Frente al optimismo de algunos que consideran que el tiempo nunca se pierde, que su devenir siempre genera un rédito aunque solo sea por la experiencia acumulada, está el pesimismo de quienes tasan su valor en función de resultados concretos, de modo que cuando estos no se producen la pérdida de tiempo resulta insoportable. Por otra parte, el tiempo pasa de manera diferente según la edad de quien es testigo de su transcurrir o incluso se ve envuelto en sus torbellinos. Además, se producen diferencias notables según se hable del tiempo de las cosas o de las personas, del de las instituciones o del de las sociedades. Hay, en cualquiera de sendas situaciones, un término medio derivado de la melancolía que siempre genera su paso.
Poco más de seis meses después volveremos a votar en unas elecciones generales inusualmente anticipadas en la historia española reciente. El lapso transcurrido entre la cita de diciembre y la de junio podrá explicarse por distintas razones: la falta de experiencia negociadora de alguno de los líderes políticos a la hora de construir una coalición de gobierno, el enquistamiento de la cuestión catalana y su capacidad de producir "líneas rojas" que conducen fatalmente a la inacción, el cinismo amparado en el cálculo torticero a medio plazo de a quien afecta más el desgaste del opositor. A su vez, tendrá efectos, que hoy mismo son difíciles de predecir por la falta de precedentes, en los niveles de abstención y en el mantenimiento de las lealtades del 20D. Solo la renta electoral de unos u otros se yergue como el más sólido argumento del tiempo transcurrido. ¿Nada más?
Aun sabiendo de la importancia que tiene el aprendizaje político así como de las servidumbres que conllevan ciertos diseños institucionales, mi impresión es que estamos siendo testigos de un escalón más en el proceso que vivimos de banalización de la política. Si bien pienso que el cambio hacia la fragmentación del sistema de partidos es positivo y que el sistema político ha recibido una bocanada de aire fresco, hay factores reiterados que conduce no solo al alejamiento de la gente de la política sino al incremento de la desconfianza en ella: una percepción malsana de la egoísta actuación de políticos, viejos y nuevos, excesivamente centrados en la ocupación de posiciones ventajistas; y una ausencia de debate abierto con enfoques claros que evidencien soluciones a problemas concretos.
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