hijos. La picaresca surgía por doquier. Había que ponerle un poco de picante a tan difícil situación y, si colaba la mezcla de leche rebajada? ¡lo recaudado era mejor que un mendrugo de pan duro de difícil digestión! Sin embargo, la propia historia nos dice que complejo era el trabajo de engañar a los inspectores. Éstos tenían unos densímetros que, introducidos en los calderos, notaban fácilmente si había o no adulteración.

Los trabajos de investigación manejados para la ocasión nos dicen que los productos que más escaseaban, e incluso a veces inexistentes, eran los de primera necesidad: pan, azúcar, aceite, patatas, arroz, etc. Esta escasez de artículos fue la que motivó que el estraperlo se convirtiera en una de las actividades más importantes de los años 40 y 50.

Los matuteros y matuteras, así se llamaban las personas que traficaban en este mercado negro, eran considerados como los salvadores del hambre y la escasez. Todos, sin distinción de clase social, acudían a su amparo con el fin de hallar la solución al problema personal.

Las mujeres matuteras traficaban por necesidad. La guerra las había convertido en cabezas de familia, teniendo que asumir toda la responsabilidad del núcleo familiar. La valentía y el arrojo de estas sufridas mujeres ha quedado plasmado en los anales de la historia de tan difíciles años. Practicaban el estraperlo obligadas por la situación, exponiéndose a ser "pilladas" con la pequeña carga que portaban escondida en su cuerpo, con el único objetivo de satisfacer dicha necesidad.

Hasta los perros o los burros practicaban el estraperlo, no sin antes pasar por un duro aprendizaje. Los dueños de los animales, vestidos de carabineros, le propinaban buenos palos para que cogieran miedo a las personas uniformadas. Ellos, a base de golpes, aprendían que tenían que escapar a toda velocidad si no querían recibir más tundas. Cargados con alforjas repletas de pesados fardos o paquetes de tabaco, aunque el peso aminorara el ritmo de la marcha, si veían un uniforme, "huían que se las pelaban" sin volver la vista atrás.

La situación geográfica privilegiada de Ciudad Rodrigo y su comarca fue determinante para la proliferación del estraperlo a lo largo y ancho de La Raya. Era un comercio apto para personas con fina intuición, osados en compra-venta y con pícaros recursos, por si había que declarar en caso de ser pillados. El comercio de contrabando en esta zona rayana fue, como en toda España, la solución al hambre que existía por el Oeste salmantino en los años de posguerra.

Del vecino Portugal se importaban materias primas como harina, pasta o azúcar, e incluso el famoso café torrefacto, además de algunas minucias relacionadas más con el ocio. El tabaco americano, por ejemplo, fue siempre motivo de contrabando, igual que las piedras de los mecheros y los perdigones que servían para rellenar los cartuchos de caza. Elementos, todos estos, muy apreciados por su escaso valor material y lo poco que abultaban.

Pasar todos estos objetos del vecino Portugal no era tarea fácil, pues entraban en juego varios factores, además de la buena suerte. El conocimiento y dominio de los caminos o atajos, la pericia del matutero o matutera para eludir los controles y la imprescindible fortaleza del animal porteador.

El mirobrigense D. Amós Belmonte era el encargado de controlar las mercancías que pasaban a la ciudad. Arqueólogo de profesión y bibliotecario en varias ciudades de la geografía española, volvió a Ciudad Rodrigo y ocupó el puesto de concejal en el Consistorio mirobrigense en los años en que estaba de regidor D. Manuel Sánchez-Arjona, el Buen Alcalde para nosotros. D. Amós era hombre de recto proceder y meticuloso en el control. Según cuenta la leyenda, hilaba muy fino en los precios y controlaba el peso con tal rigor que los propios matuteros le tenían cierto temor.

Poco a poco la situación fue cambiando. La necesidad superó al miedo, y en el horizonte español se empezó a vislumbrar una ligera esperanza, augurio de un futuro mejor. Con mucho, mucho trabajo y su gran tenacidad para superar la situación, estos hombres y mujeres han pasado ya a la historia por haber sido los encargados de sentar las bases del cambio para una España mejor.

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No quisiera terminar sin antes hacer elogio con esta sencilla copla al tema que hemos tratado a lo largo del pregón. Es la Copla de los X, compuesta en 1929 por esa misma rondalla sobre un asunto acaecido en la propia puerta del Conde. Los versos dicen así:

Un honrado consumero

sospechando, al parecer,

quiso registrar la alforja

que llevaba una mujer.

Y la socia, que era obesa,

replicó con gesto chulo:

"¡Aquí no van más jamones

que los que llevo en el? burro!"

Y el compadre no supo tasar

lo que aquello debía pagar.

- Bueno; y esto se explica fácilmente

porque, cualquiera sabe lo que pesa

un jamón sin "basculearlo".-

¡Hombre, claro!

Por eso el buen consumero

se mostró indulgente,

con cierto aire pillín.

Y tras de algunas vacilaciones,

disimulando sus intenciones,

dijo a la moza con turbación:

"¡Aquí no paga derechos

esa clase de jamón!".

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Finalizo este pregón tal y como lo inicié: recordando la importancia que ha tenido y que tiene el comercio mirobrigense en nuestra ciudad. ¡Seguid trabajando como siempre lo han y lo habéis hecho, mejorando lo mejorable y conservando ese talante emprendedor, aquel que caracteriza y distingue a los buenos comerciantes en momentos de gran dicha, mas también de dificultad!

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