Lo sucedido en Turquía demuestra que un golpe de Estado convencional es una excrecencia política imposible en la Europa de hoy, por mucho que se trate de una Europa marginal, periférica y asiática.
Sus autores se inspiraron vagamente en la asonada que llevó al poder al general egipcio Al-Sisi. Pero el partido de Erdogan es una máquina política perfectamente engrasada, que no tiene nada que ver con el fundamentalismo exótico y primitivo de los Hermanos Musulmanes y, a su vez, el ejército turco dista muchísimo de aquél que Kemal Ataturk convirtió en garante de una república laica hace casi cien años.
Por eso, a los pocos minutos de haberse iniciado, una sublevación que no había logrado detener a ningún miembro del Gobierno ni conseguido controlar las sedes del poder político ya estaba destinada al fracaso, por mucho que se empeñase en darle esperanzas en directo el voluntarismo interesado de los contertulios de RTVE.
Su actitud inconscientemente proclive a los amotinados no era diferente ni a la de Barak Obama ni a la de las cancillerías de la UE, lentas en la condena del motín y más perturbadas en cambio por la paulatina deriva autoritaria del presidente turco. Ese autoritarismo se ha visto reforzado ahora, súbitamente, por la detención o el ostracismo político de más de 50.000 militares, policías, jueces, educadores y periodistas. Éste ha sido, pues, el segundo golpe de Estado, más extenso, eficaz y definitivo que el primero.
La gran preocupación actual de Europa es, por consiguiente, la existencia dentro de la OTAN de un régimen islamista, con varios millones de ciudadanos emigrados legalmente al Oeste, que defiende en teoría el flanco oriental del continente y con una petición formal de adhesión a la UE todavía vigente.
Sin embargo, los problemas surgidos en el otro extremo de Europa con el Brexit, la crisis de los refugiados en el Este y el ambiguo papel de Turquía en la crisis del Próximo Oriente han pulverizado el interés de Tayyip Erdogan por la UE. Al tiempo, han aumentado exponencialmente la amenaza turca hacia Europa.
Ése, y no otro, ha sido el resultado del doble golpe de Estado turco.
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