Datos, datos, datos, los datos nos invaden cada día más. Guían nuestras opiniones, nuestras decisiones. En la campaña electoral se arropaban los candidatos en sus datos cuando no arrojaban unos diagramas de barras a la cara del oponente. Números, escalas, porcentajes.
Y sin embargo, no estamos maduros para procesar datos. Los consumimos de manera acrítica y la cosa va a peor con el acceso libre a internet y sus miles de páginas incontroladas. Se esgrimen datos como verdades incontrovertibles, sin analizar, sin saber que hay detrás, qué miden, de dónde se sacan, con qué se comparan, de qué poblaciones hablamos, ¿de Pozuelo o de las 3000 viviendas?. ¿Valores absolutos o relativos?. ¿Indicadores de cambio con respecto a otras épocas?. Etc. Etc. Uno suelta un dato de manera petulante y ya parece tener razón. Y no me refiero a los datos directamente falsos que se sueltan a ver si cuela, ni a los sesgados, sino a los que, verdaderos o no, realmente no significan casi nada en cuanto reflexionas sobre ellos. He oído hablar con orgullo de la tercera mejor isla española en cuanto a turismo (¿cuántas hay?, ¿ser la tercera tiene mérito?), de que la muerte por accidente es la más común en jóvenes y adolescentes, de que España es líder en consumo de cocaína (¿está de paso hacia Europa, la consumen los extranjeros en la zonas turísticas?). Parece que nada más escuchar un dato de este tipo uno ha aprendido algo y hay que ponerse a cambiar cosas. Si se redujeran las muertes por accidente de los jóvenes nos alarmaríamos porque el suicidio es la mayor causa de muerte de los jóvenes. Claro, no mueren de viejos. Volvemos al viejo chiste con el que se inició la estadística: que si un rico se come una manzana en realidad sólo se come media porque la otra media se la come un pobre. Y no quisiera recordar una medalla de plata que gané en un torneo de ajedrez? en el que nos inscribimos dos.
Los números, las matemáticas, parecen cosa seria, lo que no se puede ignorar, no opiniones, sino datos, que valen más. Verdades como puños. Ya. Mandangas empleadas sin rigor las más de las veces. Con lo que les cuesta a los chicos entender los números enteros y la proporcionalidad. Dobles, mitades, tercios, esas cosas. Con lo bello que es el teorema de Tales. No te hablo de la media y la desviación típica. Yo es que veo una noticia que incluye un porcentaje y me salen sarpullidos. Porque cuando aprendí Matemáticas me enseñaron que al concluir un problema había que discutir el resultado para ver si era coherente con los datos. Se nos dan cifras astronómicas de las pérdidas que las falsificaciones provocan a la casa Rolex, supongo que multiplicando el número de imitaciones vendidas por el precio de uno de verdad. Pero sospecho que ambos productos no comparten mercado. Hoy mismo, en un telediario de máxima audiencia, tras la repugnante noticia de que una niña había grabado a su padre confesando sus abusos sexuales se informaba de que "uno de cada cinco" españoles ha sufrido abusos. Y tan frescos. Así, sin explicar más. ¿Realmente es creíble?, ¿ocho millones de españoles?. Habrán retorcido algunos datos, esos malditos datos que acaban no significando nada, que no sabemos valorar.
En Psicología es especialmente conocido y valorado el llamado efecto Rosenthal que es el apellido de un propio que, junto con Jacobson, evidenció que las expectativas de los docentes sobre los alumnos influían en su rendimiento: provocaban que esos alumnos mejoraran (o, ¡ay!, empeoraran). Así, aportaron a los profesores datos, cómo no, sobre las capacidades del grupo de alumnos pero los adjudicaron al azar (así que este alumno tiene esta gran capacidad de aprendizaje, ¡vaya!, se diría el profe) y así consiguieron que los docentes modificaran inconscientemente, con perdón, su manera de enseñar: mejores ayudas, más refuerzos, mayor benevolencia ante los errores, etc. Cosas de la profecía autocumplida que se dice. También se le conoce como efecto Pigmalión, y que le pregunten a Ovidio.
A ver si va a resultar que en las últimas elecciones donde hubo pucherazo no fue en el recuento sino en las encuestas, que nos dieron datos falaces que guiaron nuestra opinión a lo que se ve tan veleta, tan poco fundada. Y están quitando la Filosofía de los institutos. (O quizá sea precisamente por eso). Rebelémonos. O mejor, contraataquemos. Informemos falsamente de que la gente es feliz, de que todo el mundo quiere vivir en España, de que sube la Bolsa, de que baja el paro, de que la solidaridad con los refugiados aumenta. Y quizá, gracias a unos datos orwellianos trucados por Pigmalión, mejoremos.
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