El Papa Francisco acaba de venir de Armenia, donde ha recordado con la Iglesia de aquel país, la primera iglesia cristiana "oficial" de todo el mundo, los cien años del gran genocidio, realizado por la "nueva Turquía nacionalista", que no quiso tener minorías influyentes, cultas, unidas, en su territorios.
El problema era turco, pero también occidental, propio de las nuevas naciones unificadas, con una lengua, una religión, una espada, en la línea de las naciones-estado que empezaron a surgir en occidente desde el renacimiento, empezando por la "gran España" (1493-1908: una nación sin judíos, ni musulmanes, genocidio en forma de expulsión) y siguiendo por la paz de Westfalia (1648: cuius regio eius et religio: Cada nación/estado con su propio controlsocial, con su religión).
-- Ha hablado el Papa Francisco, ha ido a Armenia para decirlo, para ofrecer y recibir un abrazo de paz de aquella iglesia con la que la Iglesia de Roma mantuvo largas conversaciones doctrinales y sociales a lo largo de la Edad Media.
Es un secreto a veces. El genocidio armenio fue un "ensayo" general del holocausto nazi, precisamente en el momento en que Turquía, que había sido un imperio multi-étnico y multi-religioso, decidió convertirse en nación unificada, con el ejemplo político de occidente, con un tipo de nuevo Islam convertido en principio de unidad nacional. También Alemania querrá ser más tarde una nación pura (y lo querrán ser otros pueblos y grupos, desde ISIS hasta la nueva Europa enferma que que recibe a los refugiados del Cercano Oriente y de África).
Allí mismo, al lado mismo de Armenia, unos kilometros abajo por el río, sigue dándose hoy otro genocidio de cristianos asirios, caldeos... en manos de Isis, que quiere crear de nuevo un estado musulmán puro... Cerca de Armenia sigue estando el genocidio sirio..., y otros genocidios, mientras parece que Europa mira a otro lado. Pero vengamos a los armenios del imperio turco moribundo, del nuevo estado turco...
-- Muchos turcos de hoy quieren negarlo, como si la verdad se pudiera esconder, como si la luz pudiera apagarse. Sería un honor para los turcos actuales aceptar esa "verdad", como para los alemanes superar el holocausto y para los españoles la expulsión de judíos y moriscos.
La verdad nos hará libres: sólo aceptando hecho de los muchos holocaustos de la historia (empezando por la colonización occidental y el capitalismo de este tiempo) podremos cambiar y ser humanos, todos.
En estos dos últimos año se está hablando bastante cosas sobre el "holocausto armenio". Cien años han pasado, buen tiempo para recordarlo y para superar viejos "pecados", que no son sólo de turcos y alemanes, sino de otros muchos pueblos, estados y falsas utopías vinculadas con la religión "pura" (pureza de sangre o doctrina) y por la utopía de un marxismo estalinista.
Cien años han pasado, es tiempo para empezar de nuevo, recordando la Iglesia de Armenia, la más antigua de todas las iglesias del mundo, aceptada en conjunto por todo un pueblo, cien años anterior a la de Roma. Otro día, si hay tiempo y ocasión, recordaré el origen de la iglesia armenia.
Hoy quiero recordar su holocausto, vez más, retomando el hilo de la obra de Franz Werfel, gran judío, evadido del nazismo, que escribió una obra titulada los cuarenta Dias de Musa Dagh.
Es lo mejor que yo conozco sobre el tema, una la novela histórica de Franz Werfel, judío de origen, uno de los grandes creadores literarios (y narradores de historias) del siglo XX. Su libro (Los cuarenta días de Musa Dagh, la Montaña de Moisés) nos sigue ofreciendo la mejor versión del genocidio de los armenios, el año 1915, cuando los "cultos" franceses y alemanes, ingles y rusos (y luego norteamericanos, con otros pueblos orgullosos de su pasado) estaban luchando entre sí. Nadie se puede enorgullecer de aquella guerra; también los turcos tuvieron su parte, su inmensa parte, de culpa y barbarie.
Una referencia personal
El año 1963, estudiando teología en los mercedarios de Poio, Pontevedra, me hicieron director de una pequeña revista, llamada Sal-Lux, que editaba la imprenta/librería Paredes. Su dueño, el Sr. Paredes, me regaló por Navidad una novela de fondo histórico, F. Werfel, Los cuarenta días del Musa Dagh, basada en el exterminio armenio el año 1915.
