Cada mañana paso junto a esa torre y siempre vuelvo la mirada a la derecha para verla. De regreso, en la tarde, la dejo a la izquierda y también la miro. Es una torre de control que no regula travesías aéreas. Su cuerpo es hormigonado y su cabeza se abre en un verde metálico descolorido que busca confundirse con el cielo que llega por encima del perímetro vallado e introduce el mundo allí donde viven los que están separados de él. Si, a menudo, los días despejados me permiten divisar desde la carretera lejanas cimas de la Sierra, desde esa torre deben dominarse muchas tierras, muchas aguas, muchas poblaciones? separadas de los que viven dentro del perímetro, a los que sólo llega el mismo aire del mismo cielo. O la misma niebla.
Cuando paso junto a la torre de Topas siempre pienso, aunque sea fugazmente, en los que cumplen condena y en los que trabajan con los reclusos, en los voluntarios que regalan su tiempo a los que todo el tiempo lo tienen contado, en aquella prisión de La Aldehuela en noches de Domingo de Ramos, en los redentores de cautivos, en los encarcelados del mundo, y, sobre todo, en las personas que han pasado por allí y luego he conocido. Los centros penitenciarios, como los cementerios, ahora apartados y desterrados, siempre me suscitan un pensamiento, una emoción, una breve plegaria.
Pero últimamente, cada vez que miro la torre, no puedo evitar acordarme de los presos de ETA. Realmente se me vienen ellos a la mente y, al momento, sus víctimas. Sus miles de víctimas. Sí, esa torre que tanta memoria me trae, cada mañana y cada tarde, aunque luego ponga la mente en otro asunto, ahora me hace pensar en la desmemoria histórica que supone el lavado de cara de esa banda terrorista que han emprendido unas cuantas personas e instituciones. Llama la atención que se haga tanta (mala) política con la Guerra Civil y se ignore la realidad de que las víctimas de ETA no han sido reparadas. Porque ETA sigue existiendo al tiempo que algunos ya se apresuran a blanquearla. Porque dentro de ese perímetro vallado, a los pies de esa torre, viven asesinos que aún no han pedido perdón a los familiares de sus asesinados, y fuera, en algún lugar oculto al control de esa torre, guardan armas que aún no han sido entregadas a los garantes de la libertad.
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