Que lentas pasan las horas,
recordando el azul de la infancia.
El pañuelo olvida el llanto, y el
corazón renace,
en el silencio de unos brazos,
anudados a la dulzura laurea,
sin ver en la quietud de tus ojos,
el ciego color de la hégira.
Noche alargada de terso silencio,
acalló tú voz
en un cielo de nata,
hacia tierras sombrías,
A tientas acaricio tus palabras dormidas
en horas amarillas,
las hojas se estremecen,
en la inmovilidad imperceptible,
Y cayó la desgarradora noche
deseando retener, desde el fondo de la nada, mis manos
entre la palidez de la tuyas,
ansiando que no se apague la luz de la puericia.
Isaura Díaz de Figueiredo 2/9/01
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