Hoy regresé a La Bañeza, a Villa María, tantos, tantos años después. Ya no está el pequeño estanque en el que nos bañábamos, pero se ha creado otro al remansarse las aguas del arroyo Fontorio. Aunque está cerca de ella y también era famosa por su extenso campo de manzanos, Villa María no es Villa Adela, aquella otra finca gemela que recordaba algunas páginas atrás, también muy unida a mi infancia y adolescencia, y a nuestras excursiones en bicicleta. Villa Adela: la que tiene su estanque abandonado, con la islita-cenador en su centro, a la que no se podía acceder.
(De Memorias del estanque, Editorial Siruela, 2016)
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