Ese libro me ha venido acompañando desde entonces, hasta que lo he prestado hace poco? Estaba editado en Argentina, era un canto al heroísmo y, sobre todo, a la libertad de las minorías? . De Werfel (véase nota posterior) he leído más cosas, entre ellas La Canción de Bernardette, pero la que más ha impresionado sigue siendo la del Musa Dagh, la legendaria Montaña de Moisés, lugar y centro arqueológico impresionante, sobre el Taurus, cerca de la costa greco-turca-siria.
Es la novela de la "nueva Turquía" nacionalista, en el momento en que su gran imperio, mucho mas liberal, se desintegraba, hace 100 año, en la Gran Guerra. Armenios y griegos, siro/arameos y judíos, árabes y eslavos, egipcios y bereberes? habían convivido durante más de seiscientos, con personas de otras nacionalidades y credos, en el Imperio multi-étnico turco. Los armenios habían sido agricultores e intelectuales, artesanos y, sobre todo, comerciantes, a lo largo de siglos y siglos en los que Turquía, con sus grandes defectos, era gran Imperio militar más que un Estado, un conglomerado de razas y culturas, bajo la soberanía del Gran Turco.
Pero a lo largo del siglo XIX comenzó el nacionalismo? se fueron "independizando" las varias naciones, formando cada ella una "entidad" cultural y religiosa?y también Turquía quiso ser Turquía, una nación, una religión, sin griegos ni armenios?El problema estalló hace cien años, con la matanza de los armenios. El problema continúa ahora, el año 2015, con los "restos" inflamados de pueblos y pueblos en guerra, tras la "independencia" de los turcos (palestinos y judíos, kurdos y árabes de diversos tipos, chiitas, sunnies?).
Siguen en guerra los restos del Imperio Turco, no han ido a mejor, sino a peor? Por eso cuando el Papa Francisco recuerda ahora los cien años del "genocidio armenio" no lo hace para criticar a Turquía, sino casi para todo lo contrario: Para admirar lo que ha sido durante casi mil años el Imperio Turco y en el fondo para lamentar su caída, pues ella nos ha hecho peores a todos.
Cien cosas podría recordar ahora del genocidio armenio, pero prefiero ceder la palabra a F. Werfel con su novela sobre la Montaña de Moisés. Quizá alguno de vosotros la quiera leer, quizá quiera ver la película.
(cf. Los cuarenta días del Musa Dagh, Inter-Americana, Buenos Aires 1945 (Losada, Madrid 2003)
Hay por lo menos dos versiones de la película en cine. Los aficionados al cine pueden buscarlas. Seguro que alguna pueden descargarse libremente, lo mismo que el libro, lo mismo que el libro, en PDF.
Quiero recordar en ese día a mis viejos "amigos" armenios de las tiendas de Jerusalén. Con ellos he pasado algunas de las mejores horas de historia de mi vida, sobre todo con el zapatero de la bajada de la cuesta final de la Nablus Road.
Franz Werfel (Praga 1890 - Beverly Hills, 1945) (de wikipedia),
novelista, dramaturgo y poeta austro-checo que escribió en alemán, en la l-inea del expresionismo.
Nació en Praga en 1890 (Imperio austrohúngaro); fue coetáneo y colega de Franz Kafka, Max Brod, Martin Buber y otros intelectuales judíos a comienzos del siglo XX. Sirvió en el ejército austro-húngaro en la Primera Guerra Mundial tanto en el frente ruso como en la oficina de prensa, pero fue acusado de traición por su pacifismo.
En 1929 se casó con Alma (Schindler) Mahler, viuda de Gustav Mahler, quien se divorció del arquitecto Walter Gropius por él. Ya era un autor de renombre, pero su fama internacional llegó en 1933 cuando publicó Los Cuarenta Días de Musa Dagh, una novela escalofriante que llamó la atención mundial sobre el genocidio armenio.
Identificado como judío, Werfel huyó con su esposa de Austria tras el Anschluss en 1938 y fue a Francia. Tras la ocupación alemana del país galo en la Segunda Guerra Mundial, el matrimonio Werfel volvió a huir, esta vez a los Estados Unidos, con la ayuda del periodista estadounidense Varian Fry en Marsella.
Mientras estaba en Francia, hizo una visita al santuario dedicado a la Virgen María de Lourdes. Fue allí caritativamente recibido por las monjas católicas que atienden el santuario. Prometió escribir sobre la experiencia, y una vez en los Estados Unidos, publicó La canción de Bernadette en 1941. Se estableció en California, murió en Los Ángeles en 1945 y fue enterrado allí, en el cementerio de Rosendale. Su cuerpo fue exhumado y devuelto a Viena en 1975 para ser enterrado en el Zentralfriedhof.
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