No me refiero a los perros de "La ciudad y los perros", aquella novela primeriza de Vargas Llosa, que yo leí en los años sesenta del pasado siglo. Me refiero a los perros en sentido propio y extiendo mi reflexión a las mascotas en general, incluyendo si es necesario algún cocodrilo que mi vecino puede tener en la bañera de su casa y a todos los animales. El perro es el amigo del hombre, muy fiel y puede ayudarle en sus labores, como guardián de su casa y ayudante del pastor del rebaño. Esos perros casi como leones, que guardan el rebaño y ladran a todo el que se le acerca en los montes de El Arco y Zamayón. Son realmente hermosos y tienen instinto para oler el peligro. Y esos otros perritos tan monos, tan simpáticos, para llevarlos de la cadena o en los brazo, y son con su jersecito y todo. Pues claro, nos faltarían sentimientos si no fuéramos amigos de los perros, de los gatos, de los patos de la Alamedilla, de los ruiseñores, y de los abejarucos de colores tan vivos y preciosos. Pero otra cosas es que yo antes sabía de dónde venían los ladridos, porque sólo un vecino tenía perro, y ahora ya no sé en qué piso ladra un perro porque casi todos los vecinos tienen perro. Y el papá se lo saca a pasear porque -me dice- estas niñas tienen perro y luego no le hacen caso. Y el otro día me dijo mi asistenta que unos vecinos suyos van a dejar como único heredero a su perro. No sé si habrán ido ya al notario. Y parece que en esto de los toros y las corridas, y los perros abandonados y las condenas y multas a sus dueños desaprensivos tiene que ver con el "derecho de los humanoides", que se está poniendo de moda. Yo creo que está en juego el problema de la identidad, de nuestra identidad, la de los humanos. Hemos querido igualar a todos "hacia abajo" y ya no sabemos qué somos, ni como individuos ni como sociedad. Lo que está perdiendo el hombre de humanidad parece que quiere compensarlo o llenarlo con una humanidad desdibujada donde entren también todos los "humanoides que se pongan a tiro".
